09. Jacuzzi.

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Su corazón palpita con rapidez mientras unos labios besan con fiereza los suyos.

No sabía que hora era, pero el sol resplandeciente le hacía entender que era más de mediodía.

Su cuerpo se sentía tan bien, Emilio Marcos, su Daddy, su señor, su amante, le hizo el amor, lento y caliente.

Cuándo los labios abandonaron los suyos, pudo abrir los ojos y presenciar con claridad al hombre frente a él. Con los rizos despeinados, los labios hinchados, un ligero rubor en las mejillas, un iris chocolate casi invisible por lo dilatado de las pupilas, el aliento masculino impactando en su rostro, un exquisito aliento.

- Debemos levantarnos, mañana regresamos a Los Ángeles.

El señor Marcos repartió besos por todo su rostro antes de levantarse, Joaquín abrió en grande los ojos en el momento en que la sabana dejó de cubrir aquel cuerpo, toda la desnudez de Emilio frente a sus ojos, no era para nada extraño pero los rayos del sol iluminando aquel bronceado le hizo babear, un lienzo canela con largas líneas rojas, piernas firmes y un trasero perfecto, caminaba con lentitud, cómo si supiera que toda su atención está en él, incluso giró su rostro y le guiñó un ojo antes de entrar al cuarto de baño.

Se estremeció entre las sabanas y tapó su rostro con una almohada, aspirando el aroma de su Daddy en ella, sus mejillas se hallaban calientes, sus labios con un ardor delicioso, su polla palpitando en contra de las sábanas.

- Anda mi amor, deja que vea tu rostro.

Escuchó a Emilio, destapó su rostro y frente a él se encontraba un Emilio con los rizos sujetados, gotas de agua corrían por su cuello hasta perderse en la mata de vello, su miembro se hallaba cubierto por un bañador rojo, ese brillo lascivo seguía en sus penetrantes ojos, la sonrisa ladina de siempre.

- ¿Acaso te he dicho lo divino que luces cuándo recién despiertas?.

Le vio tomar asiento a lado suyo, los dedos que ayer le hicieron ver las estrellas ahora le tocan el rostro, los nudillos acariciando su mejilla, dedos peinando sus rizos.

Se sentía especial, un hombre fuerte y poderoso le acaricia cómo si fuese la octava maravilla, sin saber que para Emilio Marcos no era la octava maravilla, sino la primera.

- Ven aquí, cariñito.

Emilio metió sus brazos por debajo de la espalda de Joaquín, cargándolo, haciendo que su pastelito rodeara sus caderas con sus piernas y su cuello con sus brazos, se besaban con ameno, el chasquido de sus labios al separarse y volver a unirse, sus lenguas enredandose y leves mordidas y choques de sus dientes.

Joaquín empezó a sentir vergüenza en el momento en que se separaron de su beso y abrió sus ojos, cayendo en cuenta que Emilio se paseaba por su mansión, con su cuerpo desnudo entre sus brazos, las manos grandes de su Daddy cubriendo sus glúteos, pegando su cuerpo más al suyo para evitar que alguien vea su tierna intimidad.

- Señor Marcos... - Chilló, totalmente avergonzado por las miradas que lograba atraer, las personas no parecían inmutarse cómo si fuese normal ver a su jefe pasearse con una persona desnuda entre sus brazos.

- ¿Qué pasa, pastelito? - Se le escuchó tranquilo, eso provocó en Joaquín un poco de enfado.

- Estoy desnudo y no quiero - Frunció su ceño a la par de sus labios, sintiendo cómo Emilio detenía sus pasos a la mitad de las escaleras.

- ¿Así que no quieres? - Habló con un mote de enojo en su voz, jamás le gustó que alguien estuviera en contra de sus decisiones.

- Pudo darme un bañador, estoy incómodo, sus empleadas me observan - Sus ojos se encontraron con los de Emilio, el color rojo cubrió desde el nacimiento del cabello hasta el cuello.

Pequeño Motel | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora