CAPÍTULO III: La fiera oculta

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– Yo, Eileen Growney – Su palma se elevaba en el aire mientras miraba fijamente a la señora Butler– juro solemnemente nunca más desobedecer las reglas.

La fría mañana transcurría con normalidad en Lively, Carson preparaba el desayuno mientras los niños hacían sus tareas matutinas. De nuevo, el sol estaba oculto detrás de un espeso grupo de nubes llorosas, las cuales se dignaban a soltar sus lágrimas por toda Farha.

Por otro lado, Butler sermoneaba a Eileen por romper las reglas del orfanato, haciéndola prometer nunca más desobedecerla a ella ni a Lively, enseñándole también que las mentiras eran malas.

Eileen no prestaba mucha atención a los regaños de Butler, su mente se mantenía ocupada divagando entre los recuerdos de lo que había ocurrido anoche. Tratar de dar sentido a lo que vio era algo difícil, casi imposible; no había una explicación lógica a su extraño encuentro.

Ni siquiera se encontraba segura de que lo que paso era real, sólo había una pequeña y delgada línea separando la ficción de la realidad.

– Puedes sentarte a desayunar. – Ordenó Butler.

Con un pequeño movimiento de cabeza, Eileen asintió, encontrando lugar en la mesa junto a sus dos hermanas, Bethania y Cala, quienes no parecían estar muy interesadas en el desayuno, ni en Eileen. Mientras tanto, la alegre Carson trataba de animar aquella triste e incómoda mañana que Butler había ocasionado.

Con un poco de movimiento de caderas y un extraño bailoteo que hacía mientras recorría de un lado a otro la cocina, inició un feo y desafinado canto, el cual ocasionó las risas de todos los presentes.

– ¿Ven? Una risa siempre puede salvarlos de sus peores momentos. – Sonrió – Nunca lo olviden.

Se produjo un silencio que llenó por completo la cocina, las risas cesaron de un momento a otro y lo único que podía escucharse era el ruido de la lluvia golpeando contra los vidrios de las ventanas. Por supuesto era relajante y tranquilo para Butler, quien mostraba una pequeña sonrisa que escondía detrás de su periódico.

Carson, resignada a mantener aquel incómodo silencio, comenzó a servir el desayuno, mientras los chicos que faltaban iban llegando de uno por uno al comedor. De pronto, el ruido de unos pequeños pies golpeando contra la vieja madera comenzó a escucharse a lo lejos y, antes de que Eileen pudiera reaccionar, un pequeño niño entró a la cocina a paso apresurado. 

Podía apreciarse que acaba de despertar, incluso había unas cuantas lagañas en sus ojos saltones.

– ¡Lo han vuelto a hacer! – Gritó con emoción.

Butler bajó lentamente su periódico y miró con desagrado al pequeño niño, como si quiera matarlo en ese mismo momento por acabar con la paz y tranquilidad que había. Sin embargo, el joven ni siquiera se percató de la fría y dura mirada de Butler, sólo siguió hablando, esperando que alguno de los presentes le hiciera caso.

– ¡Los Divinos lo volvieron a hacer! – El joven niño parecía muy entusiasmado, temblando un poco de la emoción – ¡Lo dijeron en la radio!

Eileen observó a su alrededor, percatándose que nadie en la cocina prestaba atención a lo que su pequeño hermano Barnaby decía. Todos ignoraban por completo al niño, como si no existiera.

Con tristeza, Barnaby tomó asiento y bajó la mirada, observando solo su tazón de avena. Él era un chico solitario, todos en el orfanato siempre lo evitaban, por lo tanto, el niño empleaba su tiempo en otras cosas, dejaba volar su imaginación y se perdía en ella, siendo esta su manera de escapar de su triste y sola realidad. No tenía mucho tiempo en el orfanato, había llegado apenas el año pasado, al parecer, sus padres murieron en un trágico accidente, dejando huérfano al joven Barnaby a la edad de 6 años, lo que hacía que Eileen sintiera tristeza y compasión por él, porque, en cierta parte le recordaba a ella.

Colors: La resurrección.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora