"Soy el rostro del Karma"

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-Chase-
*Antes de su rescate*

—¡Dije que me sueltes! ¡Maldito gorila, cerebro de cerdo, grandísimo feto de mierda de burro! —grité, golpeando por la espalda al hombre que me llevaba cargada a la habitación violeta.

—Es hora de tú momento de exorcismo, para ver si ésta vez aprendes a cerrar la boca —dijo, Bruno, uno de los matones del señor Robinson, tirándome al suelo alfombrado de la habitación donde llevaban a las chicas, para ser golpeadas o violadas.

Ya había estado ahí unas cincuenta veces en diez años.

Mis insultos y gritos se detuvieron un poco, cuando le vi bajarse la bragueta. Pero preferí no suplicar, eso era aún más humillante, porque los hacía reír.

—Algún día saldré de aquí, y te arrancaré esa cosa, mientras río al escucharte llorar —dije cuando terminó y volvió a abotonar su pantalón, señalando su pene. Él rió con fuerza, agachándose para tomar mi barbilla.

—Eso nunca pasará, princesa.

—Ojala te podrás en el infierno —Escupí su rostro, causando que me diera una bofetada que me hizo probar de nuevo el sabor metálico de mi sangre y salió de ahí, dejándome sola.

Quisiera decir que me sentía rota, usada o asqueada, pero no era así.
Había pasado tantas veces por lo mismo, que parecía ser algo normal el   ardor entre mis piernas, las punzadas de dolor en mi cuerpo, y las lágrimas que resbalaban sin parar.

¿Por qué soportaba todo eso? Jazmín, mi hermana menor. Prefería soportar todo un infierno, con tal de que ella fuese feliz.

Me observé en el gran espejo en la pared, mis ojos verdes, mi nariz recta y fina, mi piel cremosa y mi cabello rubio. Era preciosa, parecía una princesa.

Una princesa en el reino de los ogros.

Una princesa que jamás se cansaría de pelear e intentar huir.

Una princesa rota, que solo lloraría y se sumiría en la depresión de comprender por lo que pasaba, cuando saliera de ese reino de Ogros.

La puerta se volvió a abrir después de unas cuantas horas, y al ver a la persona que entró, supe que eran pasadas las tres de la mañana.

—¿Qué tan mal? —Eddie preguntó en un susurro, entrando con mucho sigilo y silencio, cerrando la gran puerta metálica tras de él.

—Le escupí la cara con saliva ensangrentada.

—Esa es mi dulce chica —dijo con dulzura, sentándose frente a mí con su mochila, comenzando a abrirla y sacar lo de siempre, una toalla, agua oxigenada y gomitas de conejitos.

—¿Cuántos años tienes, Eddie?

—Veintidós.

—Eres solo cinco años mayor que yo, llegaste hace tres meses, y en vez de ser como el resto, no paras de ayudar a todas.

Humedeció la toalla con agua oxigenada y empezó a pasarla por mi rostro y cuerpo.

—No puedo decirte porque estoy aquí, pero sí puedo decirte que, no vine a hacerles daño.

Nos quedamos en silencio, mientras el hacía lo de siempre limpiando mis brazos, piernas y torso. No era muy difícil tener acceso a esas harías, teniendo en cuenta que nos hacían vestir siempre con un top y una falda, sin nada debajo de ella.

El rostro del karma [en proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora