10. Arena Entre Los Dedos.

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El sol calienta su piel.

El agua moja sus manos y en la arena resaltan las huellas de sus pies descalzos.

Se siente en paz, la frescura del mar entra por sus narices.

Entre el sonido de las olas se escuchó una cámara captando una fotografía, inmediatamente levantó su rostro y le vió, en cuclillas a unos cuantos centímetros lejos, con una cámara colgando de su cuello, una sonrisa infantil y ternura en sus ojos, dientes de conejo que los rayos del sol hacen que se vean aún más lindos, la piel brillante de color canela, aquel mismo bañador rojo que conquistó sus sentidos al igual que el bañador de Oliver a Elio.

Se sentía en un sueño, con un hombre exquisito sonriéndole, como si aquello que sucedió en el jacuzzi haya sido parte de otro sueño, un sueño bastante húmedo si se permite la dicha de ser honesto.

- Podrán pasar los años, pero tu belleza sigue intacta.

Emilio habló mientras liberaba la fotografía de su cámara Polaroid, sacudiendola con cuidado, se puso de pie, todo su esplendor iluminado por el sol poniente, sus rizos revoloteando al compás del viento.

El señor Marcos se acercó hasta él y se sentó a su lado, suspirando y apoyándose en sus brazos hacia atrás, dejando que el viento toque su cara y le refresque la piel desnuda de su torso, relajándose y cerrado sus ojos, Joaquín estaba maravillado con esa imagen, su señor lucía tan sereno, las facciones de su rostro tan relajadas.

El sol empezó a desaparecer en el horizonte, salpicando el cielo de tonos rojos a naranjas, dando la bienvenida a la oscuridad de la noche, las olas crujiendo y haciendo que el agua moje sus pies.

Estaba ensimismado, admirado el rostro de Emilio a la luz de la luna llena, una brisa fresca y pasos a la lejanía de las personas que hacía un momento disfrutaban del sol, ver a su Daddy era adicto, con la piel perfecta de su rostro, todos esos detalles, la paz plasmada, Emilio Marcos es más que perfecto.

- Te encanta mirarme y no decir nada.

Una sonrisa surcó las comisuras de su boca y lentamente abrió sus ojos, encantado con el rubor en las mejillas de Joaquín, sus brazos estaban cansados, les dio alivio al acomodarse sobre la arena, abrazando sus piernas y apoyando su mejilla entre sus rodillas.

En su mente llegó una idea, el recuerdo de las acciones de su cariñito cuándo manejaba su convertible, aquella necesidad de que lo tomara a los rayos del sol, entonces le miró, fascinado con el rostro angelical, la mirada miel clavada en la arena mojada.

- Cariñito, ven aquí.

Habló, estiró sus piernas y abrió los brazos, Joaquín se acercó rápidamente, sentándose sobre su regazo y abrazando su cuello con sus brazos, la miel fundiéndose en el chocolate, sus manos recorrían la piel expuesta, disfrutando del estremecimiento, se permitió soltar una risa satisfactoria y que sus dedos se escabulleran en sitios más íntimos por dentro del bañador azul.

Un leve jadeo salió de su boca en cuánto un frío dedo se metió entre sus glúteos, el calor empezaba a emanar de sus cuerpos, sus ojos no dejaban de mirarse, sus pupilas dilatadas y la respiración volviéndose más errática.

Sus labios se unieron, con calma y deseo, todo cómo la noche anterior, esa noche que siempre quedaría en su mente, la noche en que le hicieron el amor por primera vez, sus suspiros quedaron entre sus bocas, todas las sensaciones de la noche anterior regresaban.

Se sentía amado.

Con las manos de Emilio acariciando su piel, palmas frías que se posaban en su espalda baja, dedos escurridizos haciéndole cosquillas, labios delgados con sabor a sal, un beso húmedo y pasional, sin llegar a ser rudo, solo vaivén de labios y lenguas entrelazadas.

Pequeño Motel | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora