8 de mayo
Tamara
No sabía dónde estaba. Hacía tiempo que había perdido la noción del tiempo, haciendo que confundiese los minutos, las horas y los segundos. Todo parecía igual y diferente a la vez. De vez en cuando, alguna lágrima escapaba de mis ojos sin entender muy bien por qué. Me sentía en un estado como de embriaguez constante del que me era imposible salir, o, por lo menos, entender por qué me encontraba en él.
Solo recordaba algunos pequeños flases. Lo primero era Urma acercándose a la puerta, cerrándola yo primero. Después despertarme atada a una silla, con la cabeza todavía confusa y mi estómago algo revuelto. Un hombre muy parecido a Lucas, lo cual era imposible, me hablaba, pero yo no entendía nada. Hasta que, pasado un buen rato, cuando por fin mi vista se aclaró y mi mente se despejó ligeramente, me di cuenta de que sí era él. No entendía como había llegado hasta mí, pero las lágrimas se derramaron por sí solas.
No quise dirigirle la palabra, así que acabó por drogarme de nuevo. Desde entonces, cada vez que despertaba, él estaba ahí. Me intentaba dar comida o bebida, pero yo me negaba a aceptar nada que viniese de él.
Había más personas por allí, personas que no tenían aspecto de asesinos o sectas, o lo que fuera este sitio. Parecían personas cualquieras que te cruzarías en la calle y le darías la menor importancia. Eso me asustaba. ¿Cuánta gente rara nos rodeaba diariamente y no nos dábamos cuenta?
Me acababa de despertar en una habitación diferente. No estaba atada a ninguna silla y me froté el cuello para intentar desentumecerlo. Alguien se había tomado la molestia de dejar mi cabeza apoyada sobre una chaqueta, la cual me puse para intentar que los dientes me dejasen de castañear.
Miré a mi alrededor. Las paredes estaban llenas de humedad y lo único que había a parte de ellas, era una minúscula ventana en la parte más alta y una puerta de madera cerrada con llave. No me cansé a intentar abrirla, sabía que no lograría nada. Me senté en una esquina y esperé, intentando poner en orden mis ideas, pero estaba tan asustada que cualquier pensamiento se me bloqueaba. No podía imaginar a lo que sería capaz de llegar aquel gilipollas si se había venido hasta aquí para hacerme esto. ¿Tan mal de la cabeza estaba? Si era así, ¿Cómo no me había dado cuenta?
-Aidan-susurré a la nada.
Como me había propuesto, había conseguido pensar en él desde que había llegado, pero recordaba la primera noche, cuando me llamaba una y otra vez, pero yo no quise cogerle. ¿Y si él también estaba en peligro? ¿Y si quería advertirme para que me mantuviese alerta?
Empecé a morderme las uñas, hábito que había dejado hacía muchos años y que ya no veía necesario, pero estaba tan nerviosa, que mi cuerpo actuó solo.
De pronto la puerta se abrió con un gruñido, haciendo que me encogiese sobre mi sitio y escondiese la cabeza con terror.
-Déjame-susurré tan bajito que dudaba haberme oído yo misma siquiera.
No oí nada. No había pasos, no había voces, no había nada. Solo entraba la luz.
Levanté mi cabeza poco a poco, temerosa. Mi cara fue seguro muy sorprendida.
- ¿Haru?
El joven estaba apoyado sobre el marco de la puerta. Llevaba la ropa tan oscura como su pelo, ajustada sobre su cuerpo. Su expresión era seria, como siempre que lo había mirado, pero sus ojos relucían.
-Sígueme antes de que me arrepienta.
No entendía nada, pero me puse de pie sin pensarlo demasiado. No sonaba nada amenazante, si no que parecía entre enfadado y avergonzado, cosa que me extrañó.
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Futuro incierto
AcakTamara decide que es hora de plantarle cara a su novio, pero esto solo desencadenará una serie de sucesos que pondrán su vida, y la de sus amigas, totalmente patas arriba. ¿Qué es lo que esconden sus amigas? ¿Por qué? ¿Cómo podrán solucionar las cos...