Capítulo 9

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Al día siguiente, fue Cate quien tomó el ensayo de los muchachos; estaba feliz con el resultado, pues la variación de La Princesa Florina y el pájaro azul estaba muy pulida, y la pareja tenía grandes posibilidades de obtener el papel. Cate los había invitado a almorzar en los alrededores de la piscina. Los días eran muy calurosos, pero ninguno de ellos se había decidido a darse un chapuzón. Por lo general, se cuidaban mucho del Sol para proteger su piel; asimismo, el agua frecuente de piscinas o el mar podía ablandar las uñas de los pies, y en el caso sobre todo de las bailarinas aquello no era bueno, debiendo estar ellas tanto tiempo sobre sus puntas.

Cate también había invitado a Bruno. El doctor había preferido llegar más tarde para esperar a que el ensayo terminase y no interrumpir como había hecho el día anterior. Cuando sintió el timbre de la puerta, no dudó en abrirlo: en efecto se trataba de él, que se veía muy guapo con su ropa deportiva de color azul. Sin duda aquel era su color, pues combinaba a la perfección con sus ojos oceánicos.

—Hola —saludó dándole un beso en la mejilla.

—Hola —respondió ella con una amplia sonrisa.

—¿Qué tal el ensayo? —preguntó mientras pasaba adelante.

—Muy bien, están casi listos.

—Me alegra escuchar eso, la audición es esta semana. Están nerviosos, sobre todo Bella. Ya sabes que Pablo es muy confiado.

—Lo sé, y eso en esta profesión como en todas es bueno y es malo. Bueno, porque si no crees en ti mismo no llegarás a ninguna parte y permitirás que el miedo te domine; malo, porque siempre hacen falta un poco de nervios para no dejar de trabajar duro.

—Serás una excelente profesora —comentó el doctor pasando un mechón oscuro tras la oreja de ella—. Me encanta escucharte. Ellos están fascinados contigo.

—Y yo con ellos. Es muy revitalizador…

Iban a dirigirse hacia la terraza cuando la puerta volvió a sonar.

—¿Quién podrá ser ahora? —preguntó ella extrañada.

Cuando abrió, notó que se trataba de un repartidor con varias cajas grandes en el porche de la casa.

—¿Catarina Ferri?

—Soy yo.

—Es su compra del viernes en Bimbo Milano, señorita.

—¡Qué rápido! —exclamó ella firmando la entrega.

—La eficiencia nos caracteriza. Que tenga un buen día —dijo el chico antes de subirse a su camioneta.

Bruno se acercó a la puerta y advirtió la presencia de las cajas. Por las imágenes promocionales del exterior comprendió lo que podían contener.

—¿Sabías que tengo experiencia armando cunas? —le susurró al oído.

Cate sonrió. Le alegraba que tomara ese asunto con tanta naturalidad y no solo eso, que se prestara para armar los muebles. Era lógico que lo hiciera con su futuro sobrino, pero su hijo no… Apartó aquel pensamiento.

—Aquí hay más que una cuna —le advirtió riendo—. Me temo que mi madre haya comprado demasiadas cosas.

—No importa, me comprometo a ayudarte con todo —respondió él dándole un beso en la cabeza—, pero por el momento las subiré. ¿En que habitación las coloco?

Bruno jamás había estado arriba, así que fue Cate quien le dijo dónde dejarlas, en una habitación de huéspedes ya que faltaba mucho todavía para remodelar alguna de ellas para el bebé.

El dulce adagio ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora