DOS: Juliem

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Juliem

A los quince años, el peso de ser la única mujer Trenor legítima por sangre, le impedía pasear sola por las calles de Grinter. Si salía, debía soportar  las miradas  indiscretas del resto de la gente. La observaban por las ventanas, se detenían a verla horrorizados cuando se le cruzaban en el camino. Cada paso que daba en la acera era un disturbio de murmuraciones.

En los ojos de quiénes la vigilaban con recelo, ella era un ser que depositaba caos a donde iba, su presencia significaba peligro. Así que cuánto más lejos de ella mejor.  Sumado a ello, estaba la distorsionada imagen que le atribuían. Para los asustadizos, Juliem tenía una apariencia cadavérica o la de muerta en vida ¿Exageraban? Pues la verdad si, llámenlo “psicosis o miedo colectivo”.

En realidad, la chica tenía una contextura regular, no estaba a los huesos como decían. Tenía la tez lechosa, porque no tomaba el sol muy a menudo, pero sus mejillas encendidas y labios carmesí, propios de la edad, le quitaban la palidez.
Tanto la nariz, como el mentón pequeño eran otros elementos que demostraban la buena simetría de sus facciones. En sus ojos negros existía un brillo, donde hermanaban la tristeza y la alegría. Y si de armonía hablamos, otra cosa era su cabello castaño; rebelde y pajoso, pero se disimulaba bien en el peinado y debajo de alguna gorra o sombrero.

Nunca fue al colegio, por obvias razones, su tía Marga quien era maestra se encargaba de su educación; aquello era la única muestra de interés que podía darle y para Juliem era el único afecto que conocía de su parte.

Cuando perdió a su padre Sebastián, el último de la línea masculina Trenor, y a su madre Linda Soder, la hermana de su progenitora asumió la responsabilidad de cuidarla. Apenas Marga la vio en la cuna, sintió miedo, miedo que se incrementó con las inauditas muertes de dos niñeras que contrató. La frialdad y el desprecio disimulado de la tía a su sobrina, aumentó cuando Marga creyó que Juliem le trajo la “desdicha”, porque no concretó ninguno de sus embarazos.

La pequeña habitación donde dormía, cumplía a la vez de comedor y de aula. Allí, en un rincón iluminado por la ventana enorme que gozaba el cuarto, había una mesa pequeña y una silla con tallados decorativos que le servía para comer y estudiar. En la pared, del mismo rincón, se hallaba un pequeño pizarrón por dónde Marga le dictaba lecciones durante las mañanas de lunes a viernes.

Dicho sea de paso, que por orden de la tía, Juliem tenía prohibido pasearse libremente por la casa durante las tardes y los días sábados.

Los únicos días que salía de su cuarto eran los domingos, la tía la llevaba a la misa del mediodía, era el único gesto afable de la gente de Grinter. No le negaban a nadie el sagrado espacio del templo. Sin embargo, preferían sentarse lejos de ella.

Poseída por JuliemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora