Capítulo XIX: Al Borde

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Como si no se encontraran esos dos en una situación complicada y con un futuro poco claro ya de por sí, estaban a punto de darse cuenta del profundo y hondo dilema en el que se habían metido.

—No puede ser... —Mel comentó tras salir del baño.

Había pasado ahí casi una hora, y no estaba de humor en absoluto para nada, ni siquiera podría reaccionar con su usual dicha si un camión repartidor de licores se estrellara frente a su hogar.

Su cabello estaba desarreglado, despeinado; ella nunca fue una chica vanidosa, que le interesara mucho su apariencia, pero inclusive ella entendía la diferencia entre lucir "despreocupada" a lucir como una enferma de lepra a punto de estirar la pata.

Pero su apariencia externa era poco comparable con su malestar interior, y no me refiero a asuntos del alma o del corazón, sino más bien de las entrañas y tripas.

—¿Cuándo comí tanto guacamole? —pensó tras expectorar la comida de la noche anterior.

Mas sin embargo, deseaba con todo que se tratara de una intoxicación, de una infección, de un virus; no de eso otro que tenía en mente.

Y su respuesta se encontraba a una sola llamada de celular.

—Debe ser el doctor —se dijo, tras escuchar el tono de su teléfono móvil.

Con miedo, y esperanzas (pocas, pero esperanzas al fin), contestó el llamado.

—¿Alo?

—¿Señorita Doherty? —escuchó la rubia —. Soy la Doctora Jameson.

—¿Tiene los resultados? —preguntó mordiendo su labio, e implorando a toda ente y deidad que pudiera escucharla que lo que fuera a escuchar no se tratara de lo que sospechaba.

—En efecto señorita Doherty; usted está embarazada.

Y tras esas palabras, Mel se dio cuenta que o ninguna deidad la escuchó o quizá le rezo a las equivocadas.

—Justo lo que necesitaba —murmuró.

—¿Disculpe?

—Nada, lo siento. Muchas gracias doctora...supongo que tendré que ver a un especialista, ¿no es así?

—Es lo más recomendable, aunque puedo decirle que a pesar de algunos hábitos que tiene, usted se encuentra en una gran condición de salud.

—Bueno, hago deporte —Mel contestó, tomando una muy liberal definición de "deporte" que incluía peleas a puñetazos con fans del equipo rival en un bar deportivo al que frecuentaba—. En fin, muchísimas gracias, doctora.

Mel colgó.

Las emociones que sentía la joven mujer la abrumaban como nunca antes algo o alguien la había abrumado en su vida: ahí se encontraba, tratando de abrirse paso en una nueva etapa, y ahora tendría a su cargo una enorme responsabilidad. Miedo, terror, ganas de salir corriendo al Monte Everest y gritar a todo pulmón hasta que sus voz se desgastara en totalidad...

...y quizá golpear a alguien.

Entonces, justo cuando creía que una aneurisma le iba a reventar el corazón, escuchó la apertura de su puerta; Josh había regresado.

—Ya llegue —saludó el actor.

—¡Hola Josh! —replicó Mel, tratando de reflejar una sonrisa que ocultara su angustia y preocupación mientras se acercaba a abrazar a su pareja —. ¿Cómo te encuentras?

—Me reuní con Oliver.

—¿Si? ¿Qué te dijo?

—¿Suena mal disfrazarse de pescado y tocar la guitarra en un programa infantil? ¿Es decir, perdería toda la dignidad? ¿En absoluto?

Conozcan a JoshDonde viven las historias. Descúbrelo ahora