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Capítulo nueve.

Capítulo nueve

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Allen no había mirado a Kidara desde que el nombre de Scarlett salió de sus labios. No necesitaba mirarla. Sentía ese frío en la cocina, ese silencio de parte de la morena, además de sentir una tensión garrafal. Aquella tensión le causaba escalofríos a Allen, lograba que los cabellos de su nuca se erizaran, pero ya no había vuelta atrás. Allen la mencionó con toda la malicia posible. La quería herir. Quería herir a Kidara. Quería que se arrepintiera, de tan siquiera, pensar en un hombre que no fuera él.

Odiaba que una idea como esa hubiese surcado por la mente de su Kidara. Detestaba por completo que Kidara le desafiara de aquella forma; le resultaba aceptable el hecho de que le gritase o quizás despreciara la presencia de él, pero no le resultaba fácil, sinceramente era una porquería el tener que escuchar que Kidara podía ser capaz de querer a alguien más.

Era enfermizo, si. Pero él la había tomado como suya hace años, nadie iba a arrebatarle eso. Ni siquiera sus padres. O el imbécil de Eros. Nadie podía arrebatarle eso.

―¿Traer a Kidara conmigo? ―Preguntó, aunque lo que dijo su madre era más que claro. No quería llevarla, sabía que si lo hacía eso iba a generar otra grieta en ellos, era una idea terrible, pero Allen sabía que refutarle a su madre sería imposible. ―Si ella quiere... claro que puede acompañarme, aunque no estoy seguro de que sea su ambiente. Kidara es más reservada. ―Intentó con la esperanza de que sus padres desertaran.

La morena seguía en el limbo. Sus orbes castaños admirando la completa desgracia que tenía el suelo. Era inmensurable la idea de que simples palabras podrían apuñalarte el corazón. Pero ahí se encontraba Kidara, deshecha por dentro y, casi, destrozada por fuera. No podía permitirse el derramar una misera lágrima en frente de sus padres, mucho menos ahora en frente de Allen a quien ciertamente; ya no reconocía por completo.

El rubio había llegado hace menos de cinco horas y probablemente ya la había visto llorar más de lo que quería admitir. Kidara era un desastre, un estúpido e insuficiente desastre que no hacía más que parecer débil e inútil en frente de todos. Incapaz.

No tenía ganas de ir a aquella fiesta de la que vagamente escuchaba en la conversación. Porque ahora todo a su alrededor se había vuelto superficial, incluso él, que con su falta de aprecio e interés la estaba volviendo una flor marchita que moría con cada pétalo arrancado con fervor.

Estaba enfuscada en rememorar con lujo de detalles el dolor que su pecho, libre de fallas cardiológicas, emitía de una manera abrasadora. Porque era un dolor emocional que no tenía pastillas para apaciguar, que no tenía cura en su totalidad.

Y le molestaba.

Le molestaba demasiado que a ella le doliera horrores y que Allen parecía no sentir nada. Ni siquiera culpa o arrepentimiento. Ni siquiera una sombra del amor que antes le había profesado.

Aquello le dolía, sí, pero también le daba unas ansias peligrosas de romper su caparazón protector y por una noche, sentirse libre de fisuras y por fin en paz. De lanzarse a la aventura y las deliciosas emociones extasiadas.

Por segunda vez desde que entró a la cocina, Allen le dedicó una mirada a Kidara, sus cejas estaban hundidas y aún la miraba con desaprobación y enfado. —¿Vendrás, Kidara? No puedo esperarte tanto tiempo. Decide ya. —La voz de Allen era seca, estaba molesto y tenía la intención de demostrarlo. Quería que ella lo supiera, que de cierto modo, aquello lo había ...¿Herido?

—Eh... —La voz de la castaña estaba ronca, el nudo en su garganta por las ganas reprimidas de llorar lo habían provocado. La morena era un manojo de sensaciones fúnebres que querían evolucionar y ser sensaciones nuevas. Diferentes. Una fiesta, al final de todo, no estaba sonando tan mal. —Sí, mamá, iré. También quiero celebrar la llegada de Allen con sus amigos. Conocerlos, y todo eso, ya todos somos mayores y no hay tal excusa de que no congeniaremos como las de antes. —Pronunció aquello último mirando de reojo al rubio.

Asintió con rapidez, pareciendo tonta por un segundo. Sin embargo, su madre la miraba con algo parecido a la astucia y al orgullo. En cambio, su padre parecía asustado, preocupado en demasía por las palabras de la morena.

—¿Necesitan condones? —Saltó entonces la señora Lebru'n. Se había levantado del sofá como un resorte y a cada uno de sus hijos ahora le estaba extendiendo tres envoltorios plateados, seis en total. —Cuídense, mis niños que ya están lo suficientemente grandes para intimar.

Okay, eso fue raro.

—Vámonos, Allen, estoy lista. —La ropa no era ciertamente algo para salir de fiesta, pero tampoco estaba mal. Se sentía cómoda y eso le bastaba. Y para lo que tenía planeado era ciertamente un atuendo perfecto.

—Quizás los necesitemos. —dijo el rubio, en espera de obtener otra reacción por parte de su adorada morena. Allen estaba más que molesto, su sangre aún hervía y, si era completamente honesto, aquel internado había sacado lo peor de él. —Andando, Kidara.

Allen abrió la puerta para poderle dar paso. Se encontraba desagradado, no le encantaba la idea de tener que llevar a Kidara a su usual ambiente, conocía a sus amigos y lo patanes que podían ser, como él. Y eso no mejoraba en lo absoluto el ánimo del mayor.

—No quiero que te alejes de mi, Kidara. —Sentenció, mientras que apretaba con fuerza el volante frente a él. —No te quiero por ahí en esa fiesta, ¿Entendiste? —Temía por su "complicada relación" además de que temía por él mismo, no deseaba ver a Kidara involucrada con nadie de esa gente. En aquel momento pensaba de lo más posesivo posible, pero en verdad no deseaba que Kidara se viera rodeada de alguien más que no fuera él, que respirara el mismo aire que alguno de sus bastardos amigos. No quería que la miraran o que le dirigieran palabra, solo los quería lejos de ella.

—No tengo afán de pelear hoy, Kidi. Así que por favor, es lo único que yo te pido.


B, Yil & Chel

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B, Yil & Chel.

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⏰ Última actualización: Dec 15, 2023 ⏰

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