I N T R O D U C C I Ó N

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El atardecer se hallaba postrado sobre «Luna Rosa», una manada que fue concebida para conmemorar y honrar la presencia de una luna rosada en el mes de abril, fenómeno coincidente con el crecimiento de flores silvestres del mismo color en Estados U...

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El atardecer se hallaba postrado sobre «Luna Rosa», una manada que fue concebida para conmemorar y honrar la presencia de una luna rosada en el mes de abril, fenómeno coincidente con el crecimiento de flores silvestres del mismo color en Estados Unidos.

El aroma todavía pasaba desapercibido, incluso para un olfato tan desarrollado como era el caso de los hombres lobo. Pero ello no implicaba que la euforia no estuviera presente en ellos.

La época favorita de los habitantes de «Luna Rosa» se acercaba, y con ella los rituales de cortejo estaban más que asegurados. Pronto, la armonía que reinaba en el bosque sería destruida por el caos; por el deseo de encontrar a su otra mitad antes de que la luna llena de abril adornara el cielo y el momento de consumar el ritual del emparejamiento hubiera llegado a su fin.

El tratado entre las distintas manadas que convivían en un mismo bosque quedaría anulado durante varias semanas, las suficientes como para que cada lobo, y cada loba, pudiera desplazarse y adentrarse en un territorio que no le pertenecía para buscar al amor de su vida con la certeza de que no habría ningún altercado. En cambio, aquellas mitades afortunadas que convivieran en la misma manada, sólo debían preocuparse de que el cortejo fuera efectivo.

— Dos días —susurró Gabriel.

Su mirada se encontraba perdida mientras mostraba fingida curiosidad por la mezcla de colores que adornaba el cielo. Se suponía que debía estar disfrutando de la puesta de sol, así como de la compañía, pero no podía. No cuando sabía que estaba a punto de perderla para siempre.

— ¿Dos días para qué? —inquirió Ava, curiosa.

Gabriel luchó con todas sus fuerzas contra la imperiosa necesidad de sonreír. Esa omega estaba siendo patosa; tan patosa y despistada como siempre.

— Dos días para que el tratado se rompa, Ava —respondió— Dos días para que todo comience.

Todo lo abarcaba todo.

Abarcaba empujones, gritos y peleas entre los alfas, betas y omegas apresurados, o más bien desesperados, por encontrar a alguien a quien cortejar, o ser cortejados. También a los malhumorados, aquellos que fueron rechazados y cuyos orgullos jamás permitirían una aceptación de lo ocurrido. Gruñidos y advertencias por doquier. Simples indicaciones de que debían someterse a la voluntad del más fuerte y aceptar lo que el destino tuviera preparado para ellos, como si sus sentimientos no valieran en lo absoluto.

Abarcaba el libre albedrío.

Abarcaba el caos.

— ¿Ya? —inquirió ella, impresionada— Pues sí que va a ser cierto eso de que el tiempo pasa volando, porque parece que fue ayer cuando estábamos celebrando el lazo de mis hermanos.

De pronto, Gabriel comenzó a sentirse un tanto inquieto, y el motivo tuvo que ver con la mención del lazo. El dichoso lazo que tantas pesadillas le había provocado durante años, sabiendo con la mayor certeza de todas que tarde o temprano acabaría convirtiéndose en una cruda realidad.

Amor de omega ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora