Capítulo 3

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—¡Quítame las manos de encima!

Le embistió con el hombro, pero él se apartó antes de que pudiera rozarlo siquiera.

No se andaba con rodeos, eso estaba claro, pero tampoco iba a permitir que nadie la pudiera amedrentar con solo un par de miradas asesinas y una amenaza indirecta. Aunque, en apenas unos segundos, estaba de nuevo contra la pared.

—¿Crees que por ser la nueva vas a ocupar su lugar?

Olaia parpadeó varias veces, y buscó con los ojos una salida rápida de aquel cubículo en el que estaba arrinconada por los brazos del chico, pero no la encontró.

—He dicho que me dejes marchar.

—No te estoy tocando. Eres libre para irte —abrió los ojos con una cruda amenaza—, pero si Jonatan o cualquiera de los otros se entera que el primer día ya metes las narices en conversaciones ajenas, te va a ir bastante mal, ¿no crees?

Apretó la mandíbula con rabia. Esquivó la lengua a pocos milímetros de ser aplastada. Empezaba a ponerse nerviosa y eso podría jugarle en contra.

—No vengo a quitarle el puesto a nadie, y menos a una chica a la que nunca conocí —respondió antes de dejarse llevar por los nervios—. No sé por qué te preocupa tanto eso y me amenazas con que la mataste. ¿O es que acaso...?

Lo leyó de manera muy fugaz en sus ojos, tan rápido que apenas fue perceptible, pero ahí estaba. La mueca de dolor, la sombra del arrepentimiento.

—Ah, es eso...

Carter levantó el dedo índice en señal de amenaza, pero Olaia ya lo había cazado. Le sonrió con sarna, con fingida despreocupación. Solo que sus alarmas todavía estaban encendidas. Ese chico no era un enemigo tan fácil de abatir.

—Estabas liado con ella.

Silencio.

—Pero... —parpadeó un par de veces al analizar aquel pensamiento—. Si tenías una relación con la chica muerta, ¿por qué dicen que eres el culpable de...?

Cerró la boca en cuanto vio la expresión de sus ojos. No fue hasta que solo quedaron unos centímetros entre sus rostros que contuvo la respiración para ver, con amenazante claridad, que iba a jugar con un fuego del que dudaba salir ilesa.

—Por cortesía, te daré un consejo que tal vez te mantenga con vida. Métete en tus propios asuntos si sabes lo que te conviene —un escalofrío le recorrió la espina dorsal cuando se arrimó a su oreja—. Vuelves a seguirme, y tú y yo tendremos un problema.

Se marchó, y dejó con él un rastro de su perfume y el intento de meterle miedo a Olaia tirado por el suelo. Aunque, si se permitía ser sincera consigo misma, le temblaban las rodillas.

En cuanto le perdió de vista, tragó saliva. Le quemó en la garganta nada más descender. Se frotó los brazos adormecidos y respiró con dificultad. Las consecuencias de no ser cuidadosa podían suponer algo peor que una amenaza de muerte, pero el ansia de saber qué escondían aquellos chicos que vivían aislados del mundo exterior se había impregnado a sus entrañas como el hambre.

No estaba segura, y tampoco iba a confirmar sus sospechas siendo indiscreta. Pero, aunque conocía parte de la historia que rodeaba a aquellos ocho chicos, debía descubrirlo por sí misma y encontrar el punto débil que les hiciera querer escapar de allí. Porque Sebastian podía hacer con ellos lo mismo que le hizo a Johanna, y solo estaba ella para convertir la imagen de Sebastian en la estafa que realmente era.

El resto del día se mantuvo alejada del Equipo, y organizó lo que sería su actual dormitorio. Aunque, primero, se arrancó de los dedos las pegatinas tras varios escabrosos intentos y sentir un gélido ardor en las yemas. Luego, con cuidado, retiró las lentillas. Cuando parpadeó, descubrió el mundo menos brillante y nítido, como si le hubieran quitado un filtro de luz de toda la esclerótica. Pero ya no quedaba ningún rastro de mareo residual. Suspiró, convencida.

La Torre Alpha #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora