El camino a casa se hizo más largo que de costumbre. Luca iba pensando en sus cosas de niño de siete años mientras andaba desganado y arrastrando los pies. Mientras yo no podía quitar a Josh de mi cabeza. Este chico me descolocaba, y es que no podía pretender regresar y hacer como si nada hubiera pasado. Porque cada mensaje, cada encuentro y cada mirada suya, me hacía daño, más que el de mil cuchillos sobre mi piel.
Para cuando llegamos a casa mi tía y mi abuela aún no habían llegado. A mí no me afectó en nada pero pude ver la cara de preocupación de Luca. Y dejé de pensar que no era la única que sentía dolor y a la que le afectaban las cosas, pensé lo egoísta que era por creer que los demás no sufrían tanto como yo, porque en mi burbuja sólo sufro yo, y lo que pase fuera de ella lo desconozco.
Me sentí tan mal, que necesitaba sentirme peor para poder sacarlo de mi cuerpo. Entré en la cocina, le hice un par de sándwiches a Luca para cenar y yo me calenté un bol repleto de pasta que había sobrado de alguna comida anterior.
Subí la comida de Luca a su habitación y yo cené en la mía. Necesitaba darme un atracón de los míos para liberar mi malestar emocional.
No saboreé ni un solo grano de arroz. Comía rápido, apenas masticaba. Solo tragaba y tragaba. Y mi único pensamiento no iba más allá de terminar ese enorme plato.
Cuando me lo terminé, baje a la cocina en busca de otra cosa que poder engullir.
Estaba frente a la nevera, hubo un duelo de miradas o eso creo recordar. Me decanté por un brownie de chocolate, posiblemente lo más empalagoso de toda esa casa. Tan solo en un instante volví a mí y me vi atracando ese dulce que probablemente tendría más kalorías que juntando todo lo que había comido esa semana. Me sentí débil y estúpida, por no poder reprimirme y traicionar mi deseo de poder ser delgada y llegar a mi peso ideal. Era una estúpida torpe que jamás lograría conseguir ninguno de mis deseos. El remordimiento me carcomía. Al poco tiempo noté un dolor abdominal y con eso unas ganas terribles de morirme, o desaparecer si preferís, porque suena demasiado fuerte, pero es lo que sentí. Como si de un alma que llevase el diablo se tratase, corrí al antro donde estaban mis mayores enemigos: la báscula, medidor de mis múltiples fracasos diarios, el espejo; reflejo de la vergüenza, el retrate; vía de escape a la gordura o perdición de la cordura.
Y ahí me encontraba, sabía perfectamente que tenía que hacer, aunque eso no me libraba del sentimiento de temor. En décimas de segundo, mis brazos se apoyaban sobre el retrete, mis piernas temblaban sobre los fríos azulejos. Mi abdomen parecía gritar, mi garganta ardía y mi boca soltaba miles de arrepentimientos.
Me encontraba aún peor que antes. Sonó el teléfono. Dejó de sonar. Al poco tiempo oí a Luca llamándome y buscándome por toda la casa. No podía contestarle, apenas podía moverme. Oí como se habría la puerta de mi habitación y cuando me dí cuenta tenía a Luca enfrente mía con rostro de pánico.
- Luca, ¿pasa algo? Dile a Eris que se ponga? - mi tía al teléfono.
Sólo hizo falta una mirada para que mi hermano se diese cuenta de lo mal que estaba, que era incapaz de responder y que mi tía no debía saber nada.
- Está dormida tía, ¿qué la tengo que decir?
- Vale cariño, dile que la abuelita está muy bien, que no pasa nada pero que vamos a pasar la noche aquí. Y no os quedéis dormidos mañana que tenéis clase.
- Vale tía un beso.
- Otro a ti cariño. Te quiero.
- Te quiero.
Colgó el teléfono y me miró preocupado y triste. No entendía la situación, el verme tirada en el suelo, rodeada de vómitos, con el rostro pálido y los ojos casi blancos. Solo entendía que no estaba bien y que debía hacer algo, pero ¿el qué?
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No me sueltes
RomanceMe llamo Eris, tengo 16 años. Una adolescente corriente en principio. Mi vida no ha sido un camino de rosas, pero eso es lo que me ha llevado a ser fuerte. Estuve en lo más bajo, pero sí, logré salir. Todo cambió el día que una persona llegó a mi vi...