DIEZ: Sebastián Pinosa

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Sebastián Pinosa

Un llanto agudo, débil y desesperado, alertó al cura Sebastián Pinosa. Ingresó a la habitación donde creyó oír la voz infantil y halló a una criatura tendida en la cama, adherida todavía por el cordón umbilical a la madre muerta. Cerró los ojos abiertos e inertes de la mujer, cortó el cordón con el filo de su crucifijo y abrigó a la bebé con una tela que encontró en el ropero de la finada Juliem.

Sebastián Pinosa, llegó de la gran ciudad como el nuevo sacerdote de Grinter. Y cuando tenía unas cuantas horas de haber llegado al Pueblo, fue contactado por el viudo de Marga Soder. El hombre pidió desesperado la ayuda del clérigo porque creía que estaba siendo acosado por un ente demoníaco. El cura conmovido, decidió ayudar y lo visitó por varios días, para que el tormento del hombre cesará.

El día que Sebastián encontró a la bebé de Juliem, era la última visita que Pinosa haría a la casa Soder, pues su vasta experiencia en demonología le permitió determinar que las constantes visiones, temblores y demás sustos que vivía el tío de Juliem no era más que el resultado de su imaginación. Apenas el sol salió, se dirigió de inmediato a la residencia del atormentado. Cuando llegó se dio con la terrible sorpresa de encontrarlo muerto, de rodillas y con la cabeza enterrada sobre un vómito de sangre que manchó el edredón gris de su cama matrimonial.

Se encargó de dar cristiana sepultura a las dos almas muertas que halló en aquella casa. Bautizó a la pequeña con el nombre de Carmie y la dejó al cuidado de las monjas del convento.

Al darse por enterado de los rumores que circulaban sobre la madre de la recién nacida, prefirió ocultar su procedencia, así la pequeña huérfana podría tener una vida un tanto menos agitada que su progenitora.

La noticia sobre la muerte de Juliem Trenor, incentivo todavía más el temor que existía por la desafortunada mujer, porque si estando con vida representaba peligro, muerta era mucho más peligrosa. Con el temor sembrado en los Grinterianos, ellos comenzaron a reunirse para hacer oraciones colectivas tanto en el templo del pueblo como en sus propias casas. Ese tipo de comportamiento molestó al sensible clérigo.

Afortunadamente, para el padre Sebastián, los rumores acusadores y las murmuraciones quejumbrosas, se calmaron con el tiempo. Y dentro de diez años la gente dejó de prestar atención a la maldición Trenor.


Poseída por JuliemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora