𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝟐

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Luego de la cena, pasamos esas pocas horas que nos quedaban con nuestro padre "antes de que se fuera".

Creo que a mi madre y hermanas las invadía ese sentimiento de angustia, al no saber si lo volverían a ver.

Vimos cómo le escribía una carta a la reina, diciéndole que el lunes estaría ahí, protegiendo al futuro rey.
Cuando terminó de escribirla, se la dio a Frederick, un amigo de mi padre, quien se encargaba de entregar las cartas a la reina.

Isabella se había asomado por la ventana y vio que Frederick estaba saliendo de su casa, justamente, para entregar cartas. Eso le vino de maravilla a nuestro padre.
Se iba de noche en un barco, así llegaba de día a los aposentos reales.

Mi padre se la entregó, y volvimos para ayudarlo a preparar sus cosas.

Bueno, en realidad, Lidia e Isabella se fueron a dormir, al igual que mamá.

— ¿Puedo acompañarte? — le pregunté antes de que entre a su cuarto privado.

Ese cuarto estaba cerrado bajo llave, ninguna de mis hermanas entró. Ni siquiera mi madre. Él no quería.

Decía que no era un cuarto para mujeres.

Lo que él no sabía, es que yo había logrado entrar por la puerta trasera de ese cuarto, con una horquilla, desde el año pasado.

Era un cuarto oscuro, las paredes rojas como el color de la sangre, y armarios negros.

Uno de los armarios contenía frascos con líquidos extraños. Que al poco tiempo, me di cuenta que la mayoría eran venenos.
Y otro tenía todo tipo de armas, desde dagas, hasta ballestas.
Pero había un armario en especial, que contenía a la espada de mi padre, esa que había ido de generación en generación.

Esa espada era la que yo utilizaba para practicar, obviamente cuando nadie estaba cerca o todos dormían.
Solía ir al tejado de mi casa, pero un día dejé de hacerlo porque casi me caigo.

Recuerdo que ese día corrí de una manera muy silenciosa pero rápida por el tejado, para entrar por la ventana de mi habitación y fingir que estaba dormida.

Al final, todos habían pensado que fue un gato.

Mi padre dudo unos segundos, pero luego acepto.

— No hagas ruido y ten cuidado con lo que tocas — me advirtió y asentí.

Al ingresar, estaba igual que siempre. Mi padre nunca entraba y la única que lo hacía era yo, y a escondidas.

— Pásame la espada que está dentro de ese armario — señaló el armario que contenía su espada.

Yo abrí el armario y se la pase. Estaba rezando por dentro para que no se diera cuenta que alguien la había usado.

Cuando se la pasé, la miró unos segundos, pero luego comenzó a pasarle un trapo y también a afilarla.

Me senté a su lado, viendo en silencio cómo preparaba esa hermosa espada.

Años atrás, cuando yo era pequeña, salíamos ir al jardín de mi casa y me enseñaba a cómo usar una daga. Me enseñó movimientos, a atacar por sorpresa, e incluso, a clavarla justo en el corazón perfectamente.
Tiempo después, me fue enseñando casi lo mismo pero con su espada.

Pero llegó un momento, que fue cuando cumplí 16, que dejó de enseñarme y entrenarme. Porque según toda mi familia, ya debía de estar buscando a un hombre con quién casarme, y no jugar a ser un caballero.

Realmente ellos pensaban que yo estaba jugando cuando decía que quería ser caballero.

A mí me parecía de lo más absurdo, pero mi padre decidió escucharlos. Les dio la razón, y junto con mi madre me llevaban a bailes, para buscar a un pretendiente de mi nivel.

Rechacé a todos, ninguno cumplía con mis expectativas, y mis estándares eran muy altos.

Eso se lo debo a los libros que leo.

Además, ¿quién necesita a un hombre?

No tengo tiempo para enamorarme y gastar mi tiempo en alguien.

— Pásame el frasco de color negro que está dentro de ese armario — señaló el armario de los venenos, mientras abría su mochila de caza.

Supongo que ahí guardaría todas las cosas que se iba a llevar, según él...

— ¿Cuál de todos? — dije mirando dentro del armario.

— El que en su tapa tiene una piedra de color verde. Una esmeralda.

Encontré el frasco y se lo pasé.

— ¿Qué es? — le pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

— Mira hija, hay tantas cosas que tengo para contarte. Pero no sé si debería hacerlo — dijo metiendo el frasco dentro de la mochila.

— Puedes contarme, total, nunca voy a poder usar nada de lo que esta aquí — dije mirando el cuarto.

— Cuando era más joven, y me tocó proteger al rey anterior, tuve que administrarme a mí mismo pequeñas cantidades de venenos no letales para volverme inmune a ellos. Esto lo hice para que si me llegaban a envenenar de mientras protegía al rey, no me afectara  — dijo guardando una daga —. Y ese frasco, contiene un veneno que no es tan letal, pero si causa efectos. Es solo por si necesito envenenar a alguien que intente matar al futuro rey — intentó reír, pero la angustia no se lo permitía.

— ¿Yo puedo heredar esa inmunidad a los venenos? — pregunté, pero al segundo me arrepentí. Quizás estaba sonando algo sospechosa.

Además ya sabía la respuesta.
Había leído muchos libros de venenos cuando descubrí el armario.
Sabía que si quería tener esa inmunidad tenía que entrar en el mitridatismo, como había hecho mi padre. Y también sabía que una vez que empiezas, es probable que no puedas parar.

— No hay muchas probabilidades de que eso suceda, pero, eres joven. No te afectan tanto como me podrían afectar a mí o a alguien de mi edad — suspiró.

— No vayas, por favor — lo abracé y él me correspondió el abrazo.

— Lo siento, pero debo de hacerlo. La reina me lo está pidiendo. No puedo decirle que no — se separó de mí y me miró a los ojos —. Prométeme que las vas a cuidar, a tus hermanas y a tu madre.

— No tienes ni que pedírmelo — esta vez fue él quien me abrazó.

Luego, él terminó de preparar sus cosas y nos fuimos a dormir.

Pero nos dimos cuenta que mis hermanas estaban durmiendo en la misma habitación que mi madre.
Habían llevado colchones, y también estaba el mío, además de las mantas y almohadas.

Ambos nos miramos y sonreímos al ver aquella escena.

Nos acostamos, y a los pocos segundos, mi padre ya estaba roncando.

Mi padre "se iría" a la mañana.

Y ya era hora de poner mi plan en marcha.

"Mi rey"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora