Epílogo

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(30 meses después)

Aparcó enseguida. Había suficientes plazas libres así que no le fue difícil encontrar un hueco donde colocar su pequeño BMW tras un Ford color teja. Había dejado de llover, pero la oscuridad de la calle, únicamente iluminada por la luz de las farolas, se había tragado todo el mundo. Solo sentía, además del frío y del corazón latiendo contra el pecho a mil por hora, que sus guantes habían dificultado mucho la posibilidad de dar las luces largas durante el trayecto.

Abrió la puerta y se apeó del coche con un maletín gris con remaches en color crema al que aferraba contra su costado con los dedos entumecidos. Subió a la acera mientras en la gran avenida todavía circulaban otros coches. No era hora punta, rozaba la tarde un invierno que mató al sol pero comenzaba a agonizar bajo las náuseas de los primeros pétalos de la primavera.

Se atusó el cabello, justo por debajo de la boina, y se alisó las arrugas invisibles de su falda de tubo negra. La chaqueta oscura, abotonada solo en el primer ojal a la altura de la boca del estómago, no le protegía del frío. Había preferido dejar el abrigo dentro del coche. Se frotó el antebrazo mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde a su favor, en un intento fútil de calentar la piel que se erizaba debajo de la chaqueta.

Sus pies, enfundados en unos tacones altos de aguja, caminaron por el paso de cebra una vez la luz verde le brilló en su rostro. Cruzó la gran avenida, se introdujo en el restaurante de comida tailandesa calle abajo y respondió al nombre de Angelique Moreau. El mesero la guió hasta una mesa detrás de la barra de comandas, donde un par de jóvenes asiáticos atendían a dos chicas francesas que pedían Pad Thai.

La mesa estaba habitada por otro joven, de su edad, fuerte, alto y atlético, con una sonrisa encantadora y el pelo ondulado y castaño, seco. Si la lluvia le había atacado con su fuerza voraz, al chico no le había tocado ni una sola gota. Nariz romana, mandíbula definida y cuadrada, cargada de esa barba de dos días que le sentaba de muerte, aun con esa barbilla algo más puntiaguda que le daba aire juguetón a su duro rostro. Chaqueta de cuero y vaqueros ceñidos y desgastados a la altura de las rodillas. Su mirada divertida, azulada con matices verdosos, le recorrió todo el cuerpo, de arriba abajo, con una ceja enarcada.

—Veo que te has tomado muy en serio los disfraces y las personalidades ocultas que nos propone Carol.

—Veo que tú no.

Se deshizo de la boina y la plegó sobre su regazo una vez se sentó frente a él. Apoyó el maletín al lado de su cintura, de pie, en el mismo asiento.

—¿El contacto va a tener que seguir siendo así de sutil, "Angelique"?

—Sabes lo que hemos encontrado...

—También sé que Tom sigue vivo y tengo que atraerlo hasta mi base —la voz del chico era divertida, sin mayor preocupación.

—Ese es tu trabajo, ¿no? —Ella entrelazó los dedos de las manos y se apoyó en la mesa—. ¿Me has citado para no darme más información o es que escaparte de tu Torre te hace sumamente superior a mí?

—No te equivoques —amplió su sonrisa—. Ambos compartimos varias cosas en común.

El mesero les atendió. Él pidió Khao Soi, mientras que ella se conformó con un Tom Kha Gai. El chico joven, uno de los que atendía a las chicas de la barra de comandas, apuntó ambos platos, agua para cada uno y se marchó a cocina. Ella, en cambio, decidió no entrar en contacto visual de inmediato.

—Tengo algo gordo.

—Escúpelo —Angelique se deshizo de uno de los guantes y lo dobló junto a la boina.

La Torre Alpha #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora