XIV. Elegantly broken

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Desde Bohemia en 1742, Sylvain y Dyo, por casi cien años han cruzado continentes. El doctor estudiando la medicina tradicional de cada lugar al que llegan, evitando siempre las grandes urbes, mientras Dyo se divierte mezclándose entre la gente conociendo el arte y la cultura que la basta Tierra tiene para ofrecer.

Sylvain ha tenido tiempo de aceptar su situación y ahora está firmemente convencido que él es la cura para la enfermedad. Pero a ojos de Dyo, tan solo se está engañando así mismo para sentir que aún tiene el control y si eso lo hace sentir mejor, entonces así está bien.

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Sylvain dormía sobre la mesa de trabajo, junto a él yacía el cuerpo de un hombre, abierto desde el esternón hasta el abdomen junto a él, dentro de un frasco de cristal flotaba su corazón en un líquido transparente, las arterias conectadas a unos tubos flexibles que salían de una bomba rudimentaria que bombeaba un líquido oscuro dentro del órgano que lo mantenía latiendo a un ritmo constante.

Ya era muy noche cuando la puerta se abrió y en la oscuridad la silueta de Dyo caminó silencioso dentro de la habitación que compartían.

Era la primera vez en dos semanas que Sylvain dormía.

Dyo despejó de la frente de Sylvain unos mechones oscuros y una gota de la secreción oscura escurrió desde su mano y cayó sobre la máscara del médico, con un trapo de lino se apresuró a limpiar la mancha suavemente, para no despertar a Sylvain.

Entonces miró sus manos, podía ver los huesos asomarse entre la carne putrefacta de su anfitrión. Necesitaba uno nuevo, pero el pueblo en el que estaban apenas tenía tres casas y unos veinte habitantes y el cuerpo en la mesa era el último que les quedaba.

El próximo centro de población estaba a dos días de camino. Si Dyo tenía algo de suerte encontraría algún viajero antes que su cuerpo fuera por completo inutilizable.

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En la ciudad la vida era sencilla y tranquila, aún alejada del ajetreo de la modernidad que crecía en las grandes polis europeas. La economía se basaba aún en el comercio de bienes provenientes de la agricultura y la ganadería, en los grandes mercados se podían encontrar productos de la región, pero también traídos de ciudades cercanas y un poco más allá. Seda, marfil y especias, algunos artilugios de plata o porcelana, maderas exóticas y gemas brillantes, eran lujos que pocos se podían dar.

Mientras más se adentraba en la ciudad los edificios se enriquecían, más grandes, más atractivos. Puertas enmarcadas por piedra tallada, colores brillantes en sus fachadas amplias avenidas flanqueada por altos y esbeltos árboles.

Y al centro de la ciudad, se alzaba majestuoso el gran templo, construido hace cientos de años, una maravilla de la arquitectura antigua al que sus fieles acudían con devoción a orar al Dios de esa tierra.

Dyo realmente no estaba fascinado. Lo único que él veía era gente simple que vivía para trabajar y servir a un dios que ni siquiera existía. Sin arte, sin fiestas, ignorando los placeres que esta vida tiene para ofrecer. Sin duda, Dyo Polonoi, podría enseñarles algunas cosas.

Tomó a un hombre sin importancia como su anfitrión y comenzó a hablar con elocuencia en la plaza de la ciudad.

Y con su influencia y la fuerza de la gente, erigió un palacio a su gusto para rendirle culto al Dios que representaría en esta obra.

"Las cosas que hace uno por aburrimiento".

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El doctor se estiró, llevaba horas encorvado sobre su mesa de trabajo y su espalda estaba adolorida, suspiró profundamente, ya no había nada más que hacer por el pobre hombre.

Contigo Hasta El FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora