Capítulo 1

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Me levanté sin ganas de nada, algo habitual. Me vestí con lo primero que vi en el armario, cogí mi mochila y salí por la puerta sin pronunciar una sola palabra. Me puse los cascos y le di al play, ahí es cuando empezó mi paz, y me dirigí a la parada del bus.

Cuando subí me senté directamente en mi sitio, al fondo del todo. Lo llamaba mi sitio porque era mío y nadie más se sentaba allí. Probablemente porque era el único sitio de todo el autobús en el que apenas había asiento; estaba desconchado, pintado, quemado y repleto de chicles pegados. Pero me daba igual, ese era mi sitio y punto.

Cuando bajé me di cuenta de que todavía quedaban diez minutos para la primera clase y me eché un cigarro. Se me hizo tarde y cuando iba a entrar decidí no hacerlo porque no eran horas para entrar y sería una falta de educación por mi parte interrumpir la clase. Básicamente era una excusa para saltarme la primera hora.

A segunda hora entré a clase de filosofía y llegué a la conclusión de que hubiese sido mejor quedarme fuera.

Las siguientes horas transcurrieron lentamente, cuando terminaba la clase todo el mundo cruzaba el pasillo con sus amigos y se encontraba con otros al ir hacia la siguiente clase. Los recreos los pasaba igual de sola, pero por lo menos tenía a mi musica.

Aunque ya llevaba casi tres semanas en ese instituto me sentía igual que el primer día. No me había adaptado, tampoco quería. Algún compañero se me había acercado pero mi personalidad y yo ya nos habíamos encargado de que no volviese a hacerlo. Me gustaba estar sola. Me gustaba. Lo más seguro era porque siempre lo había estado.

La vuelta a casa había sido lo de siempre. Bueno, miento, lo de siempre no. Esta semana había decidido dejar de volver en autobús. Ahora volvía andando. Simplemente era una excusa para perder tiempo y llegar más tarde a casa. No era una buena excusa pero me sirvía para pasar más tiempo sola. Yo, a solas, con mi música y mi mente.

Llegué casa y cuando me dirigía a mi habitación subiendo las escaleras, mi tía me soltó una de sus típicas malditas frases.

-Eris, ¿qué pasa? Que no dices ni hola.

La ignoré, como siempre, y seguí por mi camino. Cuando entré cerré de un portazo, solté la mochila y me lancé a la cama. Me quité las vans y los calcetines, me puse los cascos y play.

No recuerdo nada más después de eso, me había quedado dormida, pero mi sueño había sido interrumpido por una extraña sensación de ahogo. Me había despertado sudorosa y sobresaltada, cogí una chaqueta y salí a la terraza. Necesitaba un poco de aire y desahogarme con el tabaco. Cuando me terminé el último del paquete, entré y cerré la puerta de la terraza. Me he olí el aliento. -Eris lo tienes que dejar- me dije a mi misma.

Yo no consideraba el tabaco como un vicio, lo consideraba como una una opción de desahogo ante los problemas, mi opción de desahogo. Y lógicamente tenía muchos problemas. Podría contaros todos mis problemas, pero esa no es mi intención, no por ahora.

Tenía hambre y necesitaba algo que llevarme a la boca. Bajé a cenar tarde, como de costumbre, y no había nadie, por lo tanto intuí que ya habían cenado, sin mí, como de costumbre. No me importaba, es más, lo preferiría. Estaba acostumbrada a la soledad, y era algo que me gustaba. Me gustaba encerrarme en mis pensamientos.

Me terminé la pasta fría que me habían dejado como cena. Cogí mi móvil. Y nada. Ni un solo mensaje, como de costumbre. Intentaba autoconvencerme de que no tenía importancia. Pero sabía que realmente si la tenía. Significaba que no tenía a nadie al que importarle. Que no tenía a nadie que se preocupase por mí. Que no tenía a nadie al que interesarle. Significaba que no tenía a nadie.

No me sueltesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora