Capítulo XX: Lo malo de ser bueno.

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"Ya está, cuanta ambigüedad
esta vida me va a matar
mi corazón vacío no soporta una ausencia más.
Y sé que dijo una vez
el Nobel de la paz asesinado al caer:
Es lo malo de ser bueno en este mundo cruel"

¿Qué tan bajo tenía que caer la moralidad de una persona para que las consecuencias de sus actos dejaran de importarle?

Su tutora hablaba con muchísima seriedad y ella solo pensaba en lo adorable que era su hermano con el corte de tazón que lo caracterizaba, el desastre que se hizo en su propia cabellera, lo lindo que era Santiago cuando el pánico se apoderaba de él y la rata sucia que nombró como Osvaldo Vladimir, la cual recorrió sus hombros, cuello y cabello hasta que de pronto se fugó; en ese momento se preguntó qué tan miserable era su persona para que un animal callejero portador de enfermedades se quisiera alejar de ella, ni siquiera podía decir con alivio «Al menos no me arañó ni me mordió» porque de haber sido así se hubiese librado del sermón que le estaba dando su tía desde hace más de media hora, del cual no prestaba ni la más mínima atención.

Pensó que su amigo fue afortunado al ser recogido por su padre, un hombre que se veía muy apegado y cariñoso con su unigénito, Santiago pudo respirar tranquilo cuando le dijeron que tomarían en cuenta el malentendido en el que se involucró sin querer y que no afectaría en su historial de vida. Era un alivio que ella nunca experimentaría, y no precisamente porque su vida no fuese demasiado tranquila en ocasiones.

—Rafaela, ¿Me estás escuchando? –Interrogó su tía, la mirada perseverante que le dedicaba delataban sus sospechas de no ser atendida.

—Hablaste mucho, tuve que ir a mi lugar feliz –habló, demasiado indiferente para la frágil paciencia de unos pocos.

La doctora Valeria soltó un pesado suspiro mientras se presionaba el puente de la nariz, la calma de su sobrina era algo capaz de hacerle perder los cabales a cualquier otra persona. La joven se mantuvo sentada con las piernas cruzadas, presumiendo de una elegancia digna de la aristocracia.

—Rafaela, esto es serio, si tu papá quiere hará que te metan a una correccional por haber secuestrado a Marcel –recordó, cruzándose de brazos.

Ella ladeó la cabeza y sonrió, completamente desinteresada en lo factible que podría ser aquella advertencia.

—Le pregunté a Marcel si quería salir, y me dijo que sí. Le pregunté donde quería ir y me dijo que fuéramos al parque Los Caobos. Me dejé ver porque no estaba interesada en que se asumiera que fuese un secuestro. La verdad es que me impresionan, una no espera nada de su disfuncional familia y aun así logran caer más bajo, ¿Nadie se puso a pensar de qué me servía secuestrar a mi propio hermano? Eso es un poco triste, significa que no me tienen la suficiente estima como para confiar en que no le haré daño a alguien si no tengo la supervisión de un terapeuta. Dime, tía, ¿Soy un peligro para la sociedad?

—No, no lo eres –respondió de inmediato la representante, su expresión se apaciguó considerablemente– Pero debes entender que tu familia aun no confía en ti, tienen la cabeza llena de prejuicios y miedos, debes tenerles paciencia.

—¿Eso te funcionó a ti?

Una apuñalada en el corazón dolía menos que esa pregunta tan frívola, pese a que por culpa de ella volvió a experimentar la sensación de abandono que su difunto padre jamás se tomó la molestia de cambiar pudo verlo de otro modo. Si Rafaela le atacaba con algo tan personal y desgarrador significaba que estaba indefensa y que era más que consciente de su situación.

—No, jamás iba a funcionar de todos modos –reconoció, para sorpresa de su sobrina, quien pasó de tener una expresión divertida a una seriedad absoluta– Mira, no te llevaré la contraria, tienes muchas razones para estar molesta, lo conveniente sería dejar que esa ira salga de manera sana. Dime, ¿Has hecho daño a alguien? ¿Emocional o físico?

Lo malo de ser bueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora