11. Entre El Cielo Y El Infierno.

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- ¿Lo tienes?.

- Necesito más tiempo.

- ¡Lo quiero ya!. Termina con tu jueguito pasional y tráeme al chico, él es el punto débil de ese bastardo... Y yo, le haré pagar...

La llamada terminó, suspiró y regresó su mirada a donde yacía su ángel dormido, con las pestañas largas y rizadas sobre sus párpados inferiores, la luz de la luna colándose entre las cortinas le hacen ver aún más divino, los labios rojizos dejando escapar leves suspiros.

Necesita tiempo, él no puede entregar a quién, está muy seguro, es el amor de su vida.

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Mira hacia el frente con desconcierto. La llamada que tuvo antes de regresar no abandona sus pensamientos, un debate interno sobre decir la verdad o continuar con su mentira.

- ¿Pasa algo?.

Escuchó la voz de su cariñito a su lado, esa voz que le hizo olvidar todos los malos pensamientos que se estaban formando en su mente, volteó a mirarle y sonrió, ese chico le regresó la sonrisa, una más grande y amorosa, mostrando las filas de dientes blancos cómo las perlas, sus ojos brillantes y ternura plasmada en ellos.

Iban en su convertible, la ciudad de Los Ángeles les recibe con un sol poniente, las personas caminando con rapidez para llegar a tiempo, un ligero tráfico, tacones y zapatos lustrosos sobre el asfalto, negocios levantando sus cortinas de metal y abriendo sus puertas, cafeterías con más de una mesa ocupada, aroma a chocolate, café y té.

- ¡Avanza, idiota! - Una voz masculina gritó detrás de ellos, Emilio giró su rostro y sonrió con descaro al sujeto histérico en el Ford.

Cómo regalo, se permitió besar con calma a su chiquito para después enseñarle el dedo corazón al tipo de atrás y arrancar su convertible ante las bocinas insistentes.

- A veces las personas no reconocen la belleza tan pura aunque la tuvieran enfrente.

Guiñó uno de sus ojos y manejó con tranquilidad, ese pequeño momento con su pastelito le hizo olvidar por un segundo aquello que abruma su mente.

Al llegar a la empresa de Ernesto, bajaron del convertible, Joaquín se quedó un momento a su lado del auto, apreciando a Emilio, con un traje azul petróleo abrazando su cuerpo, camisa blanca y una corbata gris perla, zapatos igual de blancos y los rizos peinados en una coleta.

- ¿Bajarás o te quedarás viéndome toda la mañana? - Preguntó con diversión, aunque la mirada de su cariñito no era la única sobre él, hombres y mujeres le miraban de arriba a abajo, sorpresa y deseo en cada par de ojos en su figura.

Joaquín, consiente de eso, salió del convertible, el señor Marcos ahora se quedaba con la boca abierta, con su bebé cubriendo su torso con una blusa de encaje negro, jeans de cuero que resaltan sus curvas y zapatos del mismo color, sus rizos estilizados y brillantes, la piel blanca y un choker.

- ¿Ahora quién se quedó viendo? - Dijo con la misma diversión que Emilio utilizó, caminando con seguridad y pasando por su lado.

Antes de pasar por las puertas de cristal, se detuvo, giró su rostro y guiñó un ojo, sonriendo con picardía y encantando de tener a su Daddy con la boca abierta, desbordando un río de saliva, cuanto disfruta de provocar al hombre.

Emilio rió y negó con la cabeza, ese chiquillo sí que sabía jugar sus cartas, le fascina que le provoque, que reviva el fuego que hay en él.

Entrando a la empresa, el aroma a lavanda de siempre se encontraba en el lugar, personas le saludaron con cortesía y una sonrisa, sus piernas seguían a Joaquín cómo las ratas a la flauta de Hamelín, su nariz disfrutando del perfume dulce, debía controlarse, no estaban en el lugar indicado para hacer... Travesuras.

Pequeño Motel | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora