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1861

Era una tarde tranquila y fresca. El sol se escondía lentamente en el horizonte. Una muchacha de hermosos cabellos rubios  y ojos celestes muy brillantes y llenos de vida, corría por el pasto mientras que era seguida por su nana, que trataba a como diera lugar que se pusiera su chal, porque ya se avecinaba un poco el frío.

—¡Joy! ¡No sea necia, venga acá y póngase su chal! —la rubia se giró a verla con mala cara—. Las jovencitas de su clase no se deben comportar de ese modo.

—Nani, olvida el chal —dijo cruzándose de brazos mientras se acercaba hacia ella—. Que fastidio tener que comportarme como una jovencita de clase.

—¡No sabes lo que dices muchacha! Termina de acercarte para que te pongas tu chal y volver a la casa —la chica terminó de acercarse y acomodó sus brazos para que su nana le pusiera el chal, ya que tanto insistía—. Si tu abuela se llegara a enterar de que te escapaste ¡me colgará viva, muchacha!

—No pienses eso. Mi abuela te adora mucho, sino, ya te hubiera echado a la calle hace ya tiempo —se dedicó a caminar apoyada del brazo de su nana—. Dice que eres una criada muy eficiente.

—Si, pero me han dejado a cargo de una niña muy malcriada a mi parecer —dice la señora morena, a lo que la chica le frunce el ceño.

—Abusadora —bramó, sumamente ofendida—. Da igual como piensas que soy. Me comporto así de tanto encierro. Quisiera salir como lo hace mi primo. A veces hasta quisiera ser un muchacho.

Nani y la muchacha mantenían una rara relación amor/odio. Siempre le llevaban la contraria a la otra, nunca estaban de acuerdo. Si Nani decía que se vistiera con el vestido rojo, Joy le decía que quería el verde, a veces tan solo para hacerla molestar u terminar vistiéndose con otro vestido. Ese era el pan de cada día de aquellas dos.

—¡Que barbaridades dices! ¡Mejor es que te calles y te comportes antes de que tu abuela decida que no vas a al baile.

—Que tonta si crees que mi abuelo dejará que yo no vaya al baile, ¡si todas las muchachas de mi edad asistirán!

—Lo dices cómo si trataras con aquellas muchachas refinadas —recalcó el refinada, chocante.

—¡Ya, Nani! —pisoteó el piso de madera del porche con fuerza.

—¡Como ves! Tú abuelo y tu primo ya llegarán y tú has ensuciado tu vestido de tarde y no te has arreglado para el baile. ¡Muévete muchacha! —la empujó hacia adentro.

Subieron las escaleras y Joy se apresuró a su alcoba emocionada, mientras que la señora morena se mantenía sería, un tanto enojada quizás. La nana eligió uno de los vestidos de noche, por órdenes de sus abuelos. La muchacha no entendía porqué, pero decidió no refutar, porque sería más tiempo en el que su abuelo podría decidir no salir.

Ya estaban afuera de mansión en dónde sería el baile. Tenía un rostro sereno la muchacha, por primera vez se había mantenido callada en todo el día. Le agradaba como lucía en aquel vestido verde de escote y mangas cortas. Así que no refutó ni siquiera en el viaje al baile, sino e la entrada.

—Ponte los guantes —la chica mantuvo sus manos detrás de ella, en protesta—. ¡No seas malcriada muchacha!

—Nani, cállate ¿sí? —movió su mano para frenar a la nana, la cual casi pudo tomarle la mano para ponerle el guante—. ¡Déjalo así! No importa si tengo guantes o no. Además me van a sudar las manos, ¡y no las quiero tener sudadas Nani!

—Si nunca te había importado tener guantes. Ahora de la nada no quieres usarlos porque te sudarán manos.

—Es que tú no me comprendes —le dedicó una sonrisa inocente, lo cual hizo a la mujer entender todo haciéndola fruncir el ceño.

—¡Ya sé lo que te pasa! Andas toda tonta por aquel muchacho, ¡olvídalo! ¡no es ni siquiera de aquí del sur! —exclamó, y en un momento en que la chica se alivió, la tomó de las manos y lo colocó los guantes.

—Yo creo que él es bueno… —dijo queriendo sacarse los guantes, pero la nana la sostenía de las muñecas.

—Lo bueno no compensa que no tiene una plantación de algodón —salieron de la alcoba, el rostro de la chica se había vuelto en uno melancólico—. Busca un muchacho de tu misma clase, nada de muchachos del norte.

—¡No es un yanqui! ¡Ya deja de meterme ideas sobre él! ¡No lo conoces!

—¡Tú tampoco lo conoces y mírate hablando como si así fuera! —La muchacha se soltó del agarre de su nana de mala gana—. No seas insolente.

Escuchó una risa que la chica reconoció al instante, regalándole una pícara mirada a la nana que demostró molestia al instante. Apareció el susodicho con un cigarro en mano, acompañado de un castaño de rasgos muy similares a los de él.

La muchacha sintió como comenzaba a sudar frío en el instante en que lo vio. Lo había conocido hacía varias reuniones atrás, y muy poco era lo que habían hablado, pero ella se sentía raramente flechadísima por aquel muchacho que en cualquier momento podría marcharse al norte con su familia.

Ella era una chica bastante soñadora, tanto que ya se había imaginado una vida al lado del muchacho. Se imaginaba junto a él con hijos, en una hermosa casa con algún negocio que se les ocurriría luego, solo para que Nani no fuera tan molesta. Porque para ella eso no sería un problema.

El muchacho poseía un cabello azabache y ojos grises algo profundos. Que Nani sospechaba guardaban muchos secretos que la hacían desconfiar de él. Era un muchacho un tanto arrogante. O así le parecían a Nani la mayoría de los del norte, aunque ella no tuviera ni la menor idea de cómo funcionaba todo por allá.

—¿Nos vemos adentro? —escuchó decirle el muchacho al castaño, el cual asintió sin protestas y saludó antes de entrar a la mansión. Nani rodó los ojos cuando el azabache terminó de acercárseles, gesto que él notó en silencio—. Buenas noches, ¿me podría permitir un momento con la señorita?

Nani bufó, alejándose de los jóvenes, y dedicándole una mala mirada al muchacho. Frunciendo el ceño en respuesta.

—Puedo notar que no le agrado mucho —lanzó el cigarrillo al suelo para pisarlo con fuerzas. La chica negó con la cabeza—. Tendrá que hacer mucha fila, no es la primera de la lista tampoco.

—Solo es muy desconfiada de las personas, no crea que es personal.

—No me lo tomo personal. No me importa lo que ella piense de mí.

Ese atrevimiento, no sabía porqué, pero era algo que hacía que le llamara aún más la atención a Joy. No se podría descifrar si aquel chico le llamaba la atención solamente por ser un muchacho del norte, arrogante, y que eso era todo lo contrario a lo que estaba acostumbrada su familia.

—Hoy luces radiante, pareces muñeca de porcelana. Muy atractiva diría yo —el muchacho era atrevido, y no sé molestaba en ocultarlo aunque sea un poco—. ¿De verdad querías venir al baile o solo viniste por mí?

Tomó las manos de la muchacha, acariciándolas con sus pulgares. Sus mejillas se tornaron carmesí, pensando en muchas cosas que él le había hecho antes, mientras acariciaba sus manos.

—Un poco de ambas, creo —se encogió de hombros.

Tenían una diferencia de edad. Mientras ella se mantenía en sus quince años, él ya tenía unos veinticuatro. En su familia, ni en ninguna de las más cercanas a ellos, era extraña la diferencia de edad, que tampoco era mucha comparada con la de otros.

—Crees —dijo. Sonriendo pícaro—. Aunque no importa. Al menos sé que soy una de las razones por las que viniste —soltó sus manos y extendió su brazo para que ella lo tomara, comenzando a caminar—. ¿Cómo están tus abuelos y tu primo?

—Se encuentran muy bien. Mi abuelo y mi primo lo más probable es que estén hablando sobre la guerra allí dentro, es su único tema de conversación. Si hay guerra, ¿vas a alistarte?

—¡Que va! ¡No pienso perder el tiempo o la  vida! Esa guerra es tan tonta —bramó—. No es que esté a favor de la paz, porque no es lo mío. Pero simplemente no le encuentro tanto sentido.

—Yo no entiendo nada sobre la guerra, así que prefiero no dar mi opinión sobre aquello. Solo que me molesta que sea el único tema de conversación en la casa.

—Entiendo tu posición. A mí me molesta que en el bar también sea lo único de lo que hablen. Tanto aquí en el sur, como allá en el norte —se giró a verla—. Por ello haré un viaje a Europa, y quería invitarte.

—¿Enserio? —sonrió, con mucha emoción.

—Sí, es mejor mantenernos lo suficientemente lejos de todo el desastre que será esta guerra estúpida.

—Creo que tendría que consultarlo primero con mis abuelos.

—No te preocupes por ello, yo me encargaré. De eso no te tendrás que preocupar —se detuvo casi enfrente de la puerta de la mansión—. Vamos a entrar. Es mal visto que nos quedemos afuera sin tu nana siquiera.

Al entrar, la nana se lo imaginó a él con una cola y unos cuernos y a ella con una aureola en su cabeza y unas pequeñas alas. Sabía que eran una mezcla de bien y el mal, y que ella por más que lo intentara, no podía romper aquel lazo. Rindiéndose, se acercó a ellos con un rostro apaciguado. Cayendo en cuentas de que ya era tarde, ya habían caído ambos (aunque no quisiera admitir que el muchacho) en las garras del amor.

ONE SHOTS | FREDOY.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora