07. Malibú.

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Viaje de negocios.

Siempre ha odiado esa frase dicha por su padre.

Viajar, reunirse con gente llena de dinero, beber, sacar envidias de manera discreta y mucho aburrimiento.

Pero ahora, con Emilio Marcos conduciendo un convertible negro, el sol en todo su esplendor, tener a ese gran hombre a su lado, vestido con una playera polo, los botones sueltos, una bermuda color beige.

Una idea saltó en su mente, mordió su labio inferior de solo pensarlo. Tentar al hombre, hacerle detener el auto y cumplir una de sus tantas fantasías sexuales: Tener sexo en la playa.

Con los pantalones cortos de mezclilla y un top de tirantes color celeste, su mirada fija en su objetivo, acomodándose en el asiento de copiloto, respiró profundamente una última vez, disfrutando de la frescura del mar en sus narices, la mano de su señor Emilio estaba sobre la palanca de velocidades, rozó su rodilla desnuda con los nudillos, sintiendo el frío de los anillos quemar su piel, jadeó ligeramente, repitiendo esa acción, una risa traviesa salió de la garganta de Emilio.

- ¿Así que quieres jugar, eh? - Habló con seducción, mirando de soslayo a su cariñito, sonriendo ladino - ¿Estás tan ansioso que quieres que te tome aquí?.

- Daddy... Por favor, te necesito...

Suplicó, colocando su mano izquierda sobre la entrepierna de Emilio, apretando la creciente erección, el señor Marcos por su parte colocó su mano sobre la rodilla de Joaquín, deslizandola por el muslo, siendo recibida con gusto por su pastelito, una caricia constante, dedos largos paseándose y jugando cerca de la entrepierna.

Joaquín estaba perdiendo la paciencia, la mano en la entrepierna de Emilio entró desesperada, degustando de una erección larga y gruesa, dura como piedra, empezando a deslizar la palma de arriba a abajo, fastidiandose por el control de su Daddy al ni siquiera inmutarse.

La sangre le viajaba por la venas hasta llegar a su polla, tener así de ansioso a su bebé le hacía ponerse más duro y, aunque quiera tomar ahí mismo a Joaquín, debe esperar hasta que lleguen a su casa, donde le hará olvidar hasta su nombre.

- Hemos llegado - Emilio habló, haciendo que Joaquín detuviera su mano, divirtiéndose al verle abrir los ojos enormemente, esa boca tan pecaminosa balbuceando en busca de una respuesta - ¿Sorprendido? - Preguntó con gracia.

Una enorme mansión se presentaba ante sus ojos, un jardín lleno de flores, árboles y césped verdoso, mesas y sillas de descanso, la casa de un color beige con detalles en café.

- Sea usted bienvenido, Señor Marcos.

Habló uno de los guardias al pie del portón, paseando sus ojos entre Joaquín y la mano que aún tenía dentro de la bermuda de Emilio, sonriendo ladino al ver cómo Joaquín se sonrojaba a tal grado que parecía explotar.

Joaquín estaba a punto de liberar su mano, la vergüenza llenaba cada uno de sus poros, siendo detenido por su señor, mirándole confundido y solo recibiendo como respuesta una sonrisa socarrona.

- ¿Todo en orden, Esteban? - Se dirigió al guardia, sin dejar de mirar a su cariñito.

- No hemos tenido ningún inconveniente desde que se fue, señor.

- Bien hecho, Esteban. Por favor, que nadie nos moleste - Apretó la mano que tenía sobre la de Joaquín, guiñando un ojo y ensanchando su sonrisa.

- Así será, señor Emilio.

Esteban asintió, abriendo el portón de reja, dándole total acceso al convertible, Joaquín se deshacía en temblores, sus extremidades vueltas gelatina, solo era consiente del auto desplazándose y deteniéndose a los pocos minutos.

Pequeño Motel | EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora