06| Último año, ¿eh?
HALLEY:
Para cuando desperté y percibí la luz iluminando cada rincón de la habitación ya había soltado un gemido y cerrado los ojos con fuerza mientras sentía una enorme punzada en la cabeza que me provocaba un profundo malestar. Me cubrí enseguida la cabeza con una de las pequeñas almohadas con las que duermo —necesitaba abrazar algo para conseguir dormirme—, y me abracé a otra tratando de evadirlo todo de nuevo, pero, al notar nuevamente aquel horrible dolor suspiré frustrada al descubrir que no lograría volver a conciliar el sueño.
Era de esperar, había pasado casi veinte años de mi vida pasando por lo mismo. Siempre había sido una persona madrugadora hasta los dos últimos años antes de entrar a la universidad. En aquel momento mis horas de sueño estaban un poco trastornadas y, como no dormía lo necesario por tratar de pasar todos aquellos exámenes con éxito, levantarse temprano dejó de ser algo que me calificaba de especial entre toda la juventud que siempre decía levantarse a horas tardías o incluso después de la hora de comer.
Yo no era así, dormía quizás un par de horas más que antes, pero no era capaz de pasar tanto tiempo entre las sábanas. Hasta ahora.
Me sorprendí a mí misma cuando quise continuar durmiendo y haciéndole caso omiso a mi cabeza, pero tal y como esperaba no lo logré y permanecí dando vueltas en el colchón hasta que mi madre entró a la habitación:
—Halley, ¿estás bien? Son las doce de la mañana y no has bajado a desayunar pensé que irías a corr... ¿Qué narices haces con una almohada en la cabeza? Vas a asfixiarte —me reprendió casi sin darse cuenta de ello y yo sonreí inconscientemente con la cabeza aún bajo la almohada.
Estaré a punto de cumplir los veinte años, pero ella seguiría preocupándose por cosas como esta toda su vida. A veces la labor de una madre no es del todo bien compensada y aunque nuestra relación hubiese pasado por muchos altibajos —las dos éramos muy pero que muy diferentes—, y pareciese despedazarse cada vez más con cada llamada y cada discusión telefónica en casa, mi madre era una de las personas más importantes para mí en este mundo.
Me gustaría decir que esto último no era cierto, que aquellas llamadas no nos alejaba cada vez más, milímetro a milímetro, porque ni siquiera van conmigo o con mi padre pero mentiría porque, aunque todas aquellas palabras repletas de ira y sentimientos vacíos no estuvieran dirigidas a nosotros, convivir con ello se hacía cada vez más imposible, nos arrebataba el aire para respirar pero ninguno de nosotros se atrevía a hablar de ello porque, después de que la línea quedase vacía, papá y yo nos aferrábamos como podíamos a la efímera sensación de tranquilidad y paz que rodeaba la casa ahuyentando los nervios mientras él trataba de tranquilizar a mamá.
Odiaba que aquel hombre la llamase constantemente para tratar de recuperar su vida tal y como antes y, sobre todo, odiaba que nos arrastrara a mi padre y a mí por los suelos para tratar recuperarla haciéndola sentir como que toda su vida, nosotros, era un error. Porque no era así. Éramos la clave para hacerla sonreír en cualquier día de tormenta, la clave para hacerla reír y hacer que sus pequeños debates internos acabaran saliendo a la luz una y otra vez. Me encantaba ponerles solución con papá e incluso teníamos una especie de competición para ver quién lograba apuntarse más interrogantes resueltos. Algo bueno teníamos que intentar sacar de todo aquello para no hundirnos con el barco y tratar de mantenerlo a flote.
La historia de mamá es larga y demoledora, aunque la resumiré para no abarcarme de nuevo en el recorrido del dolor que suponía para mí volver a reproducir las imágenes de aquellas conversaciones en mi cabeza. Estuvo con aquel hombre que la maltrataba día tras día hasta que una mañana decidió acabar con todo aquello y se alejó de él. Meses después conoció a papá y construyeron una vida juntos, después nací yo. Mis padres habían llevado las cosas un poco aceleradas, pero era porque estaban seguros de que se querían. Cuando cumplí los doce aquel hombre al que yo no conocía de nada comenzó a llamar. Mamá comenzó dándole largas, pero no lo logró durante demasiado tiempo. Aquel tipo encontró a mi padre y le bombardeó a preguntas. Desde entonces continúa llamando y aunque mi madre trata de ponerle freno cuando estoy delante, no lo consigue, aunque aprecio el detalle.
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La Mecánica de los Corazones Rotos ✔ [#HR1]
RomanceHache sabía que la vida era dura, incluso antes de que todo ocurriera. Quizás por eso nada le sorprendió. Trata de evitar mostrar lo que lleva dentro porque, todo lo que tiene es un caos que podría arrastrarlo todo. Por eso prefiere vivir en la mono...