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I N I C I O:

I N I C I O:

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Narrador omnisciente.

El torrente de la lluvia fuerte se hacía cada vez menos brutal a medida que los hermanos Lebru'n entraban a su hogar luego de disfrutar inocentemente de las gotas que liberaba el cielo gris en el pueblo de Everville. Aquel lugar siempre gozaba del mismo estilo de clima; nublado, pero rara vez llovía y cuando esto sucedía, los hermanos no dudaban en aprovechar la situación para divertirse bajo la lluvia.

Pero esa tarde fue diferente.

«Esa maldita tarde.»

Esa tarde marcó un antes y un después en la vida de los tan diferentes pero muy unidos hermanos Lebru'n.

—Allen, ¿Puedes decirle a tu hermana que baje? He preparado chocolate caliente para los dos.—La mujer de largos cabellos rubios le habló a su hijo mayor, Allen. Literalmente, su copia masculina, ya que ambos tenían exactamente los mismos ojos azules vibrantes y la misma tonalidad de rubio brillante en sus suaves hebras.

Con solo quince años, el mayor de los Lebru'n era arte para la vista.

Alena amaba a sus tres hijos por igual, pero tampoco podía ocultar que tenía cierta debilidad por su primogénito.

—Ajá.—Allen asintió en respuesta, acatando la orden de su madre sin importar que su caminata rápida dejara todo un sendero mojado de sus pasos. Allen siempre obedecía su madre, no estaba avergonzado de admitir que era el mimado de mamá y que pensaba que siempre lo sería.

Sin embargo, lo que Allen no esperaba era que al tramar una pequeña bromilla inocente para su hermana menor mientras se escabullía silenciosamente detrás de su puerta para asustarla...

...lo que se encontrara fuera algo que lo dejara sin palabra alguna, y con un increíble nudo en el punto central de su garganta, con su mente en blanco y un sinfín de cosquilleos que lo recorrieron por todo su cuerpo.

La pequeña Kidara estaba observando su desnudez con sus grandes ojos marrones a través de su espejo de cuerpo completo, con sus labios entreabiertos mientras su mirada se perdía en si misma; como si estuviera juzgándose de manera callada, odiándose en las penumbras de su habitación bañada en el color lila. Kidara se sentía como un ser horrible mientras su reflejo le devolvía la mueca de pesar que esbozó antes de que sus pestañas largas y rizadas se remojaran por las lágrimas que envolvieron sus angelicales ojos.

Allen, en ese momento, pensó que su hermana Kidara estaba demasiado desarrollada para solo tener trece años.

Allen pensó que la piel morena lechosa de su hermana Kidara era sumamente hermosa.

Allen pensó que sus pechos llenos eran mucho más generosos que los que las muchachas de su edad le mostraban en los baños del colegio en busca de su atención.

Allen pensó que el largo cabello castaño de Kidara se veía mágico mientras rozaba el inicio de sus nalgas en unas simples bragas blancas de algodón.

Allen, ese día, dejó de ver a Kidara como lo que era realmente era; su dulce y pequeña hermanita.

Y, esa misma noche, Allen no pudo dormir. Pues la viva imagen de la desnudez de Kidara en su mente era todo un martirio. Cada que cerraba los ojos su mente volvía a evocar la atrayente silueta de lo que representaba todo lo malo y prohibido para el joven Lebru'n.

¿Por qué? porque Allen...porque...

...Allen quería tocarla, quería saborearla, quería saber si su piel era tan suave y cálida como imaginaba...

...Allen la quería totalmente para él.

Y Kidara era su pecado personal...su único y anhelante pecado.

¿Opiniones?

¿Deseos?

B, Yil.

Inmarcesible. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora