Capítulo 10

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Bruno tenía un hermoso departamento en un edificio céntrico de Milán. Cuando el chofer llegó a la consabida dirección, ya Bruno estaba aguardando por ella en los bajos del edificio, y le dijo al hombre que él se encargaría de retornar a Cate a casa. El chofer, feliz de tener el resto del día libre, se marchó sin cuestionar nada.

—¡Me alegra verte! —le dijo él dándole un beso en la mejilla de ella.

—A mí también me alegra. No tenía muchos deseos de regresar a casa sola y después de lo que sucedió anoche, tampoco me parecía oportuno ir con mi tía y mi prima.

—¿Qué sucedió? —Él estaba preocupado.

—Te contaré cuando subamos, pues confío en ti; solo te pido que no lo comentes con los muchachos.

—No lo haré, te lo prometo. Bella no regresará hasta más tarde, todavía está ensayando para la audición de mañana.
Cate asintió y se encaminó a la portería, luego al ascensor. Bruno vivía en el pent-house, que era muy amplio y espacioso. Un amplio salón que se comunicaba con el comedor y la cocina; en el lateral izquierdo la vidriera de cristales que daba al amplio balcón con plantas, un asador, mesas y un columpio. A la derecha un corredor conducía a lo que suponía fueran las habitaciones.

—¡Es muy bonito!

—Muchas gracias. Vivimos aquí desde hace poco, pero es un buen lugar. Ponte cómoda que iré a traerte algo de beber. ¿Qué gustas?

Cate le respondió que un jugo y Bruno no demoró en regresar con el pedido. Cate estaba sentada en un amplio diván de color blanco y Bruno se colocó a su lado. Vestía ropa deportiva y se veía más joven con aquel atuendo.

—Gracias —le dijo ella probando un sorbo del licuado que manzana que le había brindado.

—¿Qué era eso que tenías que contarme?

Cate se aclaró la garganta y le narró lo esencial, sin entrar en detalles demasiado íntimos. Bruno, en efecto, no se lo esperaba. Conocía poco a Gabriela, pero a Gina la había tratado con mayor asiduidad e incluso había conocido al difunto Giorgio, quien le había parecido un hombre bueno, aunque de pocas palabras.

—Fue una situación incómoda; y aunque tía Gina apareció hoy en la casa de nuevo con la carta, pienso que es mejor no volver por un par de días hasta que mejoren los ánimos. Ignoro qué podrá decir la carta, pero creo que jamás lo sabré. Es algo que mi mamá no querrá compartir con nadie y la entiendo…

—Debe ser muy difícil tener un amor como ese y luego verlo casar con tu propia hermana —comentó Bruno—. De cualquier forma, es mejor no tomar partido.

—Eso es lo que he tratado de hacer —asintió Cate—, pues creo que aun hay esperanzas para esa relación fracturada entre hermanas.

—Tal vez sí —concordó él quitándole el vaso vacío de las manos y colocándolo encima de la mesa de centro de cristal—, pero no puedes hacer más y la reconciliación es algo que no depende de ti.

Cate lo sabía, pero le hubiese gustado mucho que se arreglaran los dos. Bruno se acercó un poco a ella, y le acarició la mejilla con delicadeza. Siempre que hacía eso la ponía un poco nerviosa, y la hacía temblar.

—¿Por qué no preparo la cena para nosotros? —propuso él.

—Porque no sé si deba quedarme hasta tan tarde —repuso ella—; no quisiera que condujeras de noche para llevarme para entonces regresar de inmediato.

—¿Por qué no te quedas entonces? —sugirió con una sonrisa.

—¿Qué? —Cate estaba desconcertada.

El dulce adagio ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora