Capítulo 20

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—Me abrazaste mientras dormías.

Le chocó la naturalidad con la que Carter hablaba. Estaba escondida entre las sábanas hasta los muslos, mientras que él solo vestía una toalla atada a la cintura, recién duchado.

Parpadeó, anonadada y embobada, y le recorrió el cuerpo desnudo con la mirada. Había un par de gotas en camino del suicidio desde la altura del cabello de Carter, y otras deslizándose por su cuello hasta fusionarse en una sola que viajó por el pectoral y se escurrió hasta sus costillas.

—No es verdad —intentó disimular, fingir esa sonrisa socarrona que salía con naturalidad como si le dijese que roncaba de noche.

—Sí, lo es.

Olaia puso los ojos en blanco y notó cómo Carter parecía tomarse una eternidad para escoger sus próximas palabras, así que se preparó para cualquier cosa que se le ocurriese soltar.

—¿Te arrepientes?

La sinceridad de su pregunta la tomó por sorpresa. No esperaba que llegase a profundizar en su mente con tanta rapidez. Aunque no, no se arrepentía de haberle besado, ni de haber temblado cuando sus manos tocaron su cuerpo, ni de haber acabado enredada en su cama con el resto de su ropa desordenada. Pero el sólo pensar en Johanna... Le hacía sentirse sucia y culpable, una traidora, como si su piel estuviera repleta de hollín y no pudiera deshacerse de las manchas ni con toda la fuerza con la que restregarse el jabón.

Miró al chico a los ojos y negó muy despacio con la cabeza, porque suponía que podría captar sus pensamientos. Lo que también le preocupaba, con la pregunta que había lanzado al aire con tanta honestidad, era que hubiera olvidado lo que sentía por Johanna, o que estuviera jugando con ella, o mucho peor: que de verdad se preocupase y hubiera empezado a sentir lo mismo que ella sentía por él.

El recuerdo de lo que habían compartido fue como un jarro de agua helada en verano, agradable pero inesperado. Después de irse a la cama y que él se durmiera tuvieron una graciosa escena tapados bajo la manta.

—Olaia, ¿puedo preguntarte algo?

—Lo que sea.

—¿Por qué no apagaste las puñeteras luces?

—¡Carter! ¡Me has clavado un codo! Pensé que sería algo serio —se encogió con el gesto torcido, molesta.

—Esto es serio; no puedo dormir si dejas las luces encendidas.

Apagó las luces y se volvió a acostar a su lado entre risas silenciosas. No faltaron las caricias, algún beso fugaz e inocente, y conversaciones sinceras y abiertas. Era un Carter muy diferente al que había conocido en su primer encuentro.

Desechó en una fracción de segundo aquella escena graciosa entre ambos antes de dormir porque una gran parte de ella le pedía a gritos que se olvidara de su misión, que se olvidara de quién era y se pudiera centrar en una normalidad estereotipada junto a alguien. Y quizá ese alguien era Carter.

Quizá.

Se incorporó enseguida, torpe e insegura, para recuperar su ropa.

—Si hice algo que... —carraspeó aún sorprendido.

—Tranquilo, no pasa nada —le interrumpió mientras palpaba el tacto y la textura de la camiseta. Desde la altura de las manos llegaba el olor a Carter hasta las aletas de su nariz—. No quiero que pienses que me arrepiento. Creo que sabes lo que pienso —sin dejarse de rodeos, se puso la camiseta de Carter delante de él y se recogió el pelo—. ¿No crees que será mejor que me ponga mi ropa para que no sospechen?

La Torre Alpha #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora