Capítulo 16

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No recordaba muy bien cómo ni por qué, pero fue una limusina la que paró frente al edificio. Sus curiosos ojos de niño que inspeccionaba todo a su alrededor quedaron eclipsados por las ventanas tintadas y el dibujo de los neumáticos sobre la gravilla.

Apenas fueron unos segundos los que rompían la calma de la tarde: la lluvia mojaba los pastos, el viento soplaba contra sus cuerpos y aullaba entre las enclenques vigas desgastadas del edificio sobre polvo, yeso y restos de baldosas rotas. Una mujer, cuyo rostro olvidó a medida que creció, le tenía cogido de la mano, igual que a Flint. Una de las puertas de la limusina se abrió y un chofer, vestido con un traje entero de negro azabache, desplegó un paraguas blanco radioactivo.

Un hombre salió de los asientos traseros y se apeó junto a la limusina. Sacó un pañuelo blanco hueso bordado con hilo dorado. Peter se fijó en aquellos detalles en cuanto el hombre dio unos pasos hacia ellos. Su mano se extendió hacia la mujer, quien agradeció algo que nunca entendió, y Peter, intrigado y con el ceño fruncido, clavó sus ojos en la mano envuelta por el pañuelo.

—¿Dice que este es el bueno? —El hombre, sin levantar la voz, le señaló.

—Así es, señor —luego, levantó la mano con la que sujetaba a Flint y lo movió—; este es el que da más problemas. Es un granuja.

El hombre ignoró lo que la mujer dijo. Se agachó, en cuclillas, a mirar a Peter hasta quedar a su altura, frente a su campo de visión, en la plenitud de todos los huecos vacíos que sus ojos íntegros de aguamarina intentaban comprender.

—Bien, bien... ¿Cuál es tu nombre?

Peter no contestó. Para la mujer debió ser una falta de respeto.

—Peter. Peter Collins —respondió por él.

—Y ambos mellizos... Bien... —El hombre volvió a incorporarse. Intercambió un par de frases con la mujer y esta les soltó las manos—. A partir de hoy tendréis un hogar mejor.

Flint se agarró a la muñeca del hombre envuelta por un puño de camisa terso y cerrado con un gemelo de un color oliva, mientras que Peter se sostuvo entre los dedos de su hermano, y se sintió de pronto desprotegido y sin nada bueno a lo que aferrarse. El hombre le entregó el pañuelo al chófer y a cambio éste le ofreció el paraguas abierto para que, hombre y niños, se resguardaran de la lluvia hasta entrar dentro del coche.

Cerró la puerta y no tardaron en quedarse dormidos. No recordaba por qué la mujer se desplomó en silencio y por qué nadie, ni el hombre ni el chofer, intentaron ayudarla. Solo que tiempo después, cuando despertaba, la limusina llegaba ante un aeropuerto y una dama les recibió con un cariño inusual. Tras bajar del avión, se enfrentaron no mucho después a un alto edificio y a dos mujeres ataviadas con un delantal que les animaban a salir con dulces y caramelos. Flint escogió una piruleta de frambuesa y un cuaderno para colorear, mientras su hermano, reticente, miraba hacia atrás al hombre de la limusina, que les sonreía de una forma poco cálida tras sus gafas tintadas, y cerraba la puerta.

—Esta será vuestra nueva casa.

El chofer se encerró en el asiento del conductor y así Peter, sin saber nada más del mundo que dejaba atrás, observó cómo el hombre elegante se marchaba en su magnífico coche.

—Estamos bien aquí —era la voz de una niña. La única entre las mujeres. Ojos grandes, pelo revuelto recogido en dos coletas a los lados con el cabello rizado y dorado, le faltaban dos dientes de su sonrisa y era más alta que ellos. La chica le inspeccionaba detrás de una caja de gominolas—. Soy Hailee. Os voy a presentar al resto de niños.

Algo en él cambió, una extraña calidez que nunca sintió junto al otro hombre gracias a la cercanía de Hailee. Como si de pronto toda su vida, el sentido de la niñez y la palabra hogar se hubieran reducido a la amabilidad de una niña que le cogió de la mano y le inyectó una dosis excesiva de seguridad.

La Torre Alpha #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora