𝕻𝖗𝖔́𝖑𝖔𝖌𝖔

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Durante una fría mañana de Octubre, un señor estaba levantándose de la cama, que compartía con su adorada esposa, para dirigirse a la puerta de su casa, a la que estaban tocando.

El hombre se colocó arriba del pijama un abrigo rojo de lana que su propia esposa le había tejido. Y también, agarró su bastón que él mismo se hizo. Ya que debido a su edad, le costaba bastante caminar y su estado físico claramente no era el mismo que hace dieciocho años atrás, al igual que su salud.

Fue hacia la puerta y cuando la abrió se llevó una gran sorpresa al ver quien estaba detrás.

Era uno de los mensajeros de la reina.

— Señor Bennett, ¿es usted? — preguntó el mensajero real.

— Así es. ¿Todo en orden? — T/P frunció el ceño, mientras se rascaba la barbilla.

— Aquí le traigo esta carta escrita por la reina. Quiere una respuesta cuanto antes — le entregó la carta.

Esta era de color blanco y tenía un sello de cera rojo con el logo del escudo real: tres tulipanes unidos.
Que hacían referencia a la reina y a sus dos amados hijos.

Ya sabía más o menos de lo que se trataba una carta de la reina.

— Está bien. Gracias por traérmela — dice con una sonrisa en su rostro —. Que tenga un buen día.

— Igualmente, y disculpe la interrupción — dice ya dirigiéndose hacia el carruaje en el que vino.

El señor Bennett cierra la puerta, y su sonrisa se desvanece, mientras sigue observando la carta. Y cuando alza la mirada, se encuentra con su esposa, quien estaba bastante confundida.

— ¿Quién era, T/P? — preguntó mientras se acercaba a su esposo para darle un beso de buenos días.

— Creo que tenemos que hablar — dijo y su esposa lo miró con cara de preocupación.

El señor Bennett fue hasta su estudio personal para leer y ver de qué se trataba la carta.

Y era exactamente lo que él temía...

La señora Bennett fue a pedirle a las criadas que prepararan el desayuno, mientras ella iba a despertar a sus hijas para que bajaran a desayunar.

Eran tres hermosas jovencitas, Isabella, la menor, Lidia, la del medio, y T/N, la mayor.

Entró en la habitación de la mayor, ya que era la última habitación del corredor.

A diferencia de sus hermanas, T/N, no necesitó a su madre para que la levantara.
Ya se había levantado por el ruido de la puerta en la mañana.

Estaba ansiosa por preguntarle a su padre de quién era aquel hermoso carruaje que vio por la ventana de su cuarto.

— T/N, ya despiértate... — al entrar a la habitación, la ve en su cama despierta — ¿Qué haces levantada? No te habrás quedado despierta toda la noche, ¿cierto? — levantó una ceja y se cruzó de brazos.

— Tranquila, madre. No fue así — le sonrió y T/M le devolvió la sonrisa.

— Ven a desayunar, luego te cambias — T/N volvió a sonreir y la señora Bennett se hizo a un lado para dejarla pasar.

T/N se calzó y corrió hasta la cocina, normalmente desayunaban ahí en vez de en el comedor.

Luego de un rato llegó su madre, quien le dio las gracias a las criadas por haber preparado los desayunos. Estas les dieron los desayunos a las hermanas Bennett y ellas comenzaron a desayunar.

"Mi rey"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora