Capítulo 4: El Caballero Oscuro

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Esta vez, los pequeños no tuvieron que esperar para ver al mayor, ya que él los estaba esperando en el punto de reunión. Se sentaron alrededor de él, mirándolo con expectativa para que continuara la historia. El anciano sonrió y comenzó a hablar.

Un líquido color carmesí bajaba por la pierna de la dama. Ella retrocedió lo suficiente, y cuando estaba a punto de sacar el trozo de cristal, un golpe la hizo caer de forma brusca, enterrando aún más el vidrio y haciéndola retorcerse de dolor mientras jadeaba agitada.

—Je, ahora no creo que te levantes, Nimue —dijo el caballero, poniendo su pie sobre el pecho de la mujer y presionando con fuerza sus costillas—. Tuviste tu oportunidad de matarme y no lo hiciste. Supongo que tus sentimientos pesan más que tu deber. —Levantó su espada mientras gotas de lluvia comenzaban a caer sobre ellos y algunos rayos empezaban a aparecer.

—No me importa morir si puedo llevarte a la tumba conmigo —dijo Nimue con firmeza mientras trataba de contener el oxígeno en sus pulmones.

El caballero se rió ante las palabras de la mujer, presionando con más fuerza su pecho y luego dándole una patada en el estómago. Alzó nuevamente su espada, pero Nimue aprovechó la oportunidad y lanzó barro al casco de su armadura, dejándolo temporalmente ciego. Aprovechando su aturdimiento, le dio un golpe en el rostro.

—((Lancelot, perdóname por no haberte pedido que te quedaras a mi lado, pero no quería que te tacharan de traidor al haberme liberado del tirano de Arturo. Eso jamás me lo hubiera perdonado)) —pensaba Nimue mientras atacaba a Mephiles, ambos chocando sus espadas con fuerza, ahora viéndose con odio.

Mientras continuaban peleando a muerte, los rayos caían con fuerza contra los árboles, empezando a hacerlos arder. El humo y el fuego comenzaron a extenderse por el bosque y alrededor de los contrincantes. Desde una torre del gran palacio, un caballero observaba la dirección hacia donde se había llevado a la Dama del Lago. Alarmado por el humo y las llamas, bajó rápidamente las escaleras, ignorando las preguntas de sus compañeros y de los guardias del palacio, y montó su caballo, dirigiéndose lo más rápido posible hacia el bosque.

Mientras tanto, los erizos continuaban peleando, ambos con heridas graves y sus armaduras comenzaban a romperse por los golpes recibidos. El calor de las llamas dificultaba su vista y el humo su respiración, pero no dejarían de luchar. Nimue enterró su espada en el abdomen del caballero. Al sacarla, la sangre que ahora decoraba el filo de su espada parecía brea. Ella se apartó rápidamente, observando cómo la herida se cerraba lentamente mientras el caballero presionaba su estómago con fuerza y usaba su espada como apoyo.

—¿Qué demonios eres? —preguntó Nimue, observando cuidadosamente las demás heridas que había provocado a su enemigo y dándose cuenta de que ya habían sanado también.

El caballero se levantó, quitándose el casco, revelando que la zona blanca de sus ojos ahora era negra, y solo se veía el iris y las pupilas. Su pelaje ahora era más claro, parecido al color de las nubes antes de llover.

—Tu... boca... —Nimue observó el rostro del erizo ahora grisáceo, viendo cómo su boca había desaparecido por completo.

—Supongo que ahora soy el diablo —dijo él, haciendo un gesto parecido a una sonrisa.

La voz del erizo ahora era más profunda, y parecía que varias personas estuvieran hablando al mismo tiempo, haciendo que su voz sonara como la de un demonio.

—Qué lástima, no esperaba que me vieras de esta forma, pero supongo que ya no tiene sentido ocultarlo si vas a morir —dijo el caballero, reincorporándose y poniendo su espada sobre su hombro.

—¿Cómo que ocultarlo...? ¡¿Siempre has sido así?! —Nimue comenzaba a preocuparse y a reprocharse por no haber sido más cuidadosa.

—Correcto —dijo él, aplaudiendo de forma sarcástica—. No fue sencillo; tuve que amenazar a alguien para que ocultara mi apariencia original. Supongo que ya sabes de quién hablo. —Se rió levemente.

—Merlín... —Nimue miraba fijamente al erizo que tenía enfrente.

—¡Muy bien! —Volvió a aplaudir—. Dos puntos por ser tan inteligente, querida. —Se acercó a ella—. Ahora solo necesito matarte, así tu poder pasará a mí y podré dominar este patético lugar.

—Así no es como funciona —dijo Nimue, retrocediendo algo aterrada.

—Tsk, qué importa. Con el poder que tengo más mi lado demonio, no será tan difícil cumplir con mis planes —dijo el caballero, tomando a Nimue por el cuello y empezando a asfixiarla mientras la levantaba del suelo—. Dile adiós a este mundo.

Levantó su mano, revelando el cuello de Nimue, y acercó la punta de su espada. Justo cuando iba a acabar con la vida de la mujer, un segundo caballero apareció, cortando la mano con la que sostenía la espada y tomando a Nimue en sus brazos, abrazándola contra su pecho mientras el erizo se retorcía de dolor al haber perdido su extremidad.

—Te había dicho que no confiaras en extraños —dijo el caballero, abrazando a Nimue con fuerza, teniendo cuidado con las heridas que estaban esparcidas por su cuerpo.

—¿L-Lancelot...? —preguntó Nimue, mientras su cuerpo recuperaba el oxígeno que se le estaba siendo arrebatado.

—Como lo prometí, estaré aquí para protegerte —dijo Lancelot, ayudándola a reincorporarse y entregándole su espada.

—¿Cómo supiste que te necesitaba? —preguntó Nimue, mirándolo con curiosidad.

—Instinto, y también porque el humo se ve desde el castillo —respondió Lancelot, mirando al demonio mientras este se recuperaba del ataque, aunque su mano no regresaba a su lugar.

—¡¿Qué me hiciste, infeliz?! —gritó Mephiles, con furia en sus ojos.

Lancelot observó su espada, que emitía un leve brillo, recordando que Nimue se la había obsequiado.

—Nimue, ¿aún tienes fuerzas para pelear? —preguntó Lancelot, cambiando su vista de la espada a la mujer. Ella asintió, respondiendo un "sí".— Muy bien, es hora de que luchemos y derrotemos a este monstruo —dijo, levantando su espada. Nimue lo imitó, y las púas de ambos se tornaron de color amarillo.

—¿Qué se supone que son ustedes...? —preguntó Mephiles, levantando su espada.

—Yo soy el Caballero Oscuro, y voy a proteger a mi Diosa —dijo Lancelot, levantando su espada, listo para atacar.

El anciano interrumpió la historia, estirándose y levantando la vista al cielo.

—Bueno, es todo por hoy, niños. Hora de irse a casa —dijo el mayor, observando a los pequeños, quienes estaban a punto de discutir su decisión—. No, nada de quejas. A casa, casi termino regañado por sus padres ayer —dijo el mayor, cruzándose de brazos.

—Está bien, ya nos vamos —dijo uno de los niños, levantándose y sacudiendo su ropa.

—Estaremos temprano aquí mañana —dijeron, despidiéndose rápidamente y yendo a casa.

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