Capítulo 34

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Sin ser realmente consciente del tiempo que había pasado desde que dejó la enfermería comunitaria para ser atendida por ese doctor, aceptó que estar apartada del resto de miembros un día entero, tras aquel estrago mental al que fue sometida dentro de aquella máquina de tortura memorística, le sentaría bien.

Acabó por llegar ante la puerta de madera de la que su madre había salido a recibirles en el momento en el que el pasillo de militares enfundados en sus escudos antidisturbios la dejó avanzar sin poder quitarse de la cabeza lo que aquel doctor le había dicho.

Después de haber sido inspeccionada en lo que ella había medido una infinita hora de dolor y gritos que llenaron todo el edificio con su voz rota, una enfermera de piel morena le entregó una bandeja con un sándwich de pavo, un zumo de frutas y un yogurt. Como estaba hambrienta, no hizo ascos a la comida. Ya daba igual si les drogaban. No tenían escapatoria y la mayoría ya habrían sido modificados.

Se rindió a la crudeza de saber que, por mucho esfuerzo que pusieran, nunca les concederían lo que más anhelaban: la libertad. Quizá ni siquiera la libertad era algo a lo que todo el mundo tenía acceso. Quizá era solo una ilusión al pensar que toda tu vida era de tu propiedad cuando, personas como Sebastian, personas que tenían la capacidad de supeditar el poder en sus diferentes formatos y desacuerdos, ponían límites a una libertad que ni siquiera podía llamarse de esa manera.

Como esa promesa que intentas cumplir pero que sabes que, por mucho que el silencio sea partícipe de tu particularidad, se va a romper en cuanto alguien le meta mano a tus miedos.

Fue inevitable recordar a Fabi y el estómago le dio un vuelco a mitad de sándwich. Tragó y dejó que la enfermera la guiase hasta la puerta. Su cuerpo seguía allí arriba y Olaia ahora mismo solo podía cerrar los ojos y descansar la vista, intranquila, después de otra deplorable noche sin dormir. Lo intentó cuando la enviaron a otra sala de descanso, sola, y se tumbó bocarriba, pero no pudo pegar ojo.

Los resultados no salieron concluyentes. El doctor le dijo que hablaría con su madre y que ella sería la encargada de informarle lo que le había hecho su padre con sus recuerdos. Aquello le extrañó, pero terminó de comer y se marchó.

El hombre uniformado con los agentes que, hacía unos momentos, la custodiaron durante el camino no estaban allí encaramados a la puerta de la estancia. Peter tampoco peleaba ya cuando pasó por su lado. Solo respondía a unas preguntas con monosílabos mientras unos neuroreceptores conectados a sus sienes recogían los datos en una pantalla. Si pudo escuchar sus aullidos de dolor mientras las descargas le daban unos resultados inconclusos a ese matasanos, Peter habría accedido sin protestar; le imaginaba aceptando primero el sándwich y luego los neuroreceptores, y obedecer, como siempre había hecho con Jonatan.

Se dio cuenta de que tardaba en contestar una de las preguntas porque siguió todo el camino de Olaia hacia la salida con su mirada clavada en ella.

Otros agentes —esta vez solo dos— la sorprendieron a la salida de la habitación cuando dejó de mirar al chico. La escoltaron en dirección opuesta a la enfermería donde estaban el resto de sus compañeros, pero tampoco le importó. Abrieron una puerta a su izquierda un par de metros más adelante y esperaron a que la chica entrase por su propio pie; sintió que le hormigueaba la piel de todo el cuerpo, como si tuviera dormidas todas sus extremidades, y acabó por entrar a paso lento.

Dentro encontró una cama con sábanas blancas y un pequeño armario a su derecha. Los guardias le cerraron la puerta y ella, en vez de intentar abrirla y correr por toda la Torre en busca de Carter como si le fuera la vida en ello, abrió el armario y encontró ropa de noche y otro conjunto de ropa de cama.

La Torre Alpha #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora