1 +Las siete estrellas+

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Mi nombre es Maia Milano, tengo 16 años y tengo una vida dolorosa

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Mi nombre es Maia Milano, tengo 16 años y tengo una vida dolorosa. «Vaya, que aburrido comienzo» (pensarán ustedes), pero no sé cómo iniciar esta historia, no soy escritora, solo soy una jovencita que desea contarles la historia de cómo siete estrellas cambiaron su vida. ¿Siete estrellas? Sí, siete maravillosas estrellas que vinieron a la tierra para ayudarme en mi triste vida.

Ahora que ya les dije la razón por la cual tomé la osadía de escribir, quisiera que te preguntaras a ti mismo: ¿Se han burlado de mí por mi físico, por mis gustos o personalidad? ¿Siento que soy una carga para mi familia? ¿He llorado muchas veces a escondidas? ¿Creo que la vida es injusta conmigo? ¿He pensado en acabar con vida? Si la respuesta a más de una de las preguntas es "sí"; entonces te invito a quedarte, quizás mi historia te hará saber que hay más personas como tú, y yo soy una de ellas.

Para no alargar el tema, comenzaré con la historia.

Todo comenzó hace un año, yo estaba destrozada por la reciente muerte de mi única amiga, Mercedes. No tenía ni un amigo más, solo ella, debido a que no era aceptada por los demás, ni siquiera por mis padres. Tal vez, sientas que estoy exagerando, pero así me sentía.

Pero para que entiendan mejor, debo irme un poco más al pasado.

Mi madre quedó embarazada a temprana edad y tuvo que casarse con mi padre por obligación. Desde muy pequeña empecé a sentir el rechazo por parte de la mujer que debió amarme: mi madre. Ella me atribuía la culpa de sus males, porque mi padre (influenciado por sus familiares), afirmó que yo no era su hija y que mi madre lo había engañado. Todo esto desencadenó serios conflictos familiares y yo siempre quedé en el medio, recibiendo el rechazo de mi supuesto padre y familiares, y el de mi madre, quien me echaba la culpa de no parecerme a mi papá, razón por la cual nos abandonó.

Durante los siguientes años fue empeorando la situación, trataba de mantenerme en silencio y evitar darle problemas a mi madre para que no se enojara y me golpeara como lo había hecho en repetidas ocasiones. Eso me hacía preguntarme: ¿por qué no me quiere? ¿Soy una mala hija? Como respuesta comencé a sentir que debía portarme mejor que cualquier otro niño para ver si lograba, aunque fuera por un instante, que ella me abrazara o me felicitara, sin embargo, nunca lo logré.

En la primaria se burlaban de mí por llevar el uniforme viejo, los zapatos rotos y el cabello despeinado. Nunca le exigí a mi madre un nuevo uniforme, ni nada, lo que me diera lo aceptaba sin chistar porque tenía miedo de que se enojara.

Mi padre, muy bien, gracias. Él solo atendía mis llamadas por lástima y en varias ocasiones su esposa atendía y me pedía que dejara de fastidiar. Nunca protesté, simplemente dejé de llamar cuando entré en la secundaria.

Si creía que ya mi vida era miserable, pues, estaba equivocada, la secundaria se convirtió en otro infierno con más lava y sufrimiento.

Para obtener mi uniforme tuve que trabajar limpiando algunas casas y de esa forma lo compré, al igual que mis útiles escolares. Solo tenía dos uniformes y tenía que lavar uno diariamente para no tener que ir sucia al otro día. De tanto lavarlos, se pusieron viejos y esto causó la risa de mis compañeros por mucho tiempo y también porque se habían enterado de que limpiaba casas a muy temprana edad.  

El desarrollo no me favoreció mucho, lo que le dio más ideas a mis compañeros quienes hasta ese momento me llamaron "Maia la fea" o "Maia la cachifa"; mi apodo fue cambiado a " Maia la tabla" o "Pecho de plancha". Cada una de las burlas hicieron que despreciara cada parte de mi cuerpo, al grado de que llegué a usar ropa holgada y a tratar de no salir tanto de casa.

Mercedes era mi vecina, me brindó su amistad desde que se mudó con su familia al lado de mi casa cuando yo tenía trece años. Al principio creí que dejaría de tratarme cuando conociera a otros jóvenes, pero para mi sorpresa, ella decidió permanecer. Siempre dijo que le agradaba conversar conmigo, puesto que yo era buena escuchando. La verdad es que me había acostumbrado al silencio y por eso no hablaba tanto, me daba miedo incomodarla y hacer que se alejara de mí.

A pesar de que las cosas seguían igual de malas, Mercedes me animaba con su buen humor y su positivismo. Tenía tantas ganas de vivir...

Cuando me informaron de su muerte no lloré enseguida, sino que lo hice en la noche, en la soledad de mi habitación, encerrada en mi armario. Lloré hasta quedar sin lágrimas.

Esa vez creí que no tenía esperanza; un dolor muy grande invadía mi corazón y mi alma, ya no quería seguir viviendo.

Por la ventana de mi habitación veía las estrellas brillando a lo lejos, quería ser como ellas... Quería brillar en la oscuridad.

Siempre me gustó observar el cielo estrellado y llegué a imaginar que las estrellas me escuchaban.

—¿Por qué no puedo ser como ustedes? —Les pregunté una vez—. Solo quiero dejar de sufrir.

Noche tras noche observaba las estrellas y les contaba lo mal que me sentía, eso se convirtió en la forma de desahogarme y de protestar por lo mal que me trataban los demás.

—¿Qué culpa tengo de ser así? Si tuviera el poder para hacerme distinta ya  lo hubiese hecho, ¿no creen? —Suspiré—. ¿En serio no hay nada para mí en este mundo? Me odio. Odio todo de mí. Quiero morir e ir con ustedes, pero quizás no pueda brillar lo suficiente como para ganarme un puesto en el espacio. Puede que mi existencia en este universo solo sea un error.

Un día colapsé, mis compañeros intensificaron sus burlas y unas chicas me desearon la muerte porque había sacado una buena calificación cuando la mayoría había reprobado. Al llegar a mi casa encontré a mi madre borracha y uno de los hombres con los que salía intentó abusar de mí. Mi madre se dedicó a observar la escena y a reír. Logré escapar de ese hombre saliendo por la ventana de mi habitación y en medio del llanto hui hasta un parque.

—¿Qué más debo soportar? —Vociferé hacia el cielo—. Odio mi vida, odio este mundo y me odio a mí misma.

Las lágrimas corrían por mis mejillas hasta caer en mi regazo. No habían muchas personas en los alrededores y eso me llevó a poder desahogarme sin el temor de que se burlaran de mí.

—Soy una estúpida, las estrellas no escuchan y mucho menos podrán ayudarme —seguía llorando.

Divisé el puente que estaba sobre un gran río que atravesaba la ciudad y pensé en lo fácil que sería acabar con mi sufrimiento arrojándome al río que con fuerza me arrastraría hasta ahogarme.

Caminé lentamente hasta el puente, decidida a saltar. En mi mente se cruzaban los rechazos de mis padres, las burlas y maltratos de mis compañeros y la muerte de la única persona que me bridó su amor sincero: Mercedes. Sabía que al saltar no habría marcha atrás.

Me detuve en la mitad del puente, quise echar una última mirada al hermoso cielo estrellado y fue en ese momento que presencié algo increíble: siete luces venían a toda velocidad desde el espacio, eran tan brillantes y por un momento llegué a pensar de que se trataba de unos misiles. Me quedé paralizada mientras las grandes luces bajaban iluminando todo alrededor y  al ver que se dirigían hacia donde me encontraba, me agaché inclinando la cabeza hacia mis rodillas y mis brazos  cubriendo mi cabeza.

Sentí que era mi fin, no obstante, el impacto esperado nunca llegó y al abrir mis ojos y levantar la cabeza hallé que todo volvió a estar oscuro y las personas que divisé a lo lejos parecían actuar con normalidad, como si no hubieran visto las luces.

—¿Qué fue eso? —Susurré atemorizada.

—¿Estás bien? —Dijo una voz varonil a mi espalda.

Al voltear me encontré con la imponente presencia de siete chicos que me miraban con preocupación. Ese sería el comienzo de algo que sin duda marcaría la historia de mi vida.

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Los siete caballeros del espacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora