5.

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Capítulo cinco.

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Los ojos del rubio se mantuvieron fijos al frente, pero había sentido el aire que el cuerpo de Kidara dejó en cuanto pasó justo a su lado. Escuchó sus apresurados pasos subir por las escaleras... Se quedó inmóvil, sus puños aún se apretaban entre si, al igual que su mandíbula. Nuevamente se debatía el hecho de seguirla o quedarse ahí, limpiando la mesa y haciendo como si nada pasó, pero ¿por qué le importaba tanto? Quizá era su "instinto" de hermano mayor el que le dificultaba el hecho de dejar a Kidara subir molesta a su habitación.

–A la mierda. –Susurró para mi mismo, se levantó de la mesa y antes de subir bebió lo último que quedaba en la botella de vino. Subió con calma hasta la habitación de la morena, la puerta estaba abierta y dejaba salir un hilo de luz. —¿Qué haces, Kidara?—Habló en un suspiro, mientras que presenciaba a la morena empacar un par de mudas de ropa en una pequeña mochila ¿De verdad planeaba irse?

—Me voy, ¿es que no ves?—La voz de la morena sonaba demacrada.

–¿A dónde vas?—Preguntó el mientras que recargaba su cuerpo en el marco de la puerta y cruzaba sus brazos a la altura de su pecho.

Quieto en el marco de la puerta, Allen observó con detenimiento a la morena, quien con movimientos inútiles y temblorosos metía cosas sin cuidado alguno a su mochila. Estaba desesperada por salir, eso era más que evidentemente... O, mejor dicho, estaba desesperada por alejarse de el. En aquel momento Allen se cuestionó el por qué, ¿Por qué ella se marchaba? Después de todo, era el quien había resultado herido, o por lo menos eso era lo que el creía...su egoísmo era grande, tanto que no habría de admitir lo hiriente de sus palabras.

–No. —Escupió Allen, de forma rotunda. —Tu no irás a ningún lado, Kidara. —Soltó, a la vez que se alejaba del marco para adentrarse por completo a la habitación. Detrás de el, cerró la puerta de un fuerte golpe hasta colocarse justo frente de ella; la miró de arriba abajo, sus ojos la observaron a detalle, desde sus zapatos hasta la humedad que se encontraba en sus mejillas. Allen quería acariciarlas, deseaba subir su mano hasta ellas y limpiar todo rastro de dolor que había provocado, pero hasta ese momento se contenía, no iba a ceder, o por lo menos eso esperaba.

Y entonces, Kidara explotó.

—¡Quiero estar lo más lejos posible de ti porque tú me dañas, Allen! ¡Me destrozas y ni siquiera tienes la decencia de darte cuenta, maldita sea! —El alivio que se marcó en su rostro después de sus palabras, fue aterrador. —Yo...yo...¡¿Es qué acaso no ves lo que me haces?!

—¿Lo hago? —Cuestionó el, con tranquilidad, dando nuevamente un paso al frente. No era estúpido, era consciente del poder que sus palabras y acciones tenían sobre Kidara, las cuales solía ocupar a su favor, pero, justo como el tenía un cierto poder sobre Kidara, ella también lo tenía sobre el. La simple presencia de la muchacha tenía control sobre el...Como ahora, teniéndola tan cerca perdía por completo la razón de lo pasaba a su alrededor, ahora lo único que importaba en el pequeño y cerrado mundo de Allen...era ella.

«A la mierda la consciencia» pensó, mientras que de forma hábil su mano envolvía la delgada silueta de su Kidara. ¡Joder, se sentía como el paraíso! Tocarla de nuevo se sentía como el maldito cielo. Kidara era su paraíso y su infierno personal.

«Lo hará otra vez» Pensó entonces Kidara. Pues ahí estaba su hermano de nuevo, tocándola con su calidez tan propia que la volvía incesantemente loca solo con el único fin de que no fuera plenamente consciente de la honestidad con la que iba a hablar, él lo hacía para que el golpe de sus palabras fuera más llevadero. Y ella lo sabía porque esa no era la primera vez que lo hacía. Y, porque, siempre le funcionaba de maravilla...

—Me doy cuenta de lo que hago, Kidi.—al decir aquello, Allen sintió un escalofrío recorrer por completo su cuerpo. Su boca, sus labios, todo su ser se deleitó en cuanto mencionó aquel mote, Kidi, amaba llamarla así, pero debido a las situaciones que se presentaron, había dejado de llamarla de aquella forma...hasta ahora. Después de todos estos años, volvía a llamarla de la misma forma que cuando estaban juntos, cuando se encerraban en cualquier lugar que parecía seguro para darse solo un pedazo de todo el amor que se tenían.

El cuerpo de la morena se tambaleó ligeramente, preso del sentimiento que removió hasta sus células al escuchar...al volver a escuchar su voz en aquel diminutivo con el que el rubio solía llamarla. Por inercia, Kidara apoyó las palmas de sus manos en el pecho de Allen, y con sus emociones a flor de piel, solo atisbó a intentar desviar la mirada. ¡Y es que no podía volver a caer tan fácil en las redes de Allen!

La mano del rubio apretó su agarre en lo delicada de la cintura de la morena, Allen había olvidado lo frágil que se sentía. Atrajo hacia si el cuerpo de Kidara, quitando así cualquier espacio que pudiese impedir que estuviera cerca de ella. La mano libre del rubio subió hasta la mejilla de Kidara, dónde acunó la misma con ternura. La acarició con suavidad, con lentitud...quería sentir nuevamente lo suave que era su piel, llevaba años anhelando eso, solo una caricia.

Carajo, Allen estaba en el maldito paraíso.

La estaba tocando, la sentía como antes. Creía ser fuerte, creía tener una fuerza de voluntad enorme, pero con Kidara cerca dudaba de ello, toda su fuerza de voluntad, al igual que su razón se perdían con tan solo tocarla.

De pronto, estaban tan cerca que solo hacía falta un mísero centímetro para que no se detectara donde empezaba el cuerpo de la morena y terminaba el del rubio. Solo un diminuto centímetro que los alejaban del toque tan necesitado, que ambos esperaban con tales ansias que se ensimismaba en ocultar hasta para ellos mismos.

—¿No lo haces?—Susurró ella, tomando en puños la camiseta de Allen, con fuerza.—Entonces dime por qué me duele. Dímelo, Allen, ¿por qué me duele tanto?

Kidara lo miró a los ojos, con una profundidad consumidora, donde creía que se lograba entrever lo honesto de las débiles palabras que había susurrado.

—No te atrevas a decir que te hago mal, Kidi. En el fondo se que no lo hago. —Musitó con sinceridad. La idea de hacerle mal lo aterraba, no soportaría que Kidara afirmara aquello, Allen se negaba a creerlo. —¿Te hago mal? Quiero que me lo digas, joder. —Habló, esta vez acercando su rostro hasta el de ella. Sus ojos la miraron con atención, mientras que la mano que mantenía en su cintura la apretaba más hacia si mismo, como si aquella cercanía no fuera suficiente.

—Me haces bien. —Terminó por admitir. —Pero... me hieres más de lo que me mantienes sana.

B, Yil & Xchel.

Inmarcesible. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora