CAPITULO 30 FINAL

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Así como se miraron se dijeron todo, ambos se sintieron perdidos y como todos sus planes se desvanecían poco a poco.

Chavero no podía creerlo que la mujer acababa de decir, la sacudió tomando sus brazos mirándola fijamente.

—No me puedes hacer esto, Jade ¡Por favor! Dime qué estás confundida y no es lo que quieres —decía exaltada.

—Lo sien...

Pronto se escuchó como un chorro cayó al piso y miraron entre las piernas de la mujer como se humedecía.

—Dionisio, ve a buscar el auto —dijo Chavero y él corrió —Jade, piénsalo. Tú no estás preparada.

—Tú qué sabes, desde hace rato llevo sintiendo cariño por esta bebé, mi hija.

—¿Por qué no lo dijiste antes? Eres una egoísta.—rabió tomándola con fuerza del brazo, sentía como sus dedos se enterraban en su piel, se desconoció.—Pudiste ahorrarnos todo esto. Ojalá te mueras, estúpida. No es justo.

Dentro de Jade nació un miedo descontrolado al mirar como los ojos de Chavero se desorbitaban y sus uñas se enterraban poco a poco en su flaco brazo. Un dolor en su vientre hicieron que sus piernas flaqueen y entonces se recargó en Chavero.

—Me está doliendo mucho.

Dionisio llegó con el auto y subieron a la mujer, Dionisio salió casi volando del lugar, pisaba el acelerador con fuerza. Al llegar al hospital la atendieron con rapidez, Refugio y Dionisio quedaron esperando respuestas.

—Cariño, quiero pedirte perdón. De verdad perdóname por no poderte dar una familia.

—Ambos lo deseábamos. Me da mucho coraje, Dionisio. No me quiero sentir así.

—Lo sé, llamita. Esto no estaba en los planes de Dios, seguro él nos dará otro camino.

—Siento odio por ella. Simplemente la odio, nos ilusionó. Ojalá se muera—una lágrima cayó por su mejilla, frunció los labios y se fue frívola.

A Dionisio se le hizo un hoyo en el estómago, sí estaba enfadado, triste con Jade y sorprendido de las fuertes palabras de Refugio que nunca se imaginó escuchar de ella.

Chavero estaba fuera del hospital, le estresaba estar adentro, se quedó mirando el tránsito que la rodeaba. Pasó un vendedor ambulante a quién detuvo para comprarle uno cigarro.

Pocas veces en su vida Refugio había probado un cigarro; la primera vez fue en secundaria cuándo miró a sus amigos haciéndolo y ella quiso intentar, luego un par de veces cuándo vivía con Baldomero él le invitaba a sus cigarros que ella aceptaba sólo para que no la obligara. Desde la muerte del mismo no volvió a probar uno; esta vez una sed de humo en los pulmones se apoderó de ella.

El vendedor le prendió el cigarro y ella lo colocó en sus secos labios, aspiró cerrando los ojos mientras una lágrima rodó; odiaba todo en ese momento, se había hecho una imagen tan hermosa de su hija y de su familia que parecía ya amar todo lo que sucedía en su imaginación y ahora sería arrancado, como si ya lo hubiera vivido.

Sólo quedaba la colilla del cigarro, lo tiró al piso y lo pisó para apagarlo. Entró otra vez encontrándose con Dionisio en el pasillo.

—Te estaba buscando. Pero dejé que te tomaras el tiempo.

—Todo está bien. No puedo evitar no sentirme mal, decepcionada, triste ¿Ya sabes algo?

—No....—hizo una pausa—cariño, ese bebé también es mío y eso lo hace tuyo. Quizá no lo veamos diario pero habrá día que la eduquemos. Dios hace las cosas por algo.

FUEGO ARDIENTE  [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora