CAPÍTULO II: Lively

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El triste y apagado cielo lloraba, como lo había estado haciendo los últimos días, mientras a la par se escuchaban los relámpagos que surgían de la tierra y se elevaban por lo alto.

La joven Eileen, bañada en un frío sudor se removía incomoda en sus cobijas, con unas inmensas ganas de vomitar y un gran dolor de cabeza. El amargo sabor del vomito recorría toda su garganta, amenazando con salir en cualquier momento.

A lo lejos, una fuerte campanada comenzó a sacudir el lugar, haciendo retumbar la habitación, inundándola con el sonido resonante de la campana. Eileen frunció el ceño, negándose a levantar, cubrió su cuerpo por completo con sus viejas y cálidas sabanas.

Pronto una segunda campanada tuvo lugar, algo que acrecentaba su dolor de cabeza, el cual era como si le estuvieran perforando. Otra vez una campanada apareció, lo cual hacía a Eileen querer llorar debido al dolor que aquel molesto ruido le causaba.

Débil y cansada se sentó sobre su cama, mirando por la ventana de la habitación. Algunas de sus compañeras de cuarto se encontraban dormidas mientras otras tantas ya se encontraban fuera de cama.

El tiempo había pasado tan deprisa, la niña Eileen ahora era una joven de dieciséis años. 

Desde el trágico accidente que acabo con la vida de su padre, Eileen pasó su tiempo en un orfanato a las afueras de Farha, llamado Lively.

Lively era un lugar grande, amplio y acogedor para que los niños se sintieran cómodos durante su estancia ahí. Era una enorme casa apta para recibir a más de cincuenta personas, y se encontraba justo en medio de un pequeño bosque, el cual era propiedad de Lively. Aquello era muy agradable para los chicos, podían pasar gran parte de su tiempo jugando y conviviendo con la naturaleza, algo que les encantaba, al final, eso era lo único que importaba en Lively, la comodidad de los niños.

Ahí, Eileen fue criada y educada por dos grandes mujeres. La señorita Carson, una mujer joven de no más de veintisiete años, de complexión regordeta, con grandes ojos tan oscuros como la noche, y de apariencia pálida. Por otro lado estaba la señora Butler, una anciana de sesenta y cinco años, una estricta mujer, tan arrugada como una pasa, con un cabello plateado siempre recogido en un moño bajo y unos ojos que parecían penetrar lo más profundo de tu ser. Ambas mujeres se encargaban de cuidar a todos los niños que llegaban a Lively, el orfanato.

Eileen creció por primera vez rodeada de más gente, conviviendo con personas de distintas edades, pero debido a su estilo de vida, Eileen sabía que no debía encariñarse mucho de la gente que la rodeaba, pues tarde o temprano se terminarían yendo para no volverlos a ver. La mayoría de los chicos crecían ahí hasta cumplir la mayoría de edad, entonces, ellos salían a buscar distintas oportunidades fuera del orfanato. Otros tantos tenían la suerte de ser acogidos por familias que buscaban darles un hogar propio. Así, Eileen prefería mantenerse alejada de las personas, por miedo a ser separadas de ellas.

Aunque a pesar de todo, ella veía a los niños de Lively como sus hermanos, algo que muy en el fondo le emocionaba, ya no estaría más sola.

Eran poco más de las siete de la mañana, Eileen se levantó de la cama tratando de no despertar a sus dos hermanas y se coloco sus zapatillas. A pasos lentos comenzó a caminar hacía la puerta, sintiendo que en cualquier momento caería al suelo. Incluso mantenerse de pie le provocaba un inmenso dolor.

Como pudo bajó al comedor, donde ya todos sus hermanos estaban esperando el desayuno sentados alrededor de una gran y larga mesa de madera de roble que se encontraba justo en la cocina.

– ¡Eileen! Por dios, estas tan pálida – La señorita Carson tocó su frente, comprobando su temperatura - ¡Y estas hirviendo! ¡Debiste quedarte en cama!

Colors: La resurrección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora