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La expresión de Refugio era fría, sin duda había sido una fuerte declaración, había sentido como su piel se ponía fría, sintiéndose, insegura después de aquello; simplemente no podía quedarse así, entonces cuando Dionisio volteó para irse ella lo detuvo tocándole sutilmente el brazo.

—¿Cuántas veces miraste por la ventana?

—Las suficientes para saber que es lo que escondes debajo de tu ropa — volteó para mirarla riéndose por tal expresión que se marcaba en el rostro de Refugio. Seguido se fue dejándola sola.

Era la tarde; el señor Damián Ferrer se encontró en su habitación cuando entró Refugio con sus medicinas correspondientes, la mujer siempre con una sonrisa única y bella, tan amable, delicada y sutil.

—Que bueno que llegas, estoy un poco aburrido. Los ejercicios de ayer me dejaron muy cansados ​​y vamos a tener que hacerlos cada dos días.

—Como usted ordene, señor. Yo me preguntaba algo; me da un poco de pena pero es necesario.

—Dígame, Refugio.

—Tómese esto — dijo ella dándole la pastilla al señor — usted se encuentra mejor y pues llevo varios días sin dormir en mi casa, quisiera regresarme.

—¿Se siente incomoda por algo? —Indagó el señor.

—No, pero no estoy acostumbrado a dormir en otros sitios y no he descansado bien; eso podría perjudicarme. Igual mi hijo, él está sólo.

—Te entiendo, aunque nuestros hijos sean grandes, siempre los verás como unos bebés. Me costó mucho aceptar que mis hijos se hicieran una vida, yo soy muy sensible, la dura aquí es Bernarda — rió— a Dionisio lo veo tan inmaduro aún; cuando era pequeño era muy listo, muy callado e inteligente. Él me decía siempre que quería ser doctor para ayudar a los bebés ¿puedes creerlo? Dionisio era el que siempre defendía a los animales y los cuidaba.

Refugio sonreía conmovida; al igual que ella, a él señor le encantaba hablar de sus hijos y escuchar eso de Dionisio le parecía extraño pero tierno.

—De pronto cambió mucho — continuó diciendo el señor — Eso pasó en su adolescencia, me duele ahora verlo desubicado. Nunca le he conocido una novia formal, nunca me habla de lo que le gusta; me preocupa que no sepa dónde ir y qué quiere hacer, tiene que tener una vida y no sólo el trabajo e ir a beber ¿me explico?

—¿Por qué me cuenta todo esto?

—Porque no tengo mucha gente con quién hablar, me he reservado muchas cosas, y yo quiero que me escuches, no sólo que tengamos una relación estrictamente profesional, a mis años lo único que quiero es alguien con quién compartir anécdotas. Los hijos de Bárbara son muy pequeños aún, a esta edad debería que estar enseñándoles de la vida a mis nietos.

—A mí me hubiera encantado que mis hijos tuvieran un abuelo, mi hijo pequeño, o bueno ... el menor, es tan bondadoso, me ayuda siempre que puede, por ser el menor es el que menos tuvo oportunidades.

—Quiero conocer a tu hijo, me hablas tan bien de él que seguro seremos buenos amigos.

—Ay, mi Nachito, lo vas a adorar, es amable y respetuoso ... muy gracioso también.

—Gracias por hablar conmigo Refugio, en esta casa me siento muy solo.

—Siempre que pueda hablaré con usted, todos necesitamos expresarnos.

—Quizá sea mucho pedir, pero me gustaría que igual hablaras con mi hijo.

—Dionisio — tragó en seco.

FUEGO ARDIENTE  [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora