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La casa de los Ferrer estaba en movimiento, ya las personas del banquete habían llegado al igual que los de la decoración, mientras los trabajadores ponían todo en orden la actividad de la casa era la misma, Refugio estaba en el gimnasio nuevamente con Damián esta vez sólo ejercicios de brazos para no agotarlo tanto para la noche.

Chavero disfrutaba mucho su trabajo, el señor se lo hacía más fácil siento tan bueno con ella, platicaban mucho pero no de sus vidas, si no de la familia y los sueños. Uno de los sueños de Damián era tener un nieto de parte de su hijo, pero igual entendía que que ya era bastante mayor para criar uno.

—¿Tú tendrías otro hijo? —preguntó el señor Ferrer ya que hablaban de hijos.

—No señor, no quisiera y a parte ya no puedo. Después de que nació mi tercer hijo me...

—¿Tercer hijo? —interrumpió el señor con dicha pregunta que se le había escapado a Chavero.

Un frío le recorrió todo el cuerpo que se acompañó con hoyo en el estómago, no quería mentir, pero tampoco era un tema que ella hablara, nunca había podido hablar y superarlo, nunca había vivido el verdadero proceso del duelo, nunca había llegado a aquella etapa de aceptación final.

—No quiero hablar de eso señor—lo miró directo a los ojos; donde enseguida hubo una conexión que le dijo todo al señor, él pudo notar el dolor de sus ojos los cuales ya tenían una leve capa de lágrimas, aquellos ojos cristalinos fueron capaces de transmitir todo sin decir nada.

—No me tiene que dar explicaciones, pero si un día quiere hablar de eso, yo aquí estaré. Si te duele hay que dejarlo ir, hay que superar y seguir viviendo; esa espina que tienes ahora y con los años no has podido sacar no se va a ir si alguien no te ayuda a sacarla, tú no estás sola ahora. Quiero que me veas como alguien con quién te puedas quebrar sin sentirte mal, yo me presto a ser tu descarga emocional.

Ella sólo cerró los ojos dejando caer las lágrimas que le pesaban; suspiró y con las yemas de sus dedos se las quitó enseguida, no quería llorar en horas laborales.

—Gracias. —Se limitó a decir.

—Agradéceme cuando yo pueda ayudarte a sacar la espina. —Ambos se sonrieron antes que se asomara Dionisio.

De traje negro como era costumbre y aquella fragancia embriagadora Dionisio Ferrer impuso su presencia colocando siempre en el marco de la puerta; observando todo, sabía que sí lo hacía el ambiente se podía más tenso; se había vuelto costumbre para él imponer su presencia de forma radical y fría, le servía para los negocios y cuando daba órdenes a sus empleados, era lo que en un principio había hecho que lo había marcado en su vida cotidiana.

—¿Dónde está Bernarda? —Cuestionó con aquella voz ronca y profunda.

—En el salón ¿pero que te pasó?

—Se descosió el botón de mi traje, hay que llamar a una modista.

—¿sólo para eso? —Preguntó Refugio.

—Ajá—Respondió Ferrer ignorándola y volteando a ver a su padre—¿Tienes el número?

—Señor, yo puedo coserlo.

—Usted no es modista.

—Créame Señor Ferrer, sé mucho de ese ámbito; déjeme arreglarle el botón.

—Ahí está hijo, Refugio sabe hacer de todo— bromeó.

—Acompáñeme Señor Dionisio, aquí es un poco oscuro para mí.

—La veo al rato en la reunión Refugio.

—No señor, a esa hora ya salí.

—No, tienes que estar aquí para ayudarme a soportar a las chismosas amigas de mi esposa, por favor. Se va a ir a arreglar a su casa y viene.

FUEGO ARDIENTE  [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora