Capítulo 3: La Decisión Final de Nimue

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Como en los días anteriores, los pequeños esperaban con ansias al anciano erizo, mientras hablaban de la escuela. La charla fue interrumpida por una voz familiar.

—¡Abuelo! —dijo la pequeña eriza, abrazando al mayor.

—Anda, no perdamos más tiempo —insistió otro erizo, que tenía cola de felino.

—Está bien, está bien, continuemos con esto —sonrió el abuelo, acomodándose frente a los pequeños y volviendo a enfocarse en la historia.

Aunque la visión del lago tenía realmente preocupada a nuestra protagonista, Nimue no podía darse el lujo de demostrar esa preocupación. Frente a su compañero, actuaba con naturalidad, esforzándose para no levantar sospechas.

—¿Querida, sucede algo? Te noto pensativa —dijo Mephiles, sentándose al lado del trono de Nimue.

—¿Uh? Jeje, no es nada de qué preocuparse —sonrió ella, tranquilamente.

—¿El lago te ha mostrado algo últimamente? —preguntó Mephiles, mirándola con una frialdad inusual en sus ojos.

—N-no, todo ha estado bastante tranquilo —respondió Nimue, sintiéndose intimidada y asustada.

—No me estás ocultando nada, ¿verdad? —dijo Mephiles, levantándose y posicionándose frente a ella, colocando sus manos en los posa-brazos del trono.

—No te oculto nada... ¿Acaso tú sí? —Nimue le devolvió una mirada severa.

—Tsk, no es tu asunto... —se apartó Mephiles, alejándose del lugar y dirigiéndose al bosque.

El corazón de Nimue se quebraba con la frialdad e indiferencia en la mirada de su guardián, confirmando una y otra vez sus sospechas. Sabía lo que tenía que hacer: matarlo. Esa palabra se repetía una y otra vez en su cabeza, pero sabía que no había otra salida. Debía encargarse de él antes de que el bosque pagara las consecuencias de su decisión.

—¿Entonces qué sucedió después? —preguntó uno de los pequeños, siendo silenciado por los otros dos que le cubrieron la boca para que no siguiera interrumpiendo.

El anciano sonrió y continuó.

Nimue caminaba por los pasillos del castillo, dirigiéndose a la parte más profunda. Tocó una piedra en específico que formaba parte de la pared y, al presionarla, activó una entrada secreta. La puerta se cerró automáticamente al entrar, y Nimue bajó las escaleras con una antorcha en su mano derecha. Por suerte, Mephiles no conocía los pasadizos secretos del castillo, así que no tendría que preocuparse por él.

Llegó al sótano del palacio, caminando por un pequeño pasillo con una única puerta rodeada de malezas y plantas, ya que el lugar estaba prácticamente abandonado y siendo consumido por la naturaleza. Al abrir la puerta, se puso de puntillas para alcanzar un candelabro y lo encendió con la antorcha. Cuando la habitación quedó lo suficientemente iluminada, colgó la antorcha en una de las paredes y se dirigió hacia una armadura blanca que vestía un muñeco de madera.

La armadura era ligera pero resistente, hecha de materiales mágicos que la harían prácticamente indestructible. Nimue se puso la armadura, sintiendo cómo el poder del lago la envolvía, dándole la fuerza y el coraje que necesitaba para enfrentarse a Mephiles.

Se tomó un momento para calmarse y concentrarse, sabiendo que el enfrentamiento que se avecinaba sería el más difícil de su vida. Con la armadura puesta y la espada de oro en mano, se preparó para salir de la habitación secreta y buscar a Mephiles.

 Con la armadura puesta y la espada de oro en mano, se preparó para salir de la habitación secreta y buscar a Mephiles

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