Capítulo 29

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Arrastraba el pie izquierdo y le fluctuaban los hombros como si cada paso que diera la convirtiera más en arena que en masa muscular.

La observó de espaldas acercarse al ascensor. Dejaba un rastro de una sustancia amarillenta brillante que, bajo la luz roja, parecía fluorescente, que le goteaba del cuerpo y que salía desde el hueco escondido de las escaleras.

Olaia quería haberse acercado, pero algo la frenaba a lo alto del primer escalón. Quizá respeto; quizá confusión.

Cuando se agarró al pasamanos, Fabi lo notó y se giró hacia ella tan despacio como funesta. Tenía los ojos inyectados en sangre, cansados y apagados, le goteaba una espuma amarilla de la boca a borbotones, pálida hasta el extremo, y le temblequeaban los dedos con suma velocidad. Cuando reconoció a Olaia, intentó esbozar una sonrisa al estirar de una comisura y levantó un brazo para señalar el ascensor.

Balbuceó unas palabras imposibles mientras miraba el aparato que señalaba, atragantada entre la saliva y la espuma que se acumulaba en la boca, hasta que puso los ojos en blanco y cayó con un golpe seco, de espaldas, contra el suelo.

Fue entonces cuando gritó. ¿Qué le había pasado a Fabi? ¿Cuándo fue la última vez que la vio...? Bajó tan rápido como pudo los escalones y se agachó hacia ella.

—¿Fabi? ¡Fabi! —intentó cogerle de los hombros, pero la repulsión por la espuma amarilla y el temor de hacerle daño se lo impidieron. Se le anegaron los ojos en lágrimas—. Fabi, ¿qué ha pasado? ¿Qué ha pasado...?

Los ojos de Fabi, cristalinos y asustados, se movieron y la miraron como los de un muerto que parece volver a la vida. Volvió a balbucear algo ininteligible mientras se atragantaba con la espuma.

—Por Dios, Fabi... —la chica no dejaba de señalar el ascensor. Olaia no perdió el tiempo en ello; se concentró en la chica, aunque todo sucedía a cámara rápida: se estaba muriendo, no sabía qué podía hacer y lo único en lo que podía pensar, mientras temblaba de desesperación, era en todo lo que habían compartido juntas desde que puso un pie en la Torre—. Por favor, por favor, no te mueras...

Empezó a tocarse con rígida angustia la cara, a quitarse los mechones lacios que le caían por los lados y le dificultaban la visión. Las lágrimas silenciosas rodaron por sus mejillas, y liberó un graznido de dolor, de impotencia, que hizo que Fabi volviera a mirarla. En aquellos reflejos de sus pupilas se encontró con el miedo a morir, con aquella respuesta muda que le decía que Fabi había sobrevivido a un disparo para acabar tirada en el centro del salón de su hogar sin poder cumplir ninguno de sus sueños.

—¡¡Fabi, por favor, aguanta!!

Se le escapó otro aullido de dolor, y miró en todas las direcciones para ver si alguno de los otros miembros Alpha aparecían para ayudarla, pero los gélidos dedos de Fabi le tocaron el cuello. Supo, al mirarla, que lo que quería era tocarle la cara pero las fuerzas no le alcanzaron. Cuando tuvo toda su atención, Fabi negó una vez con la cabeza, y entonces comenzó el caos mortal.

Los suspiros se le escapaban a medida que el cuerpo se alteraba y comenzaba a contraerse y estirarse con la violencia de un terremoto. Tenía los labios agrietados y por ellos se le escapaba saliva burbujeante. La espalda, curva y musculosa, se movía al compás de los sonidos guturales que emitía su garganta.

—¿Hace cuánto está así? —Hailee, que apareció a su lado, le ponía ambas manos en los muslos a Fabi.

—¡No lo sé! —chilló. Se sentía inútil sin poder hacer nada—. Acabo de encontrarla.

—¿Cuándo fue la última vez que la viste?

Olaia se esforzó en hacer memoria. Le dolía un costado y aún replicaba en su boca el sabor metálico de la sangre. Solo tenía en la mente cómo los dedos de Carter se cerraban en torno a su cuello.

La Torre Alpha #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora