Capítulo 9

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Lucía. 

Sus manos recorrían mi cuerpo con impetud, su mirada paseaba por mi silueta y me cuestionaba si más de mi cuerpo el podía ver... No.

No lo conocía.

¿O tal vez sí?

Estaba cansada, había hecho y presenciado más en este día de lo que probablemente en mi vida.

Disfrazar mi dolor y mis pensamientos con un falso humor e indiferencia de la vida era algo constante.

Como sacar de mi cabeza la imagen de un asesinato.

Porque eso fue.

Claramente no sentía culpabilidad, no fui yo la responsable de tan innecesaria y atroz muerte. Pero la duda de si sería la próxima no abandona mi cabeza.

Había un lado positivo, éramos "adolescentes", si es que aún nos podemos llamar así. Solos, sin padres,  sin reglas, y con la única responsabilidad de sobrevivir.

El equilibrio que tendríamos que buscar dificultaba el tener una opinión razonable de todo esto, pues aún estando solos, el peligro es inminente.

Al menos sirve de consuelo el pensar que estaba acompañada.

Sus besos eran dulces pero a la vez furiosos. Sus manos se colaron por mi camisa y por mucho que quisiera esto, pues me atraía sobre demasiado y mi cuerpo me traicionaba. Tenía que estar preparada para lo siguiente que vendría.

—Quiero dormir— Mi voz salió entrecortada debido a las increíbles torturas que aplicaba sobre mi piel.

—Si, claro que lo haremos— Paró para hablar pero volvió al ataque en mi cuello.

Estaba preocupada, no iba a disfrutar esto con la cabeza tan ocupada.

—Ahora— Aclaré librando su cintura de mis piernas.

Suspiró y se separó, el podía entenderlo, había algo en su mirada que se me hacía conocido. La compasión, la dulzura y el entendimiento brillaban en él.

Tomó un mechón de mi cabello y lo llevó detrás de mi oreja.

—¿Leíste esos mensajes, cierto?— Sabía a qué se refería.

Afirmé con un asentimiento.

—¿Tu también lo sientes verdad? Esa conexión, esa sensación de conocernos, esa confianza que solo surgió pues no hay razones.— Suspiró— Odio no recordarte y saber que eras algo importante para mí.

Y entonces lo ví. Lo tomé del cuello, junté sus labios con los míos y pude recordar un poco, los flashbaks vinieron a mi y fue como ver una película. Las vídeo llamadas, las conversaciones, las fotos, los secretos. La confianza y el amor que nos teníamos. Y a pesar de verlo borroso supe que no era solo Daniel. Era mí  novio. Lágrimas de nostalgia brotaron de mis ojos haciendo notar la pasión, la emoción, y el desespero, de que por fin nos hayamos encontrado, tal vez no en las mejores circunstancias. Pero lo hicimos, estamos juntos.

El se separó levemente de mí y me miró con los ojos rojos,  el también anhelaba esto tanto como yo.

—¿Que tienes, pequeña?— Susurró con la voz ronca y quebrada al tiempo que pasaba sus manos por mi rostro limpiando mis lágrimas.

—Nada que tú no puedas solucionar.— Y lo tomé de nuevo. Nuestros labios estaban sincronizados. La calidez de su boca junto a la mía y nuestras lenguas jugando. Inevitablemente mi cuerpo reaccionó a él, la humedad entre mis piernas se hizo presente de nuevo, mi piel reclamaba contacto con la suya. Y como si fuéramos uno, y compartiéramos pensamientos sus manos me recorrieron. Una en mi cuello, la otra en mi cintura acercándome a él. Mis manos se volvieron traviesas y se colaron por debajo de su playera, tocando todo lo que podían, su abdomen, su pecho.

Era mucho mejor.

Mordí su labio inferior y arrastré mis dientes, para luego colar mi lengua de nuevo en la calidez de su boca, no tardó en devolverme la mordida y supe que él sería mi perdición. Le saqué la playera, lamentándome un momento por haberme separado de él. Sus manos se colocaron sobre mis pechos y con dos de sus dedos apretó en esa zona tan sensible, mi debilidad.

Me hizo soltar un gemido sobre su boca, noté como sonreía un poco.  

Sus labios Bajaron hasta mi cuello y mientras daba pequeñas mordidas, lamidas y besos que me prendían cada vez más, dijo con esa voz tan sensual que tenía.

—No te haces una idea— Suspiró.

¿Qué no sabía?

Yo me había enamorado perdidamente de él.

Pero ahora no podía sentirlo con tanta fuerza, sabía que el había recordado un poco, podía leerlo con facilidad.

Y ahí fué, en ese preciso momento en el que me di palmaditas mentalmente, y me dije: Por eso tienes que vivir, tienes que recordar.

Sin dudas era alguien importante para mí.

















Vestigio [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora