NUEVE: Muerte

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Muerte


Y allí estaba otra vez, pero en esta ocasión sola. Sentada sobre el césped húmedo, muy cerca de la vía férrea. En el ancho camino, donde el mundo alternativo al pueblo de Grinter existe. Allí en la pradera abierta, rodeada del bosque de pinos y sauces. Era junio, llovía durante esa temporada, el tren no pasaba por esos días y Juliem podía disfrutar de la brisa tibia, de las nubes pomposas, de las flores de todo color; sin correr el riesgo de ser atacada.

Aquel día, la joven adormeció su inmenso dolor, para que pudiera visitar la pradera que se había convertido en su verdadero hogar. Necesitaba frenar el deseo de quitarse la vida. La lluvia caía a cántaros, ella deseó que la hiciera olvidar, fue lo opuesto, porque siendo testigo de la fuerza de la naturaleza, recordó que Demian amaba las tormentas y Juliem también. El amor ha dejado que se encariñe y fue por eso que perdió. Perdió su buen juicio, su alma; todo.   

Mientras los días pasaban la joven se sumió en una terrible depresión. Devastada, ya no intentaría matarse, solo se dejaría morir. Como si eso marcará diferencia, porque bajo esa condición ella terminaría muriendo de todas formas.

La maldición sobre Juliem Trenor, se cumplió cuando su tío abuso de ella, la noche del 28 de mayo, el mismo día que Demian destruyó su corazón y la única esperanza de vida que ella tenía. De nada le sirvió gritar, de nada le sirvió defenderse con el tenedor, no tenía el suficiente filo para hendirse en el cuello del lujurioso hombre o quizá su alma herida y derrotada no encontró la fuerza necesaria para herirlo o talvez cuando lo hirió solo consiguió aumentar el lívido del despreciable sujeto.

Lo único bueno de la desfortuna que arrasó con Juliem, fue que su tío dejó de hacerle visitas nocturnas. Consumado el repudiable deseo, aquel hombre perdió el interés por la sobrina y le dio por prestarle más atención a su fe, porque constantemente recibía la visita del cura Sebastián Pinosa.

Con su tío prestando atención a otros asuntos, ella tenía toda la libertad de salir de su encierro y seguir yendo al prado,  no obstante, no le interesaba en lo más mínimo el contacto con el exterior a pesar de que extrañaba la pradera. La poca fuerza de voluntad no le permitía siquiera un pie fuera de su cama.

Las llagas en la espalda de la joven, empeoraron con el pasar de los días, porque ella se mantenía renuente a levantarse. No dormía, solo estaba recostada boca arriba, mirando a la nada del techo blanco de su habitación y cuando el cansancio la vencía descansaba apenas unas horas, porque a estás alturas el peso de su vientre le impedía conciliar un buen sueño.

Débil y con un estado de salud deplorable, ya no se levantaba porque no quisiera, ya no podía hacerlo. Los varios días que llevaba  sin comer, la debilitó sobremanera. Tan enferma como estaba, sorprendía que ella y su bebé siguieran con vida. 

A la par que el cielo se sacudía con los terribles rayos, durante la noche de febrero, Juliem se estremecía por los dolores de parto. Aquella terrorífica tormenta, parecía el preludio del nacimiento de un ser maligno. En realidad eso ocurría en toda ocasión que una niña Trenor nacía.

El padre de su hija, el malvado tío, no se apiadó de sus gritos de dolor. Nadie    se interesó en acudirla y la poca fuerza que tenía, le alcanzó hasta que oyó el llanto de la criatura. La pequeña había nacido y ni siquiera pudo sentir el calor, ni el afecto de Juliem; solo la tibia cama que en breve enfriaría. La madre no pudo abrigarla entre sus brazos, porque ni bien el aire entró por los pequeños pulmones de la bebé, su progenitora expiró.

Poseída por JuliemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora