XX. Containment Breach

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Aún era de madrugada cuando, escoltado por un grupo de guardias armados, Eckhart arribó a las instalaciones del Sitio.

En la entrada, hecho un manojo de nervios lo esperaba su asistente.

― ¡Doctor Eckhart! ―exclamó aliviado al ver entrar al científico a la sala de vigilancia, pero la tenue sonrisa se desvaneció en cuanto miró el oscuro semblante de su mentor, unas profundas ojeras enmarcaban sus fatigados ojos.

― ¿Que pasa aquí Laurens? ―dijo con ira contenida, el joven, nervioso, tartamudeó:

―De la nada, 049 lucía inquieto y exigió verlo doctor, le dijimos que esperara hasta la mañana, pero no quiso escuchar y nadie sabía que tenía tanta fuerza― entonces Laurens le mostró el vídeo de seguridad. Ahí se veía como claramente con un par de fuertes empujones 049 había derribado la puerta y unos momentos después el SCP se encontraba vagando sin rumbo por los pasillos del área.

―Parece que está buscando la bolsa que le confiscó, doctor ―comentó Laurens en voz baja esperando una respuesta afirmativa por parte del doctor Eckhart, pero su rostro iluminado por la luz azul de la pantalla, se mantenía fija en la figura de 049, mientras lo veía dejar un rastro de muerte a su paso.

―Sylvain ― el murmullo se escapó de sus labios.

― ¿Perdón, señor? ―preguntó Laurens confundido por la mirada conmovida del investigador e incluso le pareció que algo como una gota oscura se formaba en sus ojos, pero Eckhart, al sentirla se apresuró a limpiarla y de inmediato salió del centro de vigilancia, dejando a su joven asistente atrás.

"Basta, este no es el momento."

"Si no es ahora, ¿Entonces cuando?"

En medio de las luces parpadeantes y el pitido interminable de la alarma, lo único que deseaba verlo y si tenía que derrumbar todo el edificio para encontrarlo lo haría. Sonrió bajo la máscara, parecía que era la voz de Dyo resonando sutilmente dentro de su mente, induciendo el pensamiento. Porque eso era justamente, lo que una máscara de porcelana haría por su amado doctor.

Largó un suspiro y contempló lo que había hecho, miró a los dos sujetos arrinconados en el almacén, temblando de miedo. Estos dos lo habían atraído hasta aquí, podía percibir la penetrante esencia de la Pestilencia que emanaban, aunque sin sus utensilios no podía hacer nada por ellos más que darles el dulce descanso de la muerte, pero en esta situación, consideró que eran más útiles vivos que muertos.

Sonidos de pasos lo alertaron, el equipo de seguridad aprestó sus armas y pudo escuchar el sonido de las armas al cargar. Sabía lo que seguía, la granada de gas especialmente diseñada para él, con ese apestoso olor a lavanda artificial y en el lugar estrecho y poco y ventilado en el que se encontraba, caería fácilmente.

Así que se adelantó, ya había ido demasiado lejos, ya no era momento para alzar las manos y agachar la cabeza. Sujetó a sus rehenes por el cuello de la camisa y los usó como un escudo humano, tratar de mantenerlos fuera de su toque letal era complicado, aun así, se las arregló para llevarlos a enfrentar al equipo de especialistas en contención.

Todos se miraban expectantes y Sylvain se preguntó si la Fundación sería tan fría como para sacrificar a dos empleados, de pasar por encima de ellos tan solo para contenerlo.

Si, era la respuesta, sabe que lo haría, pero también sabe que eso le ganaría tiempo y tal vez, una oportunidad.

― ¡Alto! ¡Todos quietos! ―gritó una voz familiar, interrumpiendo el silencio que se había hecho en el angosto pasillo.

Contigo Hasta El FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora