Capítulo 3

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Ahí seguía, en mi habitación, sobre mi cama. Dándole vueltas al mismo tema. Había intentado pensar en otra cosa, pero no pude. Ni siquiera el tabaco y la música me habían ayudado.

Mi móvil volvió a sonar. Era Josh.

< Josh a las 15:56 >

Eris te he visto en línea, se que has leído el mensaje. Necesito hablar contigo. Contéstame por favor.

No sabía que hacer ni decir. Decidí improvisar y dejarme llevar por mis instintos, aunque hasta ahora siempre me habían fallado.

< Eris a las 15:57 >

Lo siento Josh, pero ahora mismo no puedo hablar. Tengo muchas cosas en las que pensar.

No tardó en responder.

< Josh a las 15:57 >

Te entiendo. Pero no lo olvides, tenemos una conversación pendiente.

Ahí terminaron los mensajes. Sinceramente no tenía ganas de nada, ni de hablar. Y con él mucho menos.

No podía pretender regresar y hacer como si nada hubiera pasado.

Puede que para él no hubiese pasado nada, pero yo había pasado un infierno.

La utopía de volver a verle me invadía. Necesitaba algo que me sirviese de guía por el camino de las utopías.

Cigarro en mano salí a la terraza en busca de aire que despejase mi mente. Pero ni siquiera podía respirar ese aire. Notaba como poco a poco me iba fallando la respiración. Me estaba ahogando.

Esa situación me llevó a la conclusión de que mi vida era un auténtico caos. ¿Cómo resolver mis propios problemas sin siquiera poder respirar? Si ya no recordaba como hacerlo. Si no tenía a nadie que me ayudase a hacerlo, al menos a recordar. Si yo misma había creado un escudo para autodefenderme. Y ese escudo lo único que hacía era separarme de los demás.

***

Me desperté. Estaba en mi cama. No recordaba nada, había perdido la consciencia.

De repente se abrió la puerta de mi habitación, era mi tía. Llevaba mi cena en una bandeja.

-¿Se puede?

-Ya estás dentro.

Gesticuló una sonrisa forzada y dejó la bandeja a los pies de mi cama. Se dirigió hacia la puerta.

-Eris, tienes que dejar todo esto. Lo único que consigues es hacerte daño a ti misma y a la gente que te quiere - salió de mi habitación.

-Tonterías, ¿quién me quiere?- pensé.

Sabía que se refería al tabaco. Y yo me negaba a quedarme sin mi opción de desahogo.

Sabía que fumar mata, por eso lo hacía.

***

Me volví a levantar tarde. Muy tarde.

El ataque de ansiedad de la otra tarde me había dejado sin fuerzas. Había dormido once horas.

Cogí el primer jersey que vi, empezaba a refrescar. Me puse unos jeans desgastados y me calcé las vans. Cogí mi móvil y mis cascos, esta vez no se me iban a olvidar. Y salí a toda prisa.

Miré la hora.

-Mierda.

Había perdido el autobús y no tenía tiempo para esperar el siguiente. Así que me tocaba ir andando.

No me sueltesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora