33 | Estrellas fugaces

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33| Estrellas fugaces

KEVIN:

Sonreí en un esfuerzo por eliminar todos los nervios que acaparaban mi interior, pero, pocos segundos después, solté un gruñido pensando en que debía parecer un auténtico estúpido. Me centré en regular mi maldita respiración alocada y me obligué a pensar en otra cosa que no fuera el lugar hacia el que me encaminaba.

Mi madre me había pedido como favor extremadamente grande y excepcional que llevase a los padres de Halley una buena bandeja de dulces horneados porque había hecho para un regimiento y nadie en mi casa iba a terminarse eso. Como ella llegaba tarde a la biblioteca y mi padre tenía turno en la comisaría no me quedó otro remedio que llevarlos yo mismo, puesto que como se enfriasen no tendrían el mismo sabor y a mi madre podía darle un infarto por el mero hecho de pensar en que a alguien podría no gustarle sus creaciones culinarias.

Así que aquí me encontraba, caminando hacia la casa de la chica con nombre de cometa que tantos suspiros de frustración y de encanto me había arrebatado.

Habíamos pasado por mucho, ya que nos conocíamos desde que éramos unos infantes que caminaban de forma extraña puesto que nuestra cabezota era más enorme que nuestro cuerpo y tendíamos al desequilibrio. Sabía que en ocasiones no me había portado muy bien con ella, era consciente de ello y me había disculpado por aquel encontronazo de hacía unos meses. Halley era alguien demasiado importante para mí, tanto que, durante las semanas que estuvimos sin hablarnos sentí que me había quedado vacío. Y no supe lo que significaba aquello hasta el momento en que decidí marchar a su casa a pedirle disculpas y la vi detenerse tras la puerta después de abrirme.

Era amor. Otro tipo de amor al que yo estaba acostumbrado.

Era de ese que te hacía querer desatar mil locuras con tal de hacer sonreír a la persona que más querías. De ese que te convierte en alguien mejor. Del tipo que describían aquellos libros cursis de los que Halle, mi insufrible hermana, hablaba tanto.

Y en aquel momento tan solo quise correr y esconderme. Porque tenía miedo, mucho miedo. Estaba acojonado. Pero me tragué aquel sentimiento porque sabía que debía disculparme o de lo contrario enterraría en vida mi relación con ella por ser el orgulloso de mierda que siempre había sido.

Y cuando la vi con aquel chico...

Fue justo entonces cuando empecé a darme cuenta de que mi corazón latía de una forma inusual y que la responsable de ello era Halley.

La chica de las estrellas, según la llamaba aquel... Vagabundo de iris pitufos.

Agh, cómo lo odiaba y tan solo había tenido la oportunidad de enfrentarme a él en dos ocasiones.

¿Cómo era posible que una chica tan especial como Halley hubiera podido confiarle sus problemas a un chico como él? No entendía nada, pero estaba seguro de que tan solo eran imaginaciones mías, porque había sentido como la chica de cabellos lisos que se los rizaba muy a menudo porque adoraba su melena de león me correspondía en silencio.

Solo tenía que esperar el momento adecuado para decirle lo que sentía.

Y esperaba que fuera hoy.

Cuanto antes mejor si eso significaba ganar terreno a aquel guitarrista del cuartillo de atrás.

Lo había pensado mientras mi madre me indicaba donde se encontraban los pasteles que debía llevarle a casa: los entregaría, pediría a Halley hablar a solas un momento y le contaría cómo me sentía. Después de eso le explicaría que había sido un estúpido con ella y que quería arreglar eso, que tenía todo el tiempo del mundo para pensarlo y darme una respuesta, que no quería incomodarla, pero que quería todo lo que llevase su nombre.

La Mecánica de los Corazones Rotos ✔  [#HR1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora