Epílogo

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Diez años después.

Bruno llegó al teatro, acompañado de su suegra y de sus hijos de seis años, para la última función de ballet de Catarina, quien iba a retirarse de los escenarios con cuarentaitrés años. Había tenido una maravillosa carrera como bailarina, pero había llegado su momento de dejar de bailar. Lo hacía en la mejor de las circunstancias: todavía tenía una forma excelente; la técnica era exquisita, y aún conservaba los elementos más esenciales de su virtuosismo. Ella siempre había dicho que deseaba que la recordaran espléndida y no en decadencia, y era justamente lo que se proponía hacer: despedirse en plenitud.

En lo adelante se dedicaría a la docencia, algo que realmente amaba. Su madre recién se había jubilado, aunque conservaba su buena salud. En diez años, la vida había cambiado mucho: Gabriella vivía en su casa de Varenna con su hermana Gina; se llevaban mejor que nunca, aunque intentaban no hablar del difunto Giorgio. Valeria se había casado con Giulio; Bella y Pablo vivían juntos y ya eran los dos primeros bailarines, y Bruno y Cate llevaban nueve años de un feliz matrimonio.

Bruno miró con cariño a sus hijos, unos hermosos mellizos de seis años: Alessandro y Alessia. Desde temprano, sin que nadie se los indicase, había demostrado interés y aptitudes por la danza. Iban a clases de ballet y muy pronto entrarían en la escuela de danza.

—¿Falta mucho para que comience? —preguntó Alessia.

—Todavía un poco, cariño —le dijo su padre.

Los niños se parecían a Cate, pero habían heredado sus ojos azules, algo que a su hermosa esposa había alegrado, pues siempre decía que fueron sus ojos lo que primero amó de él, incluso antes de conocerlo.

—¡Quiero ver ya a mamá! —exclamó Alessandro ansioso.

—No se desesperen, niños —les pidió Gabriella esta vez—, ¿por qué no hablamos del ballet mientras esperamos? Conocen la historia, ¿cierto?

Los pequeños asintieron con atención. Cate había elegido el Lago de los Cisnes para su adiós en la escena. Era su ballet favorito, y el doble rol de cisne blanco y negro, era demandante y maravilloso.

La función resultó ser lo que esperaban. Con Cate no había sorpresas, ella rebosaba talento desde el comienzo hasta el final de la puesta. Su cisne blanco era lírico, romántico, y tembloroso... El negro era pura pasión, desenfreno y desbordante de técnica.

El teatro se puso de pie para aplaudirle, más aún sabiendo que despedían a una de las más importantes bailarinas de las últimas décadas. Catarina Ferri dejaría un profundo vacío en el escenario, pero el ballet estaría vivo en cada artista que vendría con las nuevas generaciones, dispuesto a brindar su piel.

Cuando terminó la función, Bruno se apresuró a ir hacia el camerino. Cate le abrió la puerta, y lo primero que vio fueron sus lirios blancos. No había fallado ni en una de sus representaciones, y se había vuelto en el sello de su amor.

Como diez años antes, Cate le besó sin que mediara palabra alguna, dejándose caer en sus brazos. Su amor se había multiplicado con el paso de los años, y cada día era más firme.

—Ha sido magnífico, como siempre, mi amor —le dijo él, orgulloso—. ¿Estás segura que vas a retirarte? ¡Tu Lago sigue siendo perfecto!

Ella le sonrió agradecida, pero negó con la cabeza.

—Mi cuerpo me dice que debo reposar ya. No voy a negarte que siento algo de tristeza por decirle adiós a esta parte de mi vida, pero estoy conforme con lo que he logrado. Lo más importante lo tengo con ustedes en casa. ¡Amo a mi familia y te amo a ti, Bruno!

—Yo también te amo, princesa.

Otro beso los unió por un instante, pero debieron separarse cuando entraron corriendo aquellas dos criaturas que colmaban sus días de alegrías. Cate era feliz de ser madre, aquella había sido el mayor de sus sueños y era dichosa de haberlo realizado junto al amor de su vida.

La bailarina se agachó para recibir en sus brazos a sus hijos. ¿Quién sabe? Tal vez fueran en un futuro excelentes bailarines también... En realidad, a ella no le importaba la profesión que escogiesen, siempre y cuando fuesen felices, tan felices como lo era ella. Con su familia al completo, Catarina Ferri sentía que lo tenía todo y estaba agradecida con la vida.

FIN

FIN

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