Capítulo 7: Cosas que me Molestan

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               Sé que parece que soy ese tipo de personas a las que en realidad no le molestan muchas cosas y que está bien con el simple hecho de respirar. Al menos creo que di esa idea. Pero, mientras escribo esto, no puedo evitar pensar en que tengo que seguir la línea de la historia y continuar por donde lo dejé; eso me molesta, por ejemplo, porque me gustaría contar sobre el día que tenía cinco y me encontré una moneda en el suelo (por primera vez), claro que no la gasté en caramelos ni nada, la guardé como prueba de que yo tenía buena suerte, para recordarme que los buenos momentos existían, incluso si estaba pasando por uno malo.
             
               Kevin me escondió esa moneda, junto con todas las otras que juntaba para comprarme una bufanda. Las enterró en el patio trasero de mi casa, lo sé porque lo atrapé en pleno acto delictivo con las manos sucias de barro y maldad. Yo tenía once años y él doce, pero ni siquiera Kevin estaba tan escaso de materia gris como para creer que iba a crecer un árbol de dinero si enterraba monedas. Así que no me quedó otra que creer que lo había hecho a propósito.

            —Te odio —le grité.

            Se limitó a sonreír y decir algo como.

            —Discuidi, ni lis intirri tin prifindi, ipiricirin cuindi lluivi  —sí, bueno, no lo dijo con tantas «i», pero su voz era tan estúpida en ese momento que quería golpearlo. Y lo hice. Así que yo terminé castigada y Kevin no, porque su madre no hacía ese tipo de cosas, simplemente le dijo que pensara en lo que había hecho. Me imaginaba a Kevin riéndose de mí porque el pobre no tenía un cerebro que lo ayudase a pensar en lo que había hecho. Lo más preocupante fue que llovió un día después de que se volviera a su país y encontré varias monedas en el patio, pero jamás mi primer moneda ni una que Luke me había regalado, que era mi favorita. Así que había perdido mi suerte. Por culpa de Kevin quién, sin lugar a objeciones, era una de las cosas que me molestaba.

              Tal vez por eso Cole regresó. Quizás necesitas cuatro años sin suerte para que pasara algo como aquello en tu vida.

               Mi madre abrió la puerta de mi habitación, sin golpear, ni pedir permiso. Supongo que estaba haciendo un intento por remarcar que 1) estaba enojada conmigo; 2) yo estaba tan castigada como nunca lo había estado en mi vida.

              —Buen día, mamá —dije, fuerte y claro, pero habrá entendido que la insulté o algo porque entrecerró los ojos hacía mí como si todo lo que quisiera en el mundo fuera que me callara. Hasta tenía la boca torcida y todo.

           Ocupó la silla del escritorio, que estaba ordenado sólo porque Daria seguía sin hacerme caso cuando le pedía que no lo acomodara. Los ojos de mi madre eran almendrados, de ese color marrón oscuro que parecía brillar todo el tiempo. Pero yo sabía la verdad; no brillaban todo el tiempo. Era demasiado pequeña como para recordar la vez que mi padre se fue, pero sí recuerdo cuando Cole nos dejó y cómo los ojos apagados de mi madre me decían la verdad, incluso cuando ella se mantenía callada al principio.

          —Bueno, es difícil de decir lo que tengo que decir… y más cuando anoche te apareciste ebria —de repente, su tono se elevó con indignación como si se hubiera acordado de un momento a otro mi irresponsabilidad adolescente. Me senté recta, esperando su reacción—. ¿Qué está mal contigo? ¿Con quién saliste ayer?

         Desvíe la mirada, pensando en un posible nombre reemplazante para Luke. Ahora, suponía que mi madre no lo había visto mientras entraba a la casa de al lado, porque estaba de espaldas y por eso del apagón, así que si yo tomaba ventaja de eso y cubría a Luke, ella no me diría que era una mala influencia y podría seguir juntándome con él sin que fuera ilegal.

El cliché según ChloeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora