Capítulo 2: La Decisión de Nimue

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# Capítulo 2: La Decisión de Nimue

De nuevo, allí estaban los tres pequeños erizos, reunidos en el claro del bosque, esperando pacientemente al anciano erizo que los deslumbraba con sus historias fantásticas. Aunque les extrañaba un poco que conociera tantos detalles, eso solo hacía que su curiosidad creciera con el paso de los años. Al fin, lo vieron caminando entre los árboles, y supieron que su espera había terminado. El anciano se sentó frente a ellos, mirando al cielo antes de continuar donde se habían quedado el día anterior.

—De acuerdo, continuemos.

Nimue y Mephiles pasaron su tiempo juntos, cuidándose mutuamente y entregándose amor sincero. Un día, la eriza rosa tomó una decisión importante que afectaría toda su vida y el futuro del bosque. Citó a Mephiles en el lago una noche de luna llena, cuyo brillo se reflejaba en las aguas cristalinas.

—Querida, vine en cuanto recibí tu nota. ¿Sucede algo? —se acercó Mephiles, tomando las manos de Nimue entre las suyas.

—Amor mío, debo decirte que he tomado la decisión más importante de toda mi vida —entrelazó sus dedos con los de Mephiles, cerró los ojos por unos segundos y luego los abrió, mirando fijamente a los ojos musgo de su amado—. Quiero que, junto a mí, seas un Guardián del Lago.

El erizo azabache quedó sorprendido por la propuesta, pero sabía que haría lo necesario para proteger a su compañera y al lago.

—Si eso es lo que deseas, con gusto aceptaré. Cuidaré de este lago y de ti con mi propia vida.

Se arrodilló frente a Nimue, observando cómo ella hacía aparecer una espada de oro con diamantes incrustados en el mango. La Dama del Lago comenzó a conjurar en una lengua antigua, pasando el filo de la espada por su mano derecha para hacer un corte. Extendió su mano hacia el lago y apretó el puño, dejando que las gotas de sangre cayeran en el agua, lo que provocó un brillo intenso. Mephiles se cubrió con el brazo hasta que el resplandor disminuyó, revelando una esfera verde esmeralda que flotaba frente a él.

—Mephiles The Dark, de ahora y por los siglos serás el segundo Guardián del Lago. Compartiré contigo la mitad de mi poder con la condición de que tu corazón se mantenga puro como hasta ahora —dijo Nimue, cuyos ojos ahora eran dorados. La esfera se dirigió al corazón de Mephiles y desapareció en su cuerpo.

Nimue, agotada, se arrodilló en el suelo. Mephiles se acercó rápidamente y la abrazó suavemente, acomodando la cabeza de ella sobre su pecho y acariciando su cabello hasta que se quedó dormida con una sonrisa en su rostro.

La levantó en sus brazos y comenzó a caminar hacia un pequeño castillo cercano al lago. Las puertas de madera con patrones de rosas se abrieron, revelando un piso de cerámica color crema, paredes blancas y un gran candelabro colgando en la entrada. Los ayudantes de Nimue lo guiaron a su habitación, donde la colocó delicadamente en una cama matrimonial con sábanas rojas y suaves como la seda. Después de arroparla y darle un beso en la frente, se dirigió a la habitación de invitados, pero fue detenido por una mano que lo tomó del brazo.

—¿Pasa algo, querida? —se acercó a ella, guardando una ligera distancia.

—Me preguntaba si me harías compañía esta noche —dijo Nimue, nerviosa y apenada.

—¿Quieres que lo haga? —sus ojos verdes musgo se encontraron con los jade de Nimue, provocando que ella se sonrojara.

—Solo si no tienes problema con mi petición —respondió ella, apretando levemente el brazo de Mephiles.

El erizo rió levemente y se acomodó a su lado, tomándola por la cintura mientras ella apoyaba la cabeza en su pecho con una sonrisa. Se desearon buenas noches con un pequeño beso en los labios.

A la mañana siguiente, Mephiles despertó solo en la cama, hasta que unos leves golpes en la puerta lo hicieron levantarse. Al abrirla, se encontró con Nimue sosteniendo una bandeja de desayuno.

—Buenos días, amor mío —dijo ella, acercándose para darle un beso en la mejilla—. No quise despertarte tan temprano, así que fui a revisar el lago rápidamente y preparé el desayuno para que comamos juntos.

Mephiles sonrió, tomando la bandeja y colocándola sobre una pequeña mesa en el balcón de la habitación. Mientras desayunaban, disfrutaban de un día soleado y el canto de los pájaros.

Los días y meses pasaron en armonía y amor para la pareja. Se cuidaban mutuamente como si no pudieran vivir sin el otro. Pero, a los dos años de estar juntos, Nimue comenzó a notar un comportamiento extraño en Mephiles. Aunque seguía siendo cariñoso, algo la inquietaba. Un día, se acercó al lago, esperando encontrar respuestas.

Sentada frente a la orilla, observando su reflejo en las aguas cristalinas, Nimue habló al lago: —Querido lago, hay algo que me preocupa sobre Mephiles. Siento que he cometido un error. Su mirada es más sombría, ya no tiene el brillo característico con el que lo conocí. Su comportamiento es preocupante, y no quiero que el bosque y mis súbditos estén en peligro.

El lago comenzó a brillar, mostrando imágenes de una pelea entre Nimue y una sombra en medio de llamas ardientes. Aunque su corazón le pedía que no creyera en esas visiones, su razón le decía que el poder que había compartido con Mephiles lo estaba contaminando. Estaba cegándose por el poder, y eso era lo que ella temía.

Nimue levantó la vista, viendo cómo el sol se ocultaba entre los árboles, pintando el cielo de rojo y naranja.

—Bueno, eso es todo por hoy, mis niños.

—No, abuelo, por favor. Necesitamos saber si Nimue tenía razón con sus sospechas —rogó uno de los pequeños erizos, con mirada suplicante.

—No, niños. Sus padres no quieren que se preocupen por ustedes —dijo el anciano, levantándose y sacudiendo su ropa.

Los pequeños suspiraron derrotados y se despidieron del anciano, saliendo del claro hacia sus hogares. Quedaron nuevamente con la intriga de lo que sucedería, pero sabían que al día siguiente conocerían el resto de la historia.

Tears of GodsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora