Capítulo 6

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Por fin sonó el ansiado timbre que marcaba el inicio del recreo, guardé todas mis cosas en la mochila y decidida a no volver a tropezarme con nadie, salí con calma del baño.

Me senté sola en una de las mesas del comedor para almorzar, como de costumbre. Volví a sacar de mi mochila el libro que estaba leyendo, lo abrí por donde lo había dejado pero tan solo leí el primer párrafo cuando mis ganas de seguir leyendo aquella novela dramática se esfumaron. Mi gran afán por los libros drámaticos me conducían por una constante depresión de la que apenas en ocasiones lograba escapar. Me sentía tan identificada con esos personajes que en ocasiones tenía la sensaión de formar parte de la historia, de que estuviese escrito explícitamente para mi o directamente de ser el protagonista.

La literatura y la música guiaban mi vida. Los libros que leía y las canciones que escuchaba siempre eran del mismo género. De vez en cuando escuchaba rock o distintos estilos de electrónica, pero lo mío eran las baladas o el pop, Sheeran y Mars entre mis favoritos. Era increíble como una canción podía cambiar tanto mi estado de ánimo. En una diferencia de tres minutos podía pasar de llorar a llenarme de buenas expectativas y viceversa.

Los libros también influían. No tenía autores favoritos, tampoco épocas literarias preferidas, pero si solía leer el mismo tipo de género. Alguna vez había probado con el género psicológico pero nunca me había servido de ayuda, rara era la vez que terminaba un libro de psicología.

Simplemente no encontraba una dirección que seguir en la vida y todo eso me ayudaba a guiarme, o por lo menos a seguir en pie. Eran verdaderas terapias, no muy buenas teniendo en cuenta sus resultados, pero en algo ayudaban.

En algún caso, cuando esas terapias no me podían ayudar o eran las causantes de mi estado de ánimo o mis sentimientos, recurría a algo que nunca me fallaba. Mi opción de desahogo, el tabaco.

Terapias, estados y sentimientos aparte.
Ahí seguía sentada en la mesa y decidí comer el bollo que por la mañana había metido en la mochila para merendar. Mi estómago rugía, miré con tristeza y confusión esa gran fuente de calorías. Pensé si me merecía la pena comerlo y si luego me sentiría peor conmigo misma, pero decidí que ya tendría tiempo para arrepentirme.

Miré el bollo con respeto, como si de un arma de destrucción se tratase y le dije firmemente:

- Esto no es una victoria, llámalo tregua o como quieras pero no te metas en mis kilos ni en mi cuerpo. Adiós.

Y lo engullí, si engullí. Joder me estaba muriendo de hambre, no me juzguéis, ¿que habríais hecho vosotros?

Quizás os parecerá exagerado que el comer un bollo se convierta en un trauma o un problema, pero si tienes dieciséis años, eres anoréxica desde los catorce pero llevas toda tu vida sintiéndote como una mierda y gorda, gorda. Esa palabra que retumba en tu cabeza cada vez que alguien te llama así o recuerdas como alguien te lo ha llamado. Sientes como haberte comido un bollo es una catástrofe, como si todo por lo que estabas pasando no servía de nada. Como si fueses una inútil y una cobarde, que no podía reprimir sus ganas de ponerse ciega a comer. Que anteponía la comida a lo que realmente era y lo por lo que realmente pasaba. Y acababas llamándote gorda a ti misma y dándole la razón a toda esa gente.

A si que era un trauma, del que no fui consciente hasta que llegué a mi casa y acabé con mi cabeza sobre el retrete, expulsando todo eso que me hacía sentirme una perdedora y una infeliz. Era deprimente verte de rodillas frente a un retrete, con lágrimas en tus ojos y deslizándose por tus mejillas, ver salir tal cantidad de sustancias por tu boca y garganta, que acaban en un agujero. Ojalá pudiese estar yo también en un agujero en ese momento. 

Pero era más deprimente todavía el hecho de que por mucho que hiciese siempre estaría igual, siempre tendría el mismo aspecto y siempre me sentiría igual. De que hubieses asistido a psicólogos, médicos, especialistas, tratamientos... Nada de eso me había servido, porque no había recaído, sencillamente porque nunca había salido de ello. El verdadero problema era la falta de autoestima y personalidad, era dejarte influir y ser herida por gente a la que no le importas una mierda. Creerte toda esa publicidad y todo esa mierda que hace que la sociedad crea que es lo correcto y lo perfecto. Que el amor de verdad es entre un hombre y una mujer. Que las niñas son rosa y los niños azul. Que la piel blanca es mejor que cualquier otra. Que la mujer es más débil que el hombre. Que el cuerpo perfecto es de una modelo. Que si pesas más de 60 kilos y no mides 1'75 eres una miseria. Pero lo peor de todo eso es llegar a creerlo.

***

Miércoles, 19:08 de la tarde, sobre mi cama y bajo el mundo, que posa todo su peso sobre mí. No podía sentir otra cosa que vergüeza, vergüeza por mi misma. Abrí el cajón de la mesilla de noche, saqué un cigarro y salí a la terraza. Notaba como poco a poco se iban llenando mis pulmones, me encantaba esa sensación. Mis niveles de dopamina iban por las nubes. Eché la última columna de humo por mi nariz y volví a la cama, encendí el ordenador y comencé con mis lecturas de blogs.  Ojalá pusiese tener el mío propio y alguien se interesase por mi vida.

Habían pasado apenas quince minutos y podía notar como mi nivel de dopamina descendía agresivamente, necesitaba volver a mantener ese nivel y me encendí otro cigarrillo.

Ahí seguía, en la terraza, y me acordé de Josh. De que le debía una respuesta, por muy mal que se hubiese portado conmigo o por mucho daño que me hubiese hecho era lo mínimo, se la debía.

Entré para coger el móvil y salí de nuevo. Mire los mensajes, ni uno. Debía estar acostumbrada, era lo normal. Pero el haber recibido algunos mensajes me había hecho sentir más especial, necesitada, o por lo menos visible y existente. El simple hecho de no tener ninguno me devolvió a la fría y habitual realidad. Mi importancia en este mundo era nula.

El hecho de que yo siguiese respirando no afectaba en la vida de nadie y eso, reconozco que me dolía.

De repente sonó la puerta de mi habitación.

- Vaya - pensé- parece que todavía alguien recuerda que existo. Pasa.

Imaginaba que fuese Luca, y estaba en lo cierto.

- Eris, ¿sabes quién cumple ocho años la semana que viene?

- Ni lo sé ni me importa.

- Vengaa tontaaa, aver si adivinas.

- Luca déjame en paz.

- Vengaaa que seguro que lo sabees.

- Luca, vete de una vez.

- Eris Eeeris adivínalooo.

- Joder Luca que me dejes en paz y te vayas.

- ¡Noooo! No me voy hasta que lo adivines- se rió.

Vete de una puta vez ¿no lo entiendes? Ya se que es tu cumpleaños y me importa una mierda todo lo que sea relacionado contigo o con cualquiera, así que ya te puedes ir.

Lo siguiente que recuerdo fue como mi hermano de siete años salía llorando de mi habitación, con la ilusión rota y con los sentimientos heridos por una bala, disparada por su hermana mayor
Acababa de herir a mi hermano pequeño, no físicamente, si no psicológicamente, algo aún más doloroso. Y lo más doloroso era que ni me había importado ni había tenido el más mínimo pudor en hacerlo. Probablemente en ese momento yo me tendría que haber sentido mucho peor que él, pero no fue así, no en ese momento.

No me sueltesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora