8.

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Capítulo ocho.

Capítulo ocho

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En cuanto la morena abandonó la habitación, Allen no dudó ni un solo segundo en adentrarse al baño; retiró su ropa con rapidez y, algo más, quizás era, ¿Molestia? ¿Decepción? ¿Arrepentimiento? Desconocía el remolino de emociones que se encargaban de abatirlo desde dentro. 

Estaba frustrado, frustrado por la debilidad que había demostrado, por la poca falta de autocontrol y por el poco respeto que había hecho a su promesa inicial... pero, también debía ser sincero, estaba frustrado por ser aquello que constantemente lastimaba a su dulce morena.

 A su frágil e inocente Kidara.

Allen esperaba que el agua se llevase todo mal sentimiento, que no solamente fuera eso lo que se fuera por el caño, sino también, la pesadez y el cargo de consciencia que ahora tenía dentro, pero él sabía que era imposible, sabía de antemano que borrar aquello no sería fácil. Al cerrar los ojos lo único que podía visualizar era a ella, a su Kidi, vistiéndose de la forma más rápida posible, se había percatado de cómo sus ojos se habían aguado. Había notado en su rostro tristeza, decepción, cosa que solamente él le provocaba de forma constante. 

Él sabía que la amaba, incluso más de lo que él podía llegar a amarse y odiaba admitir aquello. Odiaba volverse vulnerable, al igual que odiaba verse de la misma forma. Allen había entendido que el estar cerca de ella lo hacía flaquear, cambiaba el prospecto con el cual él se había marchado.

 Le quitaba el odio que llegó a sentir por ella y solamente lo llenaba de una extraña paz. El no permitiría que pasara de nuevo.

Salió de la ducha y decidido en su nueva postura se vistió con rapidez. Arregló su cabello y cambió aquella cara de maldita persona atormentada. Allen había jurado que aquel día sería el único en volverse vulnerable de nuevo, no planeaba atormentarse nuevamente, tampoco quería volver a sentir culpa.

―No me esperen a cenar, algunos amigos han preparado una fiesta para celebrar mi regreso. ―habló, mientras de forma lenta bajaba las escaleras. Su madre lo había mirado con mera desaprobación, desde más joven el recordaba lo difícil que era aquello, sus padres no estaban demasiado contentos con la vida de Allen.

―Acabas de llegar Allen, este tiempo deberías dárselo a tu familia... No a un grupo de vagos que solamente saben embriagarse por cualquier mínimo pretexto. 

El rubio frunció su ceño de manera desinteresada, había visto aquella mirada fúrica que su madre le había lanzado, pero no importaba, Allen necesitaba alguna distracción, el día de hoy, a pesar de aún no terminar, estaba comenzando a ser demasiado largo para su gusto. Planeaba responder a aquel comentario, pero realmente no tenía forma alguna de excusarse, tenía razón. El mismo buscaba cualquier pretexto para llenar su sistema de alcohol y alguna que otra droga que sólo adormecían sus sentidos. Guardó silencio.

Por otra parte, al bajar las escaleras, las palabras de su madre fue lo primero que Kidara escuchó. No debería sentirse bien por lo que su madre le decía a su hermano mayor, pero lo hacía. Por dentro, una calidez la recorrió en aquel mismo instante. Una calidez peligrosa y maliciosa. Diferente.

Inmarcesible. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora