Capítulo II: Hoy estoy raro.

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"Hoy estoy raro y no entiendo porqué
si nada extraño me tuvo a maltraer.
Hoy estoy raro y no sé lo que hacer.
Sentarme a esperar que se me pase y chau"

Cuando asistió a su primer día de clases en él no cabía la idea de que lograría encajar, pero una vez que fue «adoptado» por Irene y Ezequiel pudo experimentar por primera vez una sincera amistad, ellos eran bastante atentos con él y tenían charlas bastante extendidas de distintos temas. A medida que los días pasaban y conocía un poco más a sus compañeros de clase más pensaba en ellos como integrantes de un circo, y ya explicaré vagamente el porqué.

Cuando pensaba en adolescentes extravagantes de su salón la primera en aparecer en su mente era Laura Altozano, una chica a la cual muchos catalogaban como una bruja, tenía entendido que la muchacha no escuchaba otra cosa que no fuera el rock metálico más pesado de todos los tiempos, aparte de que hacía referencia a Satán constantemente.

También estaba Luna Meza, la cual era el típico integrante del grupo que siempre tiene algún bocadillo entre manos, no había clase en la que dejara de comer. Aunque suene a chiste, en la primera semana durante la clase de Educación Física la chica se encerró en el baño para comerse una empanada, en su momento se rumoreó que era de cancho con queso, el profesor tuvo que pedirle ayuda a la conserje para que abriera la puerta.

De los chicos más extravagantes, según Santiago, eran Cesar Peña y Damián Salamanca, el primero por ser un nerd psico-rígido con una apreciación inmensa hacía las normas, la disciplina y la aprobación de los profesores, para muchos era el clásico chupamedias de los docentes. Damián Salamanca casi era la versión masculina de Laura Altozano, con la diferencia de que nadie sabía demasiado de él, ni qué tipo de música escuchaba, ni cuanto amor propio se tenía, porque el chico traía más pinta de emo que de otra cosa.

Luego de tres semanas desde que empezaron las clases y durante la hora del almuerzo, Santiago notó que algunos de sus compañeros se reunían en una de las canchas del patio principal para jugar voleibol, incluido el chico al cual apodaban «Lince»

—¿Quieres jugar un rato? –Le preguntó Irene señalando el lugar donde se estaban reuniendo.

—No recuerdo la última vez que jugué voleibol –confesó sobando su nuca con toda la palma de su mano derecha.

—No te preocupes, aquí ninguno es experto –aclaró Ezequiel– Con la excepción del Lince y la catira de allá, pero del resto todo normal.

—Vale, entonces está bien.

Santiago se levantó del piso junto a Irene, Ezequiel se quedó en su lugar cuidando las mochilas y dispuesto a observar el juego. Una vez que estuvieron en un equipo Irene le advirtió lo siguiente.

—Por cierto, si notas que el Lince va hacer un remate mejor aléjate, no viene al caso.

Santiago alzó una ceja en confusión, se suponía que no había que dejar que el equipo contrario ganase. El balón fue lanzado por la chica rubia que estaba en su equipo, bastó unos dos minutos o menos para que pudiesen anotar el primer punto, en el transcurso de dicho tiempo varios estudiantes fueron espectadores, siempre era entretenido ver un partido de voleibol en el cual estuviera el Lince. Santiago notó cierta intranquilidad por parte de Irene cuando el Lince tuvo el turno de lanzar el balón, pese a que la advertencia de su amiga seguía perenne en su cabeza, la idea de dejarlo anotar un punto no cuadraba.

No es que fuera competitivo en extremo, sólo era sentido común.

Rafaela Santiago pronto se apareció entre los espectadores, esperando el remate del Lince con una sonrisa ladina. En cuanto el susodicho tuvo la oportunidad de encajar el mate no lo dudo un solo segundo.

Lo malo de ser bueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora