Epílogo.

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—SANTIAGO—

Los meses pasaron más rápido de lo que yo mismo hubiese querido admitir. Mientras más se acercaba el día en que vería a mi buena amiga partir el tiempo daba la impresión de ir más a prisa, desde el fondo de mi corazón la estimaba demasiado como para que su ausencia no me doliera aunque sea un poco.

De pensará que soy un exagerado, y puede ser que llegue a dramatizar sobre el asunto, pero consideraba a Rafaela como una de mis mejores amigas. Ella era de esas personas que no le daban miedo los riesgos, ella era todo lo que yo no era y de seguro no llegaré a ser jamás en mi vida.

Reconozco el mal que les hizo a Lucas y a Ramiro, cuyo asunto me enteré a eso de mediados de junio, antes de que las clases culminaran. Me sentí abrumado por ese hecho y más aún cuando Rafaela no mostró intensiones de disculparse, no sentía arrepentimientos por sus acciones, pero la culpa que ella no sentía la tuve yo por algún motivo, tal vez se debió a mi gran empatía. La estimaba tanto que incluso con su comportamiento tan cuestionable no podía evitar pensar en ella como alguien agradable, pues muy a su modo me ha ayudado en más de una ocasión, me agradó ver cada una de sus capas y misterios, tal como a ella le agradó mi vulnerabilidad más como un tipo de belleza apreciable que como algo aprovechable.

—Te extrañaré –le dije cuando nos despedíamos finalmente, estábamos en la terminal esperando a que dieran la indicación de que el autobús que iría al estado Mérida recogía sus pasajeros.

La mirada que recibí de mi amiga fue bastante burlona, no voy a mentir, no me dolía que ella no compartiera el mismo sentimentalismo que yo poseía por naturaleza.

—Me ha quedado clarísimo luego de escucharlo durante las últimas semanas –la ironía en su voz no hizo otra forma más que reconfortarme, porque percibía que tras esas palabras el sentimiento era reciproco– Intenta no ser atrapado por los padres de Ezequiel, no quiero que los interrumpan mientras muerdes la almohada.

Me sonrojé terriblemente, mi relación con mi novio no había escalado a esos niveles todavía y me daba un bochorno extremo hablar de esas cosas tan intimas con alguien que no fuera con él. No quería que fuera de domino público lo que me gustaba hacer con Ezequiel cuando estábamos solos. Rafaela no hizo más que reírse de mi expresión, sentí incluso más calor en mis mejillas.

—No, hablando en serio, no me gustaría que reaccionaran mal si los encuentran. Recuerda que me comentaste lo de la otra vez.

Eso no lo quería recordar, pero me vi obligado en hacerlo, fue la primera vez que lo vi tan nervioso y prácticamente nos zafamos de una escena más incómoda de milagro, por la interrupción de Olivia para ser más claro. Me supo mal que me dijera que no le diría a sus padres sobre nuestra relación, siendo que mis padres ya lo habían conocido como mi pareja, pero entendía perfectamente su situación y no busqué de contradecirlo, lo acepté sin más.

—Ya tenemos más cuidado con eso, no te preocupes –le sonreí a modo de simpatía y tranquilidad, ella apenas correspondió el gesto con una mueca en sus labios. Reconocí que algo la mortificaba– ¿Estás bien?

—No pude despedirme de Marcel, estoy molesta por eso –confesó, no mostró ningún matiz emocional a pesar de que afirmó estar molesta.

—¿Quieres un abracito? –Alcé ligeramente mis brazos, al principio recibí la mirada interrogativa de mi amiga, sus ojos viajaron de arriba hacia abajo como si estuviera buscando algún indicio de trampa en mi persona.

—Sí eres estúpido Santi. Claro que sí.

Nos abrazamos sin más. En ese justo momento se anunció a los pasajeros que podía subirse a sus autobuses para marchar a su destino, Rafaela fue lo suficientemente rápida para dejarme un chasqueante beso en la mejilla antes de tomar el mango de su maleta y asegurar su mochila.

Lo malo de ser bueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora