Capítulo 4

3.4K 353 60
                                    

Cate llegó a casa de su tía todavía aturdida luego de la conversación que sostuvo con Bruno. Ya no le molestaba tanto su curiosidad sino la manera en la que aquel médico conectaba con ella. Durante la charla se sintió muy cercana a él: cuando hablaban de sus padres, de Isabella, del ballet… Sus impresiones acerca de su Giselle la habían conmovido, pero luego la manera en la que le había hecho recordar a Rudolph y su salida del American Ballet se sintieron como un asalto a su preciada privacidad. No podía tolerarlo. Era mejor que le pusiera un límite a aquel hombre que se acercaba peligrosamente a su vida.
Cuando entró a la casa se encontró con su tía que se encontraba en el sofá con un álbum antiguo de fotografías sobre las piernas.

—¿Pablo no vino contigo?

—Se quedó con su amiga; el mundo es muy pequeño: ya había conocido a Isabella esta mañana en el viaje en tren.

Gina asintió. Conocía a Bella y le simpatizaba. Era una muchacha muy cariñosa y buena, y notaba que su nieto estaba interesado en ella.

—Hablé con los Ferriol. Vendrán mañana temprano para llevarte a la casa de tu madre.

—Estupendo —contestó Cate sentándose a su lado.

—Cariño, me he quedado pensando en lo que nos confesaste. ¿Cómo te sientes? Un embarazo es cosa seria y no quisiera que lo enfrentaras tú sola… Sabes que puedes contar con nosotras para lo que necesites.

—Muchas gracias, tía. Yo lo sé. No se preocupe, que estoy bien. Esta noche llamaré a mamá para decirle.

La señora asintió.

—Aquí estaba mirando viejas fotografías de cuando tu madre y yo éramos más jóvenes. ¡Son fotos de los años setenta!

En una de las instantáneas aparecían las hermanas con tutús, vestidas para el segundo acto del Lago de los Cisnes.

—¿Le gustaba mucho el ballet, tía?

—Mucho —reconoció melancólica.

—¿Por qué lo dejó?

Gina se quedó unos instantes en silencio reflexionando, y luego le contó aquella parte de la historia.

—Tu madre y yo éramos muy buenas bailarinas, pero poco antes de una gira me torcí un tobillo. No era nada serio, pero me sacaron de la gira por ese motivo y me quedé en casa. Al comienzo estaba muy decepcionada y hasta deprimida. Gabriella sí viajaría y yo tendría que quedarme sin participar, privándome de conocer muchos lugares que ansiaba con apenas veinte años. Luego, durante mi reposo, me enamoré de Giorgio y fue lo mejor que pudo haberme sucedido. Él iba casi todos los días a casa a llevar pescado o pan, y nos quedábamos charlando en el portal durante horas. Lo que comenzó como simples coincidencias se volvió un acuerdo tácito entre ambos, y ya yo lo esperaba con ansias para conversar o simplemente verlo. —Hablaba con pena en su voz.

—¿Y eso no era bueno, tía?

—Sí, pero no fue sencillo… —se interrumpió. Aquello no iría a contarlo—. En fin, decidimos casarnos al poco tiempo, salí embarazada y el ballet fue dejando de ser lo más importante.

—En cambio para mamá…

—Para tu madre siempre fue lo más importante —le dijo mirándola a los ojos—, pero no la culpo. Cuando regresó de la gira la ascendieron a solista y en lo adelante tuvo una carrera excelente.

—Tengo miedo de no volver a bailar después del parto… —confesó.

—¡Tonterías! Cada vez son más las bailarinas que no renuncian a la maternidad y que tienen carreras largas y talentosas. Con tu madre fue igual. Tú naciste en el mejor momento de su carrera, y ella supo retornar con el mismo nivel de técnica y de condición física.

El dulce adagio ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora